27/12/17

Felices fiestas.


En el tránsito a la consumación de la apostasía occidental, uno de los primeros apeaderos en construirse hacia la cancelación de la imagen del Edén, que, renovado, nos recuerda cada nacimiento, fue sustituir la alegría de la Encarnación por el jolgorio de la Gnosis. A fin de no ofender a los que habían perdido la fe, permitiéndoles que, sin ninguna renuncia, se apropiasen de nuestra felicidad, se empezó a utilizar indistintamente el misterio de la Navidad y la parodia sacrílega de su celebración. A continuación, se arremetió contra el consumismo navideño creado a propósito como manifestación encubierta de la hipocresía de nuestra sencilla esperanza. La Caída debería ser irrevocable para que puedan regresar, triunfales y vacíos de cualquier contenido que no sean sus nombres, los antiguos dioses que restauran el placer de la orgía sacrificial. Empieza a asomar así el gusto astrológico por adorar el equinoccio. Nuestra vergonzante sociedad filistea admite disfrazarse de dragón o de rata en un desfile multicolor o tolera con indiferente disimulo el fin del Ramadán. En cambio, rechina los dientes ante la liberación pascual de la muerte. No cabe duda de que disfruta cargando de nuevo las cadenas del Faraón sobre el pueblo de Dios.

19/12/17

La fiesta de la democracia.


Ante una expresión de tan hedionda e hipócrita cursilería, un mínimo sentimiento de vergüenza ajena, aliado con una aseada decencia intelectual, debería casi obligar a puntapiés a los náufragos de la política a recluirse en invernales cuarteles anarcorreccionarios. Resulta difícil de soportar impávidos la sonrisa estúpida y estafadora de quienes la profieren babeantes, antes de verlos arrancarse con unos pasitos chamánicos en torno a la ¡URNA! en la que pretenden incinerar todo ejercicio de responsabilidad cívica. Idólatras de la nada, querrían convencer a los electores de que la pesada carga del negocio público, que, en estricta semántica socrática, no basta con que les preocupe, sino que compromete, antitética, su virtud, es la divertida dinámica de una yincana infantil. ¿Es casual que se las elecciones se celebren en colegios? Cabría proponer atar globos a las mesas electorales y que sus presidentes y vocales e interventores se disfrazasen de payasos mientras, con entusiasmo congelado, depositamos con algarabía -¡hip, hip, hurra!- el voto de nuestra vida y de la del de más allá. Como en la ruleta, rusa o no, siempre gana la banca. ¿Qué se celebra? Que estamos jodidos, pero contentos. Al final de la dichosa jornada, recontado, todo ha salido ganado.

11/12/17

Derecho al olvido.


Sólo una sociedad que ha convertido la transparencia en el criterio tolerable y absoluto de una objetividad negada a priori puede aceptar, aunque sea a regañadientes, la profana catarsis regulada del olvido digital. Como su atenuante, el ejercicio transparente, que es capaz de reconocer y desactivar el tabú de la verdad, no cede en alcanzar su cénit mediante la revisión denominada ciega y externa. Es simultáneamente rito y procedimiento administrativo, a fin de que la representación de sus actos pueda (des)legitimar mutuamente sus contenidos. Sólo puede impartirse la máxima (in)justicia posible ante identidades borradas, en un implacable juego de asimétricas correlaciones de fuerza (ir)racional. Es preciso que las redes sociales borren el rastro batido de este nuevo medievo a los que las armaduras de alias y sobrenombres apenas protegen de la devastación anónima de su criminal estupidez lingüística. El olvido debería entonces procurar la descansada condena del ostracismo, cuando sea ya demasiado tarde. La segunda oportunidad sería la derrota que le librase a uno del obsesivo deber de relatar su (in)existencia. Con alivio, con humillación, con terror, no comprendemos que somos los despojos perpetuos, inconexos, del presente algorítmico en que se descompone la apariencia (des)jerarquizada de nuestros sueños.

3/12/17

Ha venido para quedarse.


Como la primavera de Antonio Machado, la críptica e insulsa frase de marras ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Antes, la naturaleza estallaba, sorpresiva, en la melancolía otoñal de la voz de un poeta. Ahora, la fórmula que, si viene para quedarse, debe fosilizar cualquier atisbo de vida se repite con un deje resignado, invernal. Bruñe espléndida con su dureza metálica, neutra, el sombrío poder de la jerga con el que cualquier departamento de organización empresarial la ha facturado. Dado que en nuestra sociedad están proscritas, por agoreras, palabras como dificultad o problema, en su lugar se emplean eufemismos como retos y desafíos, borrados a su vez, en un afán máximo de pureza insustancial, por las vagarosas oportunidades. Es preciso pulverizar cualquier resto de decencia caballeresca y medieval. Queda la mala conciencia que nunca se ha ido. Con estoicismo calculado, casi con una mueca desesperada, no queda otra que recibir al huésped indeseado y temido, sin cesar convocado e invitado. Han venido para quedarse aplicativos, infografías, ránkings, fluxogramas…, acompañados del espectral cortejo técnico que los usufructúa. Han okupado el espejismo reciclado del progreso económico. Con ellos prendemos, hipnóticos, fuego a la riqueza, antes de vender su irrastreable humo.