Es
esta aparente virtud, tan cacareada, uno de los síntomas más finos del fariseísmo filisteo. Bajo su invocación cívica, de aires laicos, se manifiesta, con jactanciosa
humildad, como le corresponde, un hondo y cínico puritanismo. Cualquier
objeción, cualquier crítica a su concepto son desechadas con un gesto de
displicente fastidio, atribuyéndolas a las aviesas intenciones de la mezquindad
reaccionaria o a las insensatas provocaciones del infantilismo revolucionario.
A la ejemplaridad la gente ordenada le debe tributar una rendida y devota admiración.
Encarna, ecuánime, la dorada mediocridad. Sin excesos, sin estridencias, inatacable,
sólo infatuada. Consiste en asumir con perfecta naturalidad, con acabada
(in)modestia, que no cabe sino obrar o decir según esté o no bien visto. Quien
se comporta ejemplarmente desdeña la santidad, porque es inalcanzable y, por
tanto, intolerable. O tal vez contribuye simplemente a moderar su desmesura. A ponerla en
perspectiva, como un suplemento vitamínico al que tampoco hay por qué
renunciar. A las personas ejemplares se las reconoce porque sonríen o porque se
secan una lágrima furtiva. Como la madrastra de Blancanieves ante su espejito mágico, mantienen la dignidad en medio de los escándalos con
que suelen ajustarse las cuentas. Mea culpa: publicano, yo sólo río y lloro.
28/5/18
20/5/18
¡Sí se puede!
Este
tipo de exclamaciones, que siempre ha eructado, sincopada, la turba, adopta su
más refinada e hipócrita expresión en el uso indiscriminado de la primera
persona del plural. De una mentalidad resistente, que encarnaba la roqueña
épica que no daba un paso atrás ni para tomar impulso, se ha dado el salto a
una untuosa lírica de la afirmación. De la contención frente al innominado
enemigo al derrame incontenible de una personalidad colectiva sin rasgos,
disgregada, simplemente amalgamada. Victimaria, no persigue otro objetivo que
compensar imaginados agravios. Voluptuosa, paladea el insignificante poder de
sus sílabas mientras son gritadas. Bajo los efectos hipnóticos de recicladas
sustancias seudorrevolucionarias, parece que todavía vibre en ellas, casi
aullando, la pulsión histérica de los antiguos oráculos poéticos. Sin fe, sin
dioses, asqueada de su perturbadora fuerza, que descubre con sorpresa e indignación
los límites que sus infectas orgías hipotecarias y familiares les deben oponer para
ser prolongadas, sus huestes se resisten al pago de su fáustico chantaje transformándose
en ratas, en serpientes, en escorpiones. Como si fueran los miembros esparcidos
de Proteo, siguen berreando sus consignas y sus eslóganes, mientras asisten
desencajados, intolerantes, al eco de un canto que no se apaga: Soy quien soy.
12/5/18
Contra el populismo.
Tertulias
radiofónicas, artículos de prensa, entradas blogueras o ensayos ilegibles
caracterizan, debaten, critican y pontifican, con fruición murmuradora, sobre
los males pestíferos que el término de marras está inoculando en el grandielocuente
y ahíto cuerpo político de las sociedades occidentales. A fin de esconder la
caduca amalgama de resentimientos y odios atávicos bajo el que se envuelve, es
preciso delectarse en la forja mecánica de sintagmas en cadena, copiados de los
moldes pelmazos del estructuralismo más sociologista. Póngase cara intensa,
álcese con condescendencia gritona la barbilla, mezclando un prepotente aire
postotalitario, y añádanse unas gotitas de Foucault disueltas con anfetaminas de
Gramsci. Se materializa la imagen que dispensa de pensar. El resultado es de
una extraordinaria altura especulativa mediante cualquier forma de conversión
lógica. Verbigracia: toda enseñanza magistral es pura charlatanería; la pura
charlatanería es magistral. La verdad es una construcción cultural del
patriarcado. No hay verdad más indiscutible que las invenciones
antipatriarcales. A la mentira sin más se la ha de llamar posverdad. Populista
al simple demagogo. Los filisteos menean sus cabecitas preocupadas por el
imparable avance de los secuaces que los abanican. Si todo filisteo se
identifica como demócrata, el populista es el filisteo por cínica excelencia, inconsciente.
4/5/18
Tu solidaridad también cuenta.
Un
lector amigo preguntaba a qué se refieren exactamente estas entradas con su
frecuente uso del término filisteísmo. El peregrino absoluto contestaba que corresponde
a la arrogante presunción, snob y cursi, biempensante y autosatisfecha de su mediocridad,
con apariencia antintelectual, hipócritamente simpática, de quienes están
logrando imponernos su zafiedad moral y estética, así como su cálculo ruin,
como la más refinada e indiscutible norma social a la que cabe ajustarse sin
replicar. En el siglo XIX el filisteo era “el burgués”. Progre o carca, en nuestro
siglo asume, más o menos entusiasmado, el discurso dominante con la máscara sonriente
de un fúnebre Carnaval. Sus muecas espantosas exigen una obediencia invertida. En
rígida lógica filistea, la verdad se trasmite de lo particular a lo universal y
no al revés. Algunos varones son criminales; luego, todos los varones son
criminales. Toda religión es violenta; luego, cualquier religión que no sea la judeocristiana es pacífica. A este sinsentido común cabe prestarle asentimiento
ciego bajo el nombre de solidaridad, de clase o de género. No basta con callar
o no oponer resistencia. Cuentan contigo y conmigo para enjaular y sacrificar,
a imagen y semejanza suya, nuestros nombres en el voraz altar de Baal.
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