Dado que la
naturaleza no responde sino a una construcción cultural que la descubre siempre resistente y limitadora, suprímase con la diferencia sexual, mediante su intensificada
diseminación, cualquier resto de orden y de jerarquía que se oponga a la
tiranía de la bárbara bondad. Con la igualdad tiránica, sin objeción posible,
impóngase el fratricida libertinaje. Disuélvase la gramática como la última
fortaleza de la familia. Arrebátense las grafías, pisotéense las concordancias,
exprópiese la significación. Si toda civilización es patriarcal y el
patriarcado es opresivo, sólo la barbarie sistemática será liberadora. Su
justicia se fundamentará en una indiscutible y esplendorosa petición de
principio. La democracia debe basarse en la igualdad rasa e instantánea de su
ciudadanía abstracta. La gramática, en el uso establecido y común de sus
hablantes históricos. Por tanto, no será democrática hasta que no sea sometida
a la vociferante votación de la turba enfurecida. Convertida la anécdota en categoría,
cualquier categoría será anecdótica. Sin Dios ni amo, fúndese entretanto una
sociedad sin padre, antes de que logre erradicarse, finalmente, la maternidad. En
un mundo autoperpetuado será preciso marcar en la frente del ser humano, a
fuego criminal, el estigma de Caín: la violación gramatical, impune, de su
género.
30/12/18
22/12/18
Dos (no) pelean si uno (no) quiere.
A Á. R.
Mientras que la
metafísica sostenía que la potencia sólo alcanzaba su perfección en el acto a
cuya realización tendía con energía indesmayable, la ilógica actual insiste en
que ningún acto tiene otro valor que sus posibilidades jamás realizadas. La paz
o la guerra dependían en otro tiempo de quien aspiraba a la (in)justicia, al margen
de su precaria y casi siempre derrotada dignidad. Con cínica sinceridad,
admitía que, para mantener la una, debía estar preparado para la otra. En vez
de guerreros, hoy a través de las redes sociales campan sin frenos ejércitos de
víctimas, es decir, de potenciales verdugos con pasamontañas. Sólo es
performativo el enunciado que convierta su condición en el garante impositivo
de la arbitrariedad que paralice la reacción de cualquier adversario. Si uno
quiere guerra, el otro, por descontado, no ha preparado la paz. Si aquel no quisiera la paz, éste no se habría visto obligado a preparar la guerra. En
consecuencia, dos pelean porque uno no quiere. Aunque los dos no quieran, el otro está provocando la pelea. La guerrilla es la continuación del politiqueo por sus
propios medios. El miedo -y su extremo, el terror- modula su mediática
violencia. Si vis bellum, para pacem.
14/12/18
Marcar la agenda.
Expresión de
triunfal estupidez, este sintagma de sabor toscamente anglicista llena la boca
de esa espabilada y vividora cohorte de filólogos frustrantes y envanecidos que
componen el negocio, estremecedor no sólo en su denominación, de la consultoría
política. De acuerdo con la técnica habitual de sus conjuros, tanto en el uso
del verbo como en el del sustantivo experimentan con las posibilidades semánticas
de la lengua inglesa y la española. Como aprendices de brujo mezclan y confunden
aleatoriamente en la marmita de su neolengua
algunas de sus diversas acepciones. Fabrican así la poción que franqueará el
paso a la realización de sus abracadabrantes objetivos. Si para un hablante
normal la agenda remite a una lista ordenada de asuntos que deben ser tratados por
una junta o un comité en un determinado período, en labios de un posgraduado en
ocultismo político incluye el sentido oxfordiano de las intenciones subyacentes
de un grupo particular. En consecuencia, debe adaptar la locución “set the
agenda”, que significa influir o determinar un programa de acción, al contexto
recio del liderazgo ibérico en toda su ambigüedad trilera. Quien marca, tanto
prescribe como orienta, señala como realiza, resalta como indica. En suma,
estrictamente esperado, marca el gooooool.
6/12/18
Estamos trabajando en el acuerdo que la ciudadanía nos exige.
