29/4/19

Ocupar la centralidad.


La política paquidérmica de una reciente era todavía analógica, premilenial, buscaba situarse estratégicamente en el centro del tablero. En diagonal controlaba las esquinas desde donde, siniestras, las tácticas de enroque y aislamiento desplegaban sus secretos más turbios. Hoy el asalto a la torre digital de Babel ha replicado, por las ósmosis de sus aplicaciones, sus potenciales marcos. Los juegos se ganan ahora en las intersecciones. Es preciso okupar las casillas extrañas y ambiguas, las más rentables en las partidas simultáneas y cruzadas que arbitra el estrábico Ojo de la globalización. Como si fuera un circo de tres pistas deslocalizadas, sus cruces son tan inesperados como previsibles mediante algoritmos indeterminados. Al orden sucesivo y lineal -en sentido paródico, patriarcal-, que transmitía el sentido de un universo delimitado, se le opone con furor incuestionable la estructura rizomática, heterogénea e in-significante, de una dogmática transgenérica. A los líderes carismáticos que se rodeaban de guardias pretorianas les sustituyen efébicos espantapájaros a quienes cortejan ninfas empoderadas. Gobierna, indiscutido, el deseo de Nada. Bajo la apariencia de hipócritas grescas, las democracias someten a votación su feroz spleen. Hasta bajo la rúbrica de populismo, estetizan su impotencia social y educativa bajo nostalgias (contra)rrevolucionarias. Sic transit gloria mundi.

21/4/19

Seamos realistas.


Este eslogan viejuno, de cuyas consecuencias nadie parecía acordarse, quiso imponer las peticiones más descabelladas de sus promotores: la playa bajo los adoquines de una inteligencia sin control, mediante la violencia revolucionaria, tras los límites de cualquier Decálogo. Su realismo atroz reclamaba lo imposible:  No matarás; No robarás. ¿O acaso no se exigía bajo libertaria impunidad que estaba prohibido prohibir? Semiolvidadas a mala conciencia, vuelven a reivindicarse entre vítores, impúdicamente, las más sórdidas acciones de aquellos años plúmbeos, como si hubieran sido las hazañas épicas de una Troya lujuriosa y caníbal dispuestas a engendrar nuevos sueños multicolores con los antiguos monstruos de su sinrazón. No les basta, sin embargo, con su reactualizada dialéctica de las sonrisas y los crímenes. Resulta intolerable que la sangre de sus hermanastros siga gritando desde el suelo. Con impunidad vociferan a coro la brutal adaptación de su antigua consigna: Seamos realistas. Neguemos lo posible. Entre la carcajada y el sollozo, con demente solución de continuidad, se va legislando a golpes de sentimientos la demolición de la naturaleza humana, decretada ya inexistente, a fin de extirpar la geografía física y moral de una tradición que había rasgado en dos el velo del Estado. Quae sunt Dei, Caesari.

20/4/19

Mirar al futuro.


Aunque el neofilisteísmo se asigna con toda naturalidad -es decir, arbitrariamente- las etiquetas que mejor le convengan en cada momento, prefiere, entre todas ellas, dos que se esfuerza por identificar espuriamente, con resultados más que exitosos: demócrata y progresista. Mientras se dedica a gestionar con biempensante sumisión la cartera de beneficios sociales y políticos de sus amos, suele adoptar una postura afectada, cuando no contrahecha, para aparentar que otea un feliz por espantoso porvenir. Su fin básico es neutralizar cualquier recuerdo al sur del pasado a fin de que pueda llover fuego y azufre sobre quienes huyan de sus predicciones impías. Con el rabillo del ojo puesto en la escenificación agraviada de sus fantásticas distopías pretéritas -bajo el rótulo de memoria histórica-, se entrega con desenfreno a diseñar por anticipado las soluciones que deberán provocar los todavía inexistentes problemas que permitan autocumplir sus pretendidas profecías científicas. Dos pasitos adelante, uno atrás. Como un descendiente de Lot, delante de su tradición disuelta en sal, habrá que apresurar el paso antes de que, en nombre de la paz, queden bien trancadas las puertas bifrontes de una sociedad transhumana. Humeantes, sus ruinas alumbrarán más puras los estertores de su día más fatalmente silencioso.

