En plena descomposición del ideal
ilustrado resplandece más oscuramente la hipocresía filistea. Sus secuaces
jamás han sido aficionados más que a enmascarar su prepotente vanidad con la
autosatisfacción de sus necesidades más superfluas. Visitan museos con aguda
mirada, acuden a conciertos cabeceando el compás, reservan mesa en fondas
lechuguinas. También leen. De mentira de la mala. Gente de exquisito gusto,
sólo hojean los textos que no pueden
obviar sino con displicente encanto en alguna conversación mundana. Antaño,
embrutecidos y, por ende, más cínicos, los burgueses acumulaban en sus
bibliotecas de madera tallada volúmenes primorosamente adornados. Preferían las
novelas. Hogaño, almacenándolos en buses universales en serie, sus
descendientes hipsters catalogan putrefactos archivos en interminables listas pseudoacadémicas
que puedan descargarse aleatoria y automáticamente. Picotean ensayos. Más que
la palabra exacta, enhebran los adjetivos más pomposos y versátiles capaces de
anular cualquier reflejo de inteligencia. Como estas líneas, cuanto más
bizarras sean sus asociaciones, más rozan con la yema de los dedos el ideal
insulso de su estúpida estética. Con monstruosa precisión profética, una
entidad bancaria ha invertido la acepción más ruin de la filosofía en el neologismo de digilosofía: en una
app, la sabiduría al alcance del dedo. Cómprala. Tolle, et lege.
28/3/19
20/3/19
Sé que me van a llover las críticas.
Este tipo de metáforas meteorológicas
son muy del agrado filisteo. Logran también con ellas la cuadratura de sus
parábolas: ocultar su mala conciencia bajo el manto de un ecologismo de pega. Lluvias,
terremotos, tsunamis (que han sustituido los menos sofisticados maremotos)
sirven a sus intereses biempensantes y malintencionados. Por definición un
filisteo evacúa obviedades malolientes como si fueran un deshecho de prudencia
y de sentido común. La medida de su valentía intelectual se acrisola en su capacidad
de complacer a sus amos. Asume con incómodo placer que pudiera echársele encima
un alud de la misma porquería amarilla que, pornográfica, disfruta descargando sobre
sus enemigos. Como es consciente de que la jauría de hienas y coyotes anónimos
que patrullan sin descanso la reserva sin escrúpulo de las redes sociales acechan
cualquier (aparente) desliz para saciar su bulímica desesperación, con la
precisión chamánica de esos chamarileros que se dedican a la asesoría política
modula mensajes que, en lugar de contradecir, consigan reforzar los argumentos
de Mammón. Prostituirá, libertino, a la viuda bajo amparo legal. Solidario, si
no ejecuta su desahucio, hipotecará al huérfano, totalmente reformado, desde un
vientre alquilado. Agiotista, comerciará impúdicamente con la fe y la raza del extranjero.
Vae victis!
12/3/19
Implementar alternativas.
Caracteriza la jerga filistea la
exhibicionista tendencia a la paráfrasis, no para aclarar o ilustrar los
conceptos que expone, sino para rodearlos de una aureola de divina y novedosa
eficacia. Más que nombrar la nada, se propone, con espeluznante éxito, corroer cualquier
atisbo de significación. Mecaniza con aparente asepsia su léxico y su
gramática. Deja así expedito el camino para que el principio de no no contradicción pueda operar con funesta
y estúpida precisión. Analicemos la fórmula que expresa que se han tomado
medidas destinadas a aniquilar toda resistencia no a las novedades sino a la
novedad como proceso constante e indiscutible. Como ha adoptado un relativismo
prudencial, el filisteo no aspira a implantar doctrinas o instituciones. Se
conforma con suplantar las existentes. Es decir, no las suprime; las diluye. Por
ello, implementa. Ejecuta meras posibilidades que neutralizan y desestabilizan
el contacto entre las palabras y las cosas, entre el ser y su representación.
Allí donde apenas se rozaban las infecta de arbitrariedad. No se opone a ellas.
Simplemente las confunde. Multiplica, indiferentes, sus opciones. No obra;
opera. Un acto fija, con un límite, su principio y su fin. Una alternativa
especula, con su valor, el precio de su aplicación.
4/3/19
Hacer historia.
En nuestras sociedades filisteas el saber, menospreciado, se está viendo por fin encajonado en el maletero de los algoritmos informáticos. Sus contenidos deberían ser, por imperativo democrático, accesibles mediante el fácil clic de ese otro espantoso lugar común en él enunciado. Entretanto la memoria está ya secuestrada por las fuerzas bravuconas de la no no contradicción. Innecesaria y reaccionaria en el individuo, se la entroniza como la dominatriz más exigente de las fantasías colectivas. ¿De qué sirve el esfuerzo de comprender si basta entregarse a las emociones más desaforadas? ¿Por qué no comparar las razones de la muerte de Sócrates, si son tan exigentes como menos actuales y atractivas, con la performance melodramática de cualquier juicio? ¿A quién le puede interesar la toma de la Bastilla cuando tiene a mano la posibilidad de compartir el trompe de l’œil de un selfie en sus redes sociales? ¿No es preciso aceptar con estúpida complacencia que entre conocer los sórdidos detalles de la creación de La filosofía en el tocador de Sade y practicarlos alegre y despreocupadamente a cargo de la Seguridad Social existe la misma diferencia que entre el aburrido y moralista aprendizaje y la proactiva y simpática pedagogía? Ami(e)s, encore un effort.
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