Hundámonos
más en las cenagosas fronteras entre la lógica y la retórica del nuevo orden
que, transgénico, está naciendo entre ciberespasmos. En su nombre los principios
sagrados e inviolables de la Tradición deben ser profanados y erradicados en al
altar del derecho a la libertad de expresión. Siente que sólo podrá erigir su
voz sobre el silencio troyano, humeante, de una cultura cadavérica, embrutecida,
milenaria. Su sola memoria es una amenaza intolerable, retrógrada, arraigada en
la tierra y en la sangre. Como entre la serpiente y la mujer, la hostilidad
perpetua entre ambos debe dar paso a su supresión. Destruirla es estar
modelando la nueva (ir)realidad, como un demiurgo enfurecido. El destino del
género humano es arrastrarse sobre su culo y comerse los polvos de las orgías
programadas por las potestades sanitarias y sancionadas por las dominaciones
parlamentarias. Blasfemas hasta la afonía, se preguntan qué es el hombre para
que ningún dios tenga derecho a acordarse de él. ¿Qué es el feto humano sino un
amasijo de células manipulable, reciclable, horneable? Defectuosa en su
fabricación o desgastada por su uso, la máscara humana debe postrarse y adorar la
muerte. En sus labios resonará, expresivo, esclavizado, su testamento vital.
29/8/17
21/8/17
Todas las opiniones son respetables.
Resultaría
divertido e irresponsable poder ejercer literalmente este lugar común que los
filisteos pronuncian paladeando su vergonzante superioridad moral.
Como la determinación de la verdad o de la falsedad de cualquier opinión, por
no decir de cualquier ocurrencia, es de por sí irrelevante, se protegen de sus
consecuencias sancionando legalmente su uso represivo. A estos efectos, la posverdad aplica con cínica exactitud
pragmática el principio clásico de la inversión lógica. Puesto que todas las
opiniones son respetables, ninguna opinión es no respetable; como ningún no
respetable es opinión, todo no respetable es no-opinión. Es decir, es una
provocación, un delito, un crimen. La vaharada moralista se aproxima entonces
como una nube tóxica. Dado que la opinión es un derecho inalienable que garantiza
la consecución de la felicidad personal, el crimen debe estar motivado por el
odio contra ella. ¿Qué sino delinquir puede expresar quien, según la opinión
democrática ha decidido, odia? Y aquí triunfa esplendoroso el principio de no no contradicción: “toda opinión religiosa debería permanecer confinada en el ámbito privado bajo la atenta
supervisión de las potestades de este mundo”; “las opiniones de género deben invadir
el ámbito público bajo la atenta supervisión de las dominaciones de este mundo”.
13/8/17
La revolución de la ternura.
Este
eslogan, insoportablemente cursi, guarda tras su impostada afectación el rancio
autoritarismo de quienes no aceptan la negativa a que su decrépito y despiadado
vigor sea saciado. Consideran que cualquiera que se resista a dejarse acorralar
en una esquina donde su integridad pueda ser lameteada refleja una estrecha
hipocresía que no sólo hurta el goce kitsch de una belleza parasitada, sino
que, egoísta e insolidario, testimonia la presuntuosa arrogancia de una conciencia,
aunque herida, digna. De esta manera han degradado nuestros oxímoros: de la
soledad sonora y la música callada a la tierna revolución o, más violenta y
pegajosa, a la ternura revolucionaria. Sin subir tan alto que a la caza den
alcance, les basta con reptar entre trampantojos. A tales espasmos llaman
mística. A su pesar, siguen sin salirles las cuentas de su prostibularia
alegría. Como dan por descontado que la salvación de un alma es la consecuencia
de la buena marcha de su divino negocio, quisieran discernir por qué sus gatunas
y callejeras miradas acarameladas suscitan ya sólo enlatadas risas de
connivencia entre quienes, orgiásticos y matarifes, los están domando antes que nos introduzcan a todos en la cadena de (des)montaje de la civilización global.
5/8/17
La revolución de la sonrisa.
Es
obligación de cualquier revolucionari@ actual mostrar, desinhibida y descarnada,
su mejor sonrisa de hiena. Con ella en la boca debe repartir públicamente entre
sus secuaces falsos y estrechos abrazos, darles profundos y traidores besos,
hacerles carantoñas infantiles y obscenas y, en fin, magrearl@s soezmente.
Reivindicará así con el ejemplo el carácter revolucionario de la nueva sonrisa. Hay que abandonar, por
fascista, la puritana idea de que en política la sonrisa es una máscara cínica para
esconder cualquier atropello a la dignidad y a la honradez. La nueva sonrisa es un arma cargada de
presente. La sonrisa no justifica la injusticia: revela su justicia. Por sí
misma es una canallada que merece perpetrarse contra el adversario, sea enemigo
o amig@. Como el personaje de Borges, tal revolucionari@, cuya voluntad es
praxis, desea que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Su
sonrisa, pues, debe intimidar. Revolucionari@ sonriente, no tiene por qué
reconocer ningún error. Como abanderad@ del (des)orden de la no no contradicción, sabe que todo error
es históricamente una verdad revolucionaria que le conviene y que le reconforta,
especialmente por el sufrimiento que puede llegar a infligir en la chusma que vibra
o no, todavía, con él.
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