Dada la
prodigiosa monstruosidad de su sintaxis, la frase que encabeza, epiléptica,
este párrafo debe considerarse, estrictamente, un microrrelato. Breve, de naturaleza ficcional y de condición
narrativa, contiene en cada uno de sus pleremas la voluntad de un discurso
desviado, de base tropológica y figurativa. Mediante un repelente anglicismo
sintáctico y léxico, que con infatuada modestia da por descontado que el oficio
político consiste en una marrullera técnica de negaciones negociadas, describe el
debate de cualquier asunto público como una carrera en bucle cuya meta, por
herméticamente inexistente, la alienta sin desfallecer. Toda decisión debe
diferirse, por sí misma, inacabablemente. En el acuerdo siempre pendiente,
jamás firme, a ratos transitorio, borbotea la imposibilidad de resolver lo real
sobre la presuposición chamánica del consenso. La oración de relativo es así un
conjuro idolátrico. A una abigarrada deidad, desdibujada y lejana, cabe aplacarla
con ritos y sacrificios engañosos que anestesien momentáneamente su
encaprichada y contradictoria ira. Sus mandatos son los naipes trucados de una
partida cruzada. A contrarreloj,
entre reproches y traiciones, filtrando con cinismo sobornable su despiadada
imbecilidad, el sanedrín que delibera el fascinante y tremendo Bien común se
ocupa, servicial, de mantener a salvo los beneficiosos intereses de su Mentira.
28/11/18
Romper la convivencia democrática.
Con honda
preocupación impostada advierten los tramposos sobre los riesgos de no ganar sus
manos ludópatas. En nombre de las reglas del juego, exigen, depredadores, la
excepción que quiebre cualquier cacareada seguridad jurídica, pues no existe otra
garantía que la más determinista arbitrariedad. Es esta su (auto)determinación: toda
reticencia debe ser pleonástica; cualquier resistencia, arrasada. Puesto que la
más mínima pretensión de verdad presupone un intolerable acceso de honradez
moral, la cual, habiendo sido oportunamente proscrita, puede ser apostada con
estupenda conciencia y sin engorrosas molestias en sus timbas clandestinas, reclaman,
como una condición indispensable de su sociedad de mutuos chantajes, que el
código de señas empleado deba ser aleatoriamente falso, sea en circunstancias
simultáneas, sea en ocasiones diferidas, tanto da. A veces sí, a veces no. Lo
que pasa de ahí, viene del Fascismo. Trasfunden así el transcurso de una amañada
partida de mus a la (des)articulación de una sociedad atiborrada de promesas
psicotrópicas. De igual modo que amenazan con dialogar sin descanso, mediante una
jerga directamente desproporcionada entre matonesca y puritana, prorrumpen en
sollozos alborozados ante cualquier atisbo de violencia. Como rufianes amorales en fantasías maníacas, escupen y patalean, con impotencia descerebrada. Su
ideal democrático: un frenopático amotinado.
20/11/18
Luz y taquígrafos.
Aunque en
aparente desuso, quizás pronto se revalorice este sencillo y falso eslogan como
el producto vintage del catecismo
filisteo que tiene por dogma angular la transparencia. Tal binario sinestésico mantiene
con él una deuda inexpugnable. Visualiza deslumbrante la relación táctil entre
la política y la corrupción económica bajo la que sirve con incómoda docilidad.
Con su odio servil y complaciente alimenta, imperioso, la insaciable voluntad
de ignorar la realidad conociendo hasta su más intrascendente detalle aleatorio. Con su
aire retro mantiene la ilusión proba e ilustrada de eficiencia administrativa
que permita cualquier atropello reglamentado. Dado que su objetivo consiste en
registrar, empaquetar y almacenar la evidencia informe de su propia búsqueda,
el procedimiento obliga, desengañadamente paródico, a crear toda suerte de
comisiones cuyos miembros no cesen de emularse gesticulando histéricos e
histriónicos, a fin de que así quede justificada la grabación de sus muecas y
de sus contorsiones, de sus gritos y de sus desplantes, como la única
sinsustancia investigada. Hipnotizados, entre bostezos, los espectadores
asisten a la reverberación nihilista de que el mal, en toda su descarnada y
aséptica brutalidad, es nada. Reflejados en sus pantallas, onanistas, admiran su repulsiva belleza de Narcisos ante un espejo de fango.
