28/5/18

Se precisa ejemplaridad.



Es esta aparente virtud, tan cacareada, uno de los síntomas más finos del fariseísmo filisteo. Bajo su invocación cívica, de aires laicos, se manifiesta, con jactanciosa humildad, como le corresponde, un hondo y cínico puritanismo. Cualquier objeción, cualquier crítica a su concepto son desechadas con un gesto de displicente fastidio, atribuyéndolas a las aviesas intenciones de la mezquindad reaccionaria o a las insensatas provocaciones del infantilismo revolucionario. A la ejemplaridad la gente ordenada le debe tributar una rendida y devota admiración. Encarna, ecuánime, la dorada mediocridad. Sin excesos, sin estridencias, inatacable, sólo infatuada. Consiste en asumir con perfecta naturalidad, con acabada (in)modestia, que no cabe sino obrar o decir según esté o no bien visto. Quien se comporta ejemplarmente desdeña la santidad, porque es inalcanzable y, por tanto, intolerable. O tal vez contribuye simplemente a moderar su desmesura. A ponerla en perspectiva, como un suplemento vitamínico al que tampoco hay por qué renunciar. A las personas ejemplares se las reconoce porque sonríen o porque se secan una lágrima furtiva. Como la madrastra de Blancanieves ante su espejito mágico, mantienen la dignidad en medio de los escándalos con que suelen ajustarse las cuentas. Mea culpa: publicano, yo sólo río y lloro.

20/5/18

¡Sí se puede!


Este tipo de exclamaciones, que siempre ha eructado, sincopada, la turba, adopta su más refinada e hipócrita expresión en el uso indiscriminado de la primera persona del plural. De una mentalidad resistente, que encarnaba la roqueña épica que no daba un paso atrás ni para tomar impulso, se ha dado el salto a una untuosa lírica de la afirmación. De la contención frente al innominado enemigo al derrame incontenible de una personalidad colectiva sin rasgos, disgregada, simplemente amalgamada. Victimaria, no persigue otro objetivo que compensar imaginados agravios. Voluptuosa, paladea el insignificante poder de sus sílabas mientras son gritadas. Bajo los efectos hipnóticos de recicladas sustancias seudorrevolucionarias, parece que todavía vibre en ellas, casi aullando, la pulsión histérica de los antiguos oráculos poéticos. Sin fe, sin dioses, asqueada de su perturbadora fuerza, que descubre con sorpresa e indignación los límites que sus infectas orgías hipotecarias y familiares les deben oponer para ser prolongadas, sus huestes se resisten al pago de su fáustico chantaje transformándose en ratas, en serpientes, en escorpiones. Como si fueran los miembros esparcidos de Proteo, siguen berreando sus consignas y sus eslóganes, mientras asisten desencajados, intolerantes, al eco de un canto que no se apaga: Soy quien soy.

12/5/18

Contra el populismo.


Tertulias radiofónicas, artículos de prensa, entradas blogueras o ensayos ilegibles caracterizan, debaten, critican y pontifican, con fruición murmuradora, sobre los males pestíferos que el término de marras está inoculando en el grandielocuente y ahíto cuerpo político de las sociedades occidentales. A fin de esconder la caduca amalgama de resentimientos y odios atávicos bajo el que se envuelve, es preciso delectarse en la forja mecánica de sintagmas en cadena, copiados de los moldes pelmazos del estructuralismo más sociologista. Póngase cara intensa, álcese con condescendencia gritona la barbilla, mezclando un prepotente aire postotalitario, y añádanse unas gotitas de Foucault disueltas con anfetaminas de Gramsci. Se materializa la imagen que dispensa de pensar. El resultado es de una extraordinaria altura especulativa mediante cualquier forma de conversión lógica. Verbigracia: toda enseñanza magistral es pura charlatanería; la pura charlatanería es magistral. La verdad es una construcción cultural del patriarcado. No hay verdad más indiscutible que las invenciones antipatriarcales. A la mentira sin más se la ha de llamar posverdad. Populista al simple demagogo. Los filisteos menean sus cabecitas preocupadas por el imparable avance de los secuaces que los abanican. Si todo filisteo se identifica como demócrata, el populista es el filisteo por cínica excelencia, inconsciente.

4/5/18

Tu solidaridad también cuenta.



Un lector amigo preguntaba a qué se refieren exactamente estas entradas con su frecuente uso del término filisteísmo. El peregrino absoluto contestaba que corresponde a la arrogante presunción, snob y cursi, biempensante y autosatisfecha de su mediocridad, con apariencia antintelectual, hipócritamente simpática, de quienes están logrando imponernos su zafiedad moral y estética, así como su cálculo ruin, como la más refinada e indiscutible norma social a la que cabe ajustarse sin replicar. En el siglo XIX el filisteo era “el burgués”. Progre o carca, en nuestro siglo asume, más o menos entusiasmado, el discurso dominante con la máscara sonriente de un fúnebre Carnaval. Sus muecas espantosas exigen una obediencia invertida. En rígida lógica filistea, la verdad se trasmite de lo particular a lo universal y no al revés. Algunos varones son criminales; luego, todos los varones son criminales. Toda religión es violenta; luego, cualquier religión que no sea la judeocristiana es pacífica. A este sinsentido común cabe prestarle asentimiento ciego bajo el nombre de solidaridad, de clase o de género. No basta con callar o no oponer resistencia. Cuentan contigo y conmigo para enjaular y sacrificar, a imagen y semejanza suya, nuestros nombres en el voraz altar de Baal.