19/4/19

Una tragedia evitable.


Al no soportar, ni tan siquiera admitir, la sola posibilidad de la frustración, la sociedad neofilistea revisa y censura la preceptiva entera de cualquier género, literario o no. Se precisa sobre todo hacer insípida la más insuperable de las provocaciones que debe enfrentar: la muerte. ¿Cómo soslayar la tragedia? Su casta sencillez debe ser ultrajada con asepsia procaz. Como debe grabarse siempre fuera de escena, sus consecuencias más espeluznantes requieren ser difundidas con obsceno detallismo para no herir la sensibilidad de los espectadores. Entretanto, su trama se habrá construido sobre un cúmulo de episodios decididamente inconexos que deben culminar en una peripecia conducente con tenacidad tupida, a través de innumerables protocolos contradictorios y superpuestos, a la anagnórisis de su desdichada reality. Como también los caracteres son prescindibles o intercambiables, aunque no  la acción que representan, deben poder expresarse entrecortadamente, con voz nasal, entre sollozos, balbuciendo las abrumadoras y ridículas obviedades del dolor. Suscitan así la compasión de los buenos sentimientos. Las orquestinas de los tanatorios subrayarán infatuada la emoción aterrorizada de la despedida. Se cierra entre lagrimitas la cortinilla antes de incinerar la memoria. Por medio de la condescendencia y el disgusto se logrará corromper la catarsis de tales pasiones.

13/4/19

Luchar por la paz.


Entre los pomposos valores que el neofilisteísmo se empeña en descapitalizar con chamarilera sonrisa ocupa un rango de honor el prostituido concepto de la paz. Aniquilado por aristocrático cualquier principio, se hace preciso instaurar la tiranía de los buenos sentimientos capaces de someter cualquier principado de paz al terror de la armonía universal. Sus más estrictos devotos invocan, como mantras sublimes, cuatro lugares comunes saqueados a Kant con la voz en falsete de John Lennon. O peor aún. Tatarean los estribillos del escarabajo pop bajo la indiscutida autoridad del relojero ilustrado. Bajo el efecto de una alucinación inducida, legislan y ejecutan la disolución de cualquier diferencia con el exacto y disciplinado reconocimiento de cuanta excepción pueda fantasearse. Al ser nombrada cada una de sus delirantes variedades, de inmediato es clasificada y sancionada debidamente en la taxonomía de la nueva Creación que está abortando el Arca de Mammón. Sellada en las frentes de sus súbditos por el signo de un nuevo arco iris, la paz perpetua consolidará la guerra sin cuartel, ecológica y epicena, contra quienes se atrevan tan siquiera a abstenerse de rendirle culto. Se les exigirá retractarse adorando blasfemas palomas mientras batan ramos de olivo. Give peace a chance!

5/4/19

Hay que evitar crear alarma social.


Ceñudo, el filisteo siempre ha procurado evacuar esta escabrosa máxima ahuecando la voz. En el vacío en que la hace resonar hoy silba además una siniestra risa entrecortada. La impersonal perífrasis obligativa, seguida de dos verbos que armonizan, como en un oxímoron, la abstención y la acción, excusa de cualquier responsabilidad a quien la pronuncia siempre que recaiga de inmediato sobre su interlocutor. Tortuosa e inelegante, ejemplifica la condición performativa del principio de no no contradicción. Realiza un acto y, simultáneamente, lo desdibuja, a fin de imponerlo incontestadamente. Como quien jura por imperativo legal, reclamar contención esparce la duda sobre el alcance irreal de toda situación. En una sociedad asediada por delirios histéricos, se asume entonces el concepto de culpa bajo la especie de víctima. Sólo así puede cualquiera sentirse a salvo. Puesto que la sensatez es autoritaria, la democracia debe ser insensata. Puesto que el universal es una falacia cultural, la falacia consecuente debe considerarse un incontrovertible dato universal. No puede existir otra lógica que la de la Ley, cuanto más arbitraria, más dogmática, por particularista. Según el caso, sí, no o tampoco. Sólo en un estado de permanente alarma, podrá disfrutarse una (incierta) tranquilidad. Summa iniuria, summum ius.