12/11/18
No sabe usted con quién está hablando.
Esta deliciosa y restallante expresión, como un latigazo de la paz perpetua que por decreto desean imponer los guerrilleros del instante tuitero, no sólo no ha perdido ni un ápice de su amojamada y furiosa actualidad, sino que ha alcanzado un grado de virtuosismo tal que se encuentra ya a disposición únicamente del esnobismo de los más refinados y desalmados hipócritas. La vagarosa e incierta ecuación que establece la derivada entre los conceptos de justicia e igualdad, por la cual es preciso considerar cualquier atisbo de decencia una intolerable desigualdad y, en consecuencia, la más mínima equivalencia conceptual una injusticia insoportable, requiere una inmediata reacción de condensación que paralice cualquier resistencia a sus esquizoides no contradicciones. Como en la química orgánica, obedece a un mecanismo de adición y eliminación. Puesto que la moral es a la (des)igualdad lo que la ontología a la (in)justicia, la tiranía del tuteo universal ahoga la escandalizada réplica de la singularidad proscrita. Puesto que la gramática es al (des)orden lo que la lógica al (sin)sentido, la sola intención de tomar la palabra encierra una amenaza difusa contra quien no tiene otra identidad que su arbitraria voluntad. Cínico y voraz, quien pronuncia la frase dicta sentencia.
4/11/18
Quien avisa (no) es traidor
En la formación
de un psicoanalista, obsesionada con escenificar situaciones terapéuticas,
suele decirse que tan importante como que observe es que se observe observando.
Pedante, mirón, el filisteísmo entreteje las angustias y las defensas de su
narcisismo paranoico analizando sin cesar su compulsiva tendencia al
(auto)engaño. No disocia la realidad que, mientras niega que exista, construye
a su capricho. Más bien, escinde sus delirios. Ha superado su propia estupidez.
Ha aniquilado su hipocresía. Brilla su maldad en su más prístina inocencia. No
finge lo que es; es la parodia de lo que finge. Plagia, estafa, se fuga como
aumenta la riqueza de su ignorancia. Juzgar como el descaro de una insaciable ambición
patológica las contradicciones más descabelladas e instantáneas pasa por alto
que los súbditos filisteos desconocen el sentimiento de la vergüenza y de la
culpa y que, por ello, no encuentran más reparación que la sublimación,
defensiva o agresiva, de su insignificancia. Ni olvidan ni perdonan porque
deben vengar -sacrificar- el inmemorial victimismo que compense su prepotente
superioridad. Puesto que la verdad es un obstáculo, no hay más noticia o
novedad que la falsedad. Dado que la lealtad es la más pérfida traición, sólo
el traidor avisa lealmente.
27/10/18
Choque de trenes.
Con tono no por
solemne menos excitado, mediante esta histérica expresión se advierte el
peligro de no alcanzar el consenso entre dos posturas contradictorias. Según la
lógica filistea, no se excluyen, sino que deben reconciliarse sin dejar de ser
lo que son y sin tener necesidad tan siquiera de ser. Estrictamente, no admiten contrariedad. Puesto que defender
cualquier postura es legítimo, todas ellas serían verdaderas simultáneamente
sin que cupiera admitir la falsedad de ninguna, siempre y cuando hayan
renunciado al principio de realidad. Según las emociones que suscite, la verdad
se transmite de los particulares a los universales y no al revés. Por analogía es
especialmente apropiado recurrir a una desfasada metáfora tecnológica. El
ferrocarril, signo de la modernidad industrial hace doscientos años, circula hoy
en día a alta velocidad por vías sin cruces ni pasos a nivel. Sin embargo, en
la imagen que nos ocupa se proyecta el recuerdo cinético de las maquetas
eléctricas. Absortos ante su circuito, seguimos anhelando y temiendo la
colisión, más lateral que frontal, de dos locomotoras, seguidas de vagoncitos de
madera a punto de saltar por los aires ante la boca del agreste y acartonado
túnel que representa nuestra historia. ¡Que síiiii! ¡Que nooooo!
