Como
si la política fuera un tablero de parchís, malicioso y aburrido, sus
relaciones se calculan por la tirada trucada de los dados. Agazapados en
lugares seguros, bloqueando el avance adversario, ansían nuestros corsarios filisteos
la oportunidad de progresar veinte, treinta casillas en cada jugada mientras envían
al cuadrado de salida las piececillas codiciosas que a punto están de alcanzar
la recta final. Braman de furia si el enemigo les traiciona y el amigo les es
fiel. Exigen envalentonados que la trampa valga como un triple seis doble. Se
exasperan ante la vileza de tener que respetar las reglas. Renuncian al turno
para atrapar por la espalda a quienes vigilan y denuncian sus comportamientos. Llegados
al poder, giran el tablero y proponen empezar una nueva partida. En la oca caracolean,
casilla adelante o atrás, por pasadizos subterráneos que dejan boquiabiertos a
los oponentes con la excusa de que siempre les debe tocar, por el imperativo
democrático de que todo les resulta igual. Sus fichas llevan grabadas los
barrotes de una cárcel y la calavera de los crímenes que tapan en sus sépticos pozos
partidistas. Antes de salir, descalificados, no dejan entrar a nadie en sus
amañadas partidas. Hagan sus apuestas.
25/9/18
17/9/18
Ir a por todas.
En el
modelo de timba que, desde el barroco, nuestra vida pública ha ido esculpiendo
su modo de gobernar destacan quienes, con más desparpajo, se entregan a las
prácticas más viles e innobles del medro. Modélica es la profesión política. Cualquier
atisbo de mérito civilizado ha vuelto a ser grotescamente arrasado. Más que
voluntarista, una desesperada vaciedad exige arriesgar la desposeída dignidad a
cambio de un tétrico acomodo en un sistema de recíprocas usurpaciones. El dogma
de la igualdad exige de la ceguera de la justicia la arbitrariedad más regulada
posible. Clientelismo, caciquismo, tribalismo no son sino expresiones de un
darwinismo bipolar que selecciona los especímenes más truhanescos y
marrulleros. El cimiento de nuestra unidad es la alternancia revanchista que
aspira, a por todas, dejar al enemigo sin pan ni agua. Espectral, siniestra, su
memoria debe grabar a fuego el borrado de su olvido. Mejor, cada uno a lo suyo
y calladito, con el ay en el corazón de, si pasando desapercibido, toca la
tómbola laboral. Los tejemanejes más vergonzosos, como el trapicheo diurno de
títulos universitarios, relumbran en medio del silencio hasta que se monta la incorruptible
tangana que exorciza provisionalmente tantas humillaciones y el servilismo tuyo
y mío.
9/9/18
Espíritu de superación.
Por
su valor pseudorrevolucionario se debe considerar que las máximas neopedagógicas
triunfan en tanto que allanan el camino del desastre, siempre que logren
retener su mutua y efectiva consumación. Por endósmosis este resultado funciona
como el indicador más preciso de las plusvalías que genera la aplicación indiscriminada
y aleatoria del principio de no no
contradicción. En él cualquier apariencia paradójica se disuelve ante la
luz cínica de una eficaz lógica pragmática. En busca de que las palabras no transmitan
nada ni literal ni simbólicamente, una de sus principales reglas semánticas
consiste en utilizar cualquier término con su significado antónimo. Toda
originalidad merece ser vulgar para que brille con más originalidad, sin
restricción alguna, cualquier vulgaridad. Una de sus más azucaradas e
insalubres insidias irradia mejor que ninguna este fastidio condescendiente. Como
si fuese un emasculado sargento de los marines, se exige al maestro que no deje
a ningún alumno atrás. Jamás enseñando la exigencia, sólo orientando la
autosatisfacción, no se trata de igualar por abajo, sino de esclavizar por
arriba. Con su cuartelero desenfreno, materialista y dilapidador, el espíritu
de superación rinde así un beneficioso servicio, de primer nuevo orden, a las
diversas variantes oligárquicas de la victoriosa plutofrenia.
1/9/18
Ventana de oportunidades.
Si
cualquiera de los indistintos secuaces del filisteísmo triunfante, tras haber
perpetrado una cobarde y vulgar traición, con mueca mendaz se afana por calmar
a su víctima asegurándole que, gracias a su innoble acción, le está presentando
la ocasión de abrir una ambigua ventana con vistas a un sinfín de
oportunidades, cuenta por defecto con que será rematado tan pronto como cometa
la metafórica estupidez de asomarse. Confía zalamero en que ceda a la tentación,
comprensible y desesperada. Lo empuja hacia el cristal y son las mismas hienas de
ayer. Nada ha cambiado; sólo la gradación pixelada del sórdido paisaje de
siempre. A mayor mediocridad y desvergüenza, espera mayor recompensa. Con
cinismo evangélico, con golfería blasfema, los últimos, bien pertrechados de su
gimoteante demagogia, mantendrán el derecho de ser los primeros y los primeros padecen
la condena inexorable de ser los últimos. Por tautológica aplicación del
principio de igualdad, que nadie sea más que nadie significa que a quienquiera
que pretenda algo por sí mismo, sin pasar desapercibido, se le parte el
espinazo con una patada por la espalda antes de abandonarlo, entre mudas risotadas
de complicidad, en algún descampado maloliente por haberse pasado de listo. Demasiado
tarde para comprender.
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