1/1/20

Etc.


Entre los acrónimos y las abreviaturas que pululan en el lenguaje filisteo, como las claves eleusinas de sus opresivas insignificancias, siguen brillando cristalinas, con una transparencia noble, las gloriosas tres letras coronadas por el signo máximo de distinción tipográfica. En ellas se compendia o lo sabido o lo inalcanzable. En todo caso, eximen al discreto lector de la molestia de disculpar la afable modestia o la pesada insistencia de su autor. Contraídas, cobijan el sentido latino de aquel resto que se consuelan a solas con señalar. Por definición, a los lugares comunes que nuestra época atesora hasta la histérica inflación, sean de nuevo cuño o versiones contrahechas de su misma ilimitada e incansable estupidez, no les basta una antología labrada además a golpes maniáticos de una exégesis obsesiva y repetida, aunque jamás fanática. Con el oído atento a las alucinaciones auditivas que le producían, ha procurado atisbar en sus impropios términos artificiales la perversa herida que, como un pecado plagiado, han contagiado a la entera naturaleza de nuestro lenguaje caído. Tantas como estrellas del cielo, siguen cayendo incontenibles en la conversación diaria. Tal vez no exista contra ellas arma más poderosa, e indefensa, que el silencio que resiste. Et caetera.