19/10/18
Tod@s somos X.
Del sacro retruécano
barroco a la promiscuidad pop de la conversión lógica media la distancia
poética entre el Amor de Dios y el demonio del amor. En el patético teatro del
mundo filisteo se aplaude a rabiar cualquier perversión cuyas consecuencias
puedan satisfacer, vicariamente, la ebriedad sadomasoquista de una muchedumbre
enfurecida que se identifica, autoritaria e impune, bajo el pleonasmo
eufemístico de la palabra “democracia”. “Love is touch, touch is love”
silabeaba lánguido quien imaginaba un
mundo sin religión. Sus víctimas reales siguen sin ser sino objetos que
satisfacen momentáneamente experiencias alienadas de represiones frustradas y
frustraciones reprimidas. Psicópatas, sus deseos, asesinados, son reificados.
La catarsis trágica aspiraba a liberar, mediante la compasión y el temor, tales
pasiones de la necesidad ciega que arrastraban las acciones humanas. En el
espejo de su representación cruzaba por un instante el rayo de la anagnórisis.
Indistintos, superpuestos, meras incógnitas en ecuaciones artificiales y
descompuestas, sus protagonistas actuales proyectan, mediante el desprecio y la
desvergüenza, el caótico tumulto de la agnosis indiscutible. La extensión de
sus sofismas debe sufrir una inversión para afirmar la (in)dignidad máxima de
su lógica criminal. Si toda víctima es inocente porque yo lo soy, cualquier
adversario es culpablemente verdugo.
11/10/18
Dialogar sin descanso.
Con tono asertivo
el filisteísmo invita a los adversarios a dialogar como los enemigos se declaran
la guerra con feroz diplomacia. Quien primero invoque, con disimulada
violencia, la necesidad de sentarse a hablar rompe aventajado las hostilidades,
como si abriese una partida de ajedrez con el movimiento del gambito de dama.
Despliega sobre la mesa de operaciones un arsenal de afilados instrumentos de
tortura retórica. Con ludismo implacable, debe agolpar un catálogo de metáforas
contradictorias y repulsivas que logren reducir al interlocutor a la caricatura
más siniestra de sí mismo. Advertirle de que jamás cejará en la búsqueda de un
acuerdo encierra su más despiadada amenaza: sin cuartel y sin tregua, sin
prisioneros, perseguirá arrancarle una rendición extenuada. En el orden liberal,
deslumbrado por el ideal racionalista, la aspiración máxima era acabar en
tablas el mayor número de ocasiones. En el nuevo orden que amanece sus actores pactan
secretamente abandonar las partidas o volcar los tableros a traición. A
contrarreloj, sin condiciones, con hipócrita franqueza, cometen toda suerte de
trapacerías que invaliden el juego, por
defecto de forma. Nada debe acordarse sino la ausencia misma de cualquier
posibilidad de acuerdo. Dialogan como quien perpetra, impune, un crimen. Pro domo sua.
3/10/18
No hay que tener miedo al miedo.
Aunque
de formulación mediocre y tortuosa, esta expresión torticera acuña una muestra
refinada del papanatismo irresponsable que los filisteos más relamidos y canallas
paladean con babosa cursilería ante un público histérico. Ejemplifica como
pocas la esencial tarea de desfigurar cualquier ejercicio lingüístico que
aspire a comprender la realidad. En el plano retórico su misión equivale al
dialéctico principio de no no
contradicción al que simultáneamente refuerza. A negar lo que se afirma
acompaña el fin de complacer defraudando. No persuade; disuade. No conmueve,
agita. Con suficiencia apodíctica, transforma la fantasía más delirante en una
pesadilla paralizada. Convierte la prudencia en temeridad y en debilidad la
fortaleza, de modo que a la temeridad y a la debilidad pueda calificárselas de
prudente fortaleza. Mediante la atenuación, que convierte la valentía en una lítote
paradójica, la cobardía puede descansar con buena conciencia urdiendo sus
ardides más innobles. Con tono sugerente no anima a superar el miedo sino a desactivar
la vigilante crítica de la inteligencia. Confunde adrede sensatez con
resignación. A río revuelto, ganancia de estafadores. Perdido el miedo al
miedo, sus defensores observan aterrados el pánico violento que se apodera de las
espantosas hordas que blanden con furia anómica sus anémicas proclamas.
