26/4/18

Llevarse la copa, la medalla (o la palma).



Esta expresión contiene la ambigua relación paralímpica del filisteísmo actual con la gloria deportiva de la Antigüedad, reciclada en souvenir de consumo masivo. La palma de la victoria es la marca blanca de nuestro desfondado cretinismo. La tiranía democrática ha decidido que tanto el primero como el último de cualquier carrera comercial se cuelguen de su medalla. Lo importante es participar. De acuerdo con el principio de no no contradicción, si es preciso perseguir la excelencia, la mediocridad debe ser descartada a conveniencia. En consecuencia, cualquier mediocre es excelente y toda excelencia debe ser mediocre. Como toda regla, conserva alguna excepción económica: el fútbol. ¿Es preciso aprender ortografía y gramática? ¡Qué atraso, por Belcebú! Mientras acentuar correctamente o escandir el ritmo de una frase con un elegante punto y coma parece atentar contra la botarate creatividad que se supone a cualquier ocurrencia, raya en lo espartano la vociferante exigencia de perfeccionar hasta en el más mínimo detalle los automatismos de rondos y rombos y demás ejercicios balompédicos. Desposeído del laurel, el poeta observa envidioso cómo sólo a labios balbuceantes y roncos puede uno llevarse hoy el Grial del más inmortal aburrimiento, no por eterno sino por su indesmayable repetición.

18/4/18

Saber posicionarse.


En el sermón 72 al Cantar de los Cantares san Bernardo de Claraval desplegó, majestuoso, la precisa extremosidad de su arte retórica, mediante variaciones y derivaciones que disipaban la noche de aquel mundo medieval con la fulgurante luz, escatológica, del día del Señor. Inspiraba, espiraba, aspiraba cada palabra de sus espirales períodos. Respiraba. En nuestra infame noche filistea, evaporado todo sentido religioso de una gramática que ha sido herida por los tetánicos hachazos de la subjetividad más tétrica, ha sido depuesto cualquier objetivo que no repte entre posiciones escaladas -y conquistadas- a mediocres y brutales codazos. La caricia y el gusto espiritual han sido proscritos por la pegajosa verbosidad que manosea y lametea las deposiciones sentimentales más cursis. En los tiempos patrísticos cada herejía dependía de dislocar una preposición sobre la Trinidad, la Maternidad o la divina Filiación. Hoy la ortodoxia blasfema antepone cualquier contraposición, cuanto más infectada mejor. Sus dominaciones y potestades, más que manejar las piezas, procuran desplazar con el tablero las proposiciones que fundan sus movimientos aleatorios e interesados. Insustanciales y crueles, ciegan densas e impenetrables la aurora de la hora del Juicio, que ha sido suspendida a divinis. Compone, sobrepone, transpone todo sentido. En maloliente descomposición.

10/4/18

¡Islamofobia!


En su sentido literal no debería resultar extraño que quienes agitan la rechinante etiqueta que nos ocupa profesen las más fanatizadas y viejunas justificaciones de la opresión que los biempensantes han logrado tunear bajo el lijado código de la ideología de género. Solamente unas fatuas seculares pueden sostener, sin la más mínima vergüenza autocontradictoria y en nombre de grandes vocablos usados como adoquines, la sumisión absoluta y la obediencia enfurecida al ídolo que quiere usurpar la gloriosa majestad de la Palabra hecha carne. Como demonios rabiosos, no pueden soportar sin aullar la inmarcesible enseñanza de que sólo la filiación divina garantiza la autoridad de la ley. A gritos exigen grabar a sangre y fuego -¡silencio, silencio!- en la piedra de todos los corazones la sanción de sus vicios. Entre regurgitaciones farfullan la más odiosa consecuencia de la apostasía: llamar paz a la violencia y amor a las pasiones más desenfrenadas. Cualquier réplica que les contraríe es de inmediato censurada, perseguida y descuartizada. Celebrar la muerte del Justo por sus pecados es una ofensa imperdonable, mientras reducir a escombros la verdad de la persona se vitorea con frenético entusiasmo. Han clavado la Verdad en una Cruz y no soportan su Luz.

2/4/18

Te recordamos allí donde estés.


De un cinismo estremecedor esta frase, entonada con la voz entrecortada y los ojos lacrimosos, expresa la vertiente más naíf de la estupidez filistea. Inconsciente y bienintencionado, es decir, con insoportable mala conciencia, quien la pronuncia debe emboscar con sentimientos pegadizos su descreído duelo. Grabará el rostro difunto en una camiseta o se tatuará su nombre en el colodrillo. El sentido dramático de la existencia humana, a punto de abismarse en la desolación que es el sostén real de la esperanza cristiana, deja paso a la representación espectacular de una magia profana. En el hospital, en la funeraria, en la incineradora, el efecto maravilloso consiste en escamotear los cadáveres cuanto antes. Como a ánimas en pena se honran fantasmales y alucinadas sus imágenes “allí donde estén”. Aunque es de buen tono descartar la realidad del cielo y del infierno, el paganismo de nuestra época no puede evitar verse asaltado por sus ancestrales y gaseosas supersticiones. En vez de rezar por los muertos, sus adeptos los conjuran en su propio recuerdo para que no les atormente el espantoso vacío que les suponen. Si nadie pervive, nada les sobrevive. ¿Qué queda? El muerto al hoyo y el vivo al bollo.