25/9/18
Mover ficha.
Como
si la política fuera un tablero de parchís, malicioso y aburrido, sus
relaciones se calculan por la tirada trucada de los dados. Agazapados en
lugares seguros, bloqueando el avance adversario, ansían nuestros corsarios filisteos
la oportunidad de progresar veinte, treinta casillas en cada jugada mientras envían
al cuadrado de salida las piececillas codiciosas que a punto están de alcanzar
la recta final. Braman de furia si el enemigo les traiciona y el amigo les es
fiel. Exigen envalentonados que la trampa valga como un triple seis doble. Se
exasperan ante la vileza de tener que respetar las reglas. Renuncian al turno
para atrapar por la espalda a quienes vigilan y denuncian sus comportamientos. Llegados
al poder, giran el tablero y proponen empezar una nueva partida. En la oca caracolean,
casilla adelante o atrás, por pasadizos subterráneos que dejan boquiabiertos a
los oponentes con la excusa de que siempre les debe tocar, por el imperativo
democrático de que todo les resulta igual. Sus fichas llevan grabadas los
barrotes de una cárcel y la calavera de los crímenes que tapan en sus sépticos pozos
partidistas. Antes de salir, descalificados, no dejan entrar a nadie en sus
amañadas partidas. Hagan sus apuestas.
17/9/18
Ir a por todas.
En el
modelo de timba que, desde el barroco, nuestra vida pública ha ido esculpiendo
su modo de gobernar destacan quienes, con más desparpajo, se entregan a las
prácticas más viles e innobles del medro. Modélica es la profesión política. Cualquier
atisbo de mérito civilizado ha vuelto a ser grotescamente arrasado. Más que
voluntarista, una desesperada vaciedad exige arriesgar la desposeída dignidad a
cambio de un tétrico acomodo en un sistema de recíprocas usurpaciones. El dogma
de la igualdad exige de la ceguera de la justicia la arbitrariedad más regulada
posible. Clientelismo, caciquismo, tribalismo no son sino expresiones de un
darwinismo bipolar que selecciona los especímenes más truhanescos y
marrulleros. El cimiento de nuestra unidad es la alternancia revanchista que
aspira, a por todas, dejar al enemigo sin pan ni agua. Espectral, siniestra, su
memoria debe grabar a fuego el borrado de su olvido. Mejor, cada uno a lo suyo
y calladito, con el ay en el corazón de, si pasando desapercibido, toca la
tómbola laboral. Los tejemanejes más vergonzosos, como el trapicheo diurno de
títulos universitarios, relumbran en medio del silencio hasta que se monta la incorruptible
tangana que exorciza provisionalmente tantas humillaciones y el servilismo tuyo
y mío.
9/9/18
Espíritu de superación.
Por
su valor pseudorrevolucionario se debe considerar que las máximas neopedagógicas
triunfan en tanto que allanan el camino del desastre, siempre que logren
retener su mutua y efectiva consumación. Por endósmosis este resultado funciona
como el indicador más preciso de las plusvalías que genera la aplicación indiscriminada
y aleatoria del principio de no no
contradicción. En él cualquier apariencia paradójica se disuelve ante la
luz cínica de una eficaz lógica pragmática. En busca de que las palabras no transmitan
nada ni literal ni simbólicamente, una de sus principales reglas semánticas
consiste en utilizar cualquier término con su significado antónimo. Toda
originalidad merece ser vulgar para que brille con más originalidad, sin
restricción alguna, cualquier vulgaridad. Una de sus más azucaradas e
insalubres insidias irradia mejor que ninguna este fastidio condescendiente. Como
si fuese un emasculado sargento de los marines, se exige al maestro que no deje
a ningún alumno atrás. Jamás enseñando la exigencia, sólo orientando la
autosatisfacción, no se trata de igualar por abajo, sino de esclavizar por
arriba. Con su cuartelero desenfreno, materialista y dilapidador, el espíritu
de superación rinde así un beneficioso servicio, de primer nuevo orden, a las
diversas variantes oligárquicas de la victoriosa plutofrenia.
1/9/18
Ventana de oportunidades.
Si
cualquiera de los indistintos secuaces del filisteísmo triunfante, tras haber
perpetrado una cobarde y vulgar traición, con mueca mendaz se afana por calmar
a su víctima asegurándole que, gracias a su innoble acción, le está presentando
la ocasión de abrir una ambigua ventana con vistas a un sinfín de
oportunidades, cuenta por defecto con que será rematado tan pronto como cometa
la metafórica estupidez de asomarse. Confía zalamero en que ceda a la tentación,
comprensible y desesperada. Lo empuja hacia el cristal y son las mismas hienas de
ayer. Nada ha cambiado; sólo la gradación pixelada del sórdido paisaje de
siempre. A mayor mediocridad y desvergüenza, espera mayor recompensa. Con
cinismo evangélico, con golfería blasfema, los últimos, bien pertrechados de su
gimoteante demagogia, mantendrán el derecho de ser los primeros y los primeros padecen
la condena inexorable de ser los últimos. Por tautológica aplicación del
principio de igualdad, que nadie sea más que nadie significa que a quienquiera
que pretenda algo por sí mismo, sin pasar desapercibido, se le parte el
espinazo con una patada por la espalda antes de abandonarlo, entre mudas risotadas
de complicidad, en algún descampado maloliente por haberse pasado de listo. Demasiado
tarde para comprender.
24/8/18
Ingeniería social, genética...
Aunque
nuestra turbia época invoca con machacón servilismo términos vacíos de
cualquier sustantividad como el de excelencia, la innovación que proclama con
abducido entusiasmo no guarda otro objetivo que capar cualquier atisbo de
originalidad creadora. La Creación ha sido ya encarcelada preventivamente en
los calabozos de la creatividad.
Literalmente nada que no pueda ser descuartizado y replicado en un laboratorio
merece ser permitido. Toda definición debe ser proscrita por su arrogante tufo
a dignidad resistente. Vagarosas, las identidades se construyen por adición, por
sustracción, por alteración o por inversión. Meros ejercicios retóricos, no persiguen
ninguna utilidad. Se limitan a probar, con jubilosa furia, su eficacia autodestructiva
de toda norma moral. Exigen confundir la costumbre con la convención para
entronizar entre aclamaciones aterrorizadas la arbitrariedad como su ilocalizable
divinidad. Será ley la jungla. No una jungla virgen y feraz, sino otra,
exclusiva y total, diseñada con férreos dispositivos de ilimitada
actualización. En vista de su inalcanzable simplicidad divina, la vida humana se
empieza a ahormar en la genómica fundición de un mecano articulado según
procesos de producción, rendimiento y ahorro cuya regulación eficiente se ha depositado,
a latigazos especulativos, en manos de una ética aterida. Todo deberá sujetarse
a ciega previsión.
16/8/18
Salir de tu zona de confort.
De
entre las cínicas y repulsivas expresiones metafóricas que el chantajismo
filisteo suele exprimir con estreñimiento facial que, sonriente o no,
constituye un síntoma claro de que está perpetrando alguno de sus timos más
rentables, sobresale la referencia indirectamente negativa a todas esas
comodidades que en su caso persigue con avaricioso denuedo y que denuncia con culpabilidad
codiciosa en el de los demás. La que nos ocupa sintetiza mejor que muchas otras
la condescendencia desvergonzada con que se aplica a enmascarar su virtuosa
grosería. Como detesta cualquier rincón de intimidad que no pueda pisotear, en
lugar de juzgarlo, se limita a menospreciarlo sumariamente. Como tampoco ha
acabado de librarse de la escoria moralista que sigue coloreando su ética de
mercadeo, confunde adrede el esfuerzo y la austeridad con la diversión y el
derroche. Empeñada en trucar los puntos cardinales que aún puedan resistir el
asedio magnético de sus experimentos transhumanos, no deja de provocar que las
virtudes salgan al descampado donde pueda forzar, a gusto, su voluntad. Bajo la
artera hipocresía desnuda la prudencia y, tras la justicia, manosea su tiránico
beneficio. Prostituye la fortaleza por la vanidosa contumacia y, según el
capricho disipado, amordaza la templanza. Sub
angelo lucis.
8/8/18
Pasar pantalla.
Esta
expresión, particularmente estúpida, contiene una pose retro que juega a fijar
los implícitos fenomenológicos que tanto divierten el aburrimiento filisteo,
entre cuyas defectuosas virtudes siempre ha sobresalido su insuperable ingenio
para trocar en anodina cualquier estrafalaria ocurrencia que, por viciosa
ignorancia, ha acostumbrado a considerar idea. Indolentes, antes sus insomnes militantes
hacían ver como que leían un libro pasando sus páginas. En realidad,
literalmente, daban vuelta a las hojas con sus bostezos. Ahora, con un
abatimiento que desean disimular con su desencarnada defensa de la innovación,
entretienen la asfixiante espera gris y uniforme de sus insatisfechos beneficios
pasando, en pasado, contundentes y aguerridas imágenes que se suceden a una velocidad
cuanto más vertiginosa todavía menos inverosímil. Virtualmente, en imagen, se
limitan a clicar sobre un fantasmal ratón su sentenciada visión de la vida
humana. Su depredadora -y neodarwinista- concepción de la política se asemeja
así a un videojuego que difumina su brutal moralina incitando a acceder sin
descanso a nuevos niveles de dificultad para atracar bancos, atemorizar dragones
o prostituir pirañas. Con inexpresividad desencajada, con pornográfica monotonía,
con execrable buena conciencia, sus avatares ríen, lloran, gimen. Para tomar
impulso, pantalla adelante, les basta dejarse arrastrar por su enajenada inercia.
31/7/18
Las encuestas nos sonríen.
En la
cima expresiva de la fe cristiana, que se mueve, barroca, entre los claroscuros
tenebristas, santo Tomás adelantó, incierta, la mano hacia el costado que le
señalaba una mano traspasada. Tecnológica y disciplicente, pagada de sí misma, nuestra
sociedad da por amortizado, injustificable, el testimonio de la amistad y de la
confianza. Suspendida sobre la insegura demostración de la inercia democrática,
no cuenta ni siquiera votos sino sumandos abstractos, clasificados tétricamente
por nichos en el campolaico de sus
inversiones especulativas. Los asesores de comunicación deben entregarse, poseídos,
a las cifras de la estadística como los arúspices se lanzaban sobre las vísceras
de un ave. Hurgan en ellas según el tamaño de la muestra encargada, el color de
los gráficos que diseñan o la forma de los mensajes recalentados en sus
gabinetes. Aguzan el ingenio especialmente sobre el latido bilioso de la
marabunta que ruge tartamuda, expectorante, las consignas que amartillan mejor
sus estados de furioso (des)ánimo. Siguiendo las líneas de dispersión que las
plantillas y las fórmulas de sus programas informáticos trazan virtuales,
auguran las ambiciones y deslealtades de sus despiadados amos, iletrados. Sonrientes
y sudorosos, hechiceros decapitables, cotizan su esperanza en números volátiles.
Noli esse credulus sed infidelis.
23/7/18
El silencio de los cementerios.
Ante
el tópico romántico, Bécquer dudaba de que, sin espíritu, fuese todo
podredumbre y cieno, aunque le repugnaba, por fuerza, dejar tan tristes, tan
solos los muertos. Con alivio, con placer, el filisteo se deshace del pegajoso
silencio que se le adhiere ante su visión cenicienta. Reduce el polvo al polvo,
crema el alma y tapia el cielo. En su vacío los sollozos son interjecciones medicadas.
Bajo la catarata emocional que proclama como la más depurada forma de avance (trans)humano se oculta una paradójica y profunda aversión al cuerpo. A fin de
cuentas, el progre es una caricatura pagana de sus más esquemáticas caricaturas
judeocristianas. Niega con furia alelada que la naturaleza pueda ser redimida.
Sólo cabe modificarla, manipularla, corromperla. Su ciencia toda está al servicio
de la revelación apocalíptica -y demoníaca- de su error esencial que debe ser,
por la fuerza de la voluntad, corregido. En camino de legalizar todas las
perversiones, es imprescindible empezar a edificar una sociedad que ilegalice todo
residuo natural. No sólo conviene, sino que es una exigencia ética criminalizar
el ciclo de la vida. Los no nacidos y los agonizantes son potencialmente, en
acto, los delincuentes que, por generoso interés económico, toca despenar.
15/7/18
Poner el contador a cero.
El
adanismo tecnológico de nuestros comportamientos sociales y culturales, que
reproducen hasta la parodia los gestos más nimios de la naturaleza caída que ya
habían sido consignados en cada versículo de la creación del Génesis, siente
una adicción morbosa por pulsar cualquier botón de un dispositivo o una aplicación,
cuanto más lisos y relucientes, cuanto más parpadeantes, mejor. Ante la
pantalla en blanco, bloqueado, siente uno la tentación de reiniciarse. Ante
miles de copias de seguridad, protegidas por franqueadas capas antivíricas, uno
teme con enfurecida voluptuosidad que el reinicio despliegue una inmensa
planicie de signos incomprensibles. Histéricos, debemos pensar con los dedos,
terminales nerviosas de un sistema que ha usurpado la función -y pronto el
lugar- de nuestro cerebro. Nos llena de orgullo adorar una sabiduría digital
que se limita a acumular en almacenes desérticos megagigas de datos que
alimentan, sacian y fecundan el vítreo diseño de millones de métodos diferentes
de organizarlos. Si pierdes la memoria, qué pureza. Ahogados, sumergidos, en
abismos de cifras imparables, que contienen los secretos vacíos de nuestra
dignidad manchada, poner el contador a cero es el único sucedáneo que, implacable,
concede la suicida absolución de todos y cada uno de nuestros olvidos.
7/7/18
Minuto cero.
Esta
expresión insípida y monstruosa, engendrada de alquiler en alguna mazmorra de
la inteligencia filistea, atenta por derecho contra las normas más elementales
de la lógica. En su afán de remedar a cada instante la originalidad más
promiscua debe contraer hasta el infinito, como un chicle elástico, el tiempo
que se disuelve entre sus manos. Primero fue el año cero, más adelante el día, antepenúltimo
es el minuto, antes que ningún instante pueda tomar el relevo de un nanosegundo.
Subyace en su neutralidad un temor, de tan bélico, apocalíptico y virtual. Obsesionada
por la profundidad geológica de la era cristiana, el neopoder no se conforma
con travestirla; necesita su glaciación. Si el nacimiento de Cristo inaugura el
tiempo escatológico de la humanidad redimida, marcada para siempre por la
afirmación de la unidad, nuestra época replica, pagana y supersticiosa, cualquier
cosmogonía cuya poética puede quedar reducida a las cenizas minimalistas de
agujeros negros e hiperbólicas onomatopeyas paranomásicas como el big bang. El colmo angustioso de su
felicidad consiste en que nada pueda ser
todavía. Ni siquiera en potencia. Como un hongo atómico, aniquilará por eones hasta
el recuerdo del concepto de Tradición. Emergerá intacta, inatacable, su mentira.
Como un orgasmo retenido.
29/6/18
Minuto de silencio.
Envuelta
en su pestilente nube de buen tono tramposo, nuestra sociedad filistea
escamotea su estupefacción ante la muerte con la máscara sacrílega del silencio,
como si cada desgracia fuese, por hábito inesperado, un cargante fastidio que
debería poder registrarse -y calcularse- en las asépticas celdas de una hoja Excel.
Como en un truco de prestidigitador metonímico, intercambia la carta de la
indiferencia con la del respeto. Con pomposas caras de condolencia, tasa el
duelo de los deudores en los sesenta segundos que identifican su concepto de
eternidad. Inclina la cabecita y arruga la nariz a fin de contener el bostezo
somnoliento y aburrido. Tiesa, cerúlea, dándose palmadas en el cogote
para que alguna lágrima arrase su mala conciencia, exhibe impúdicamente su
disposición a olvidar instantáneamente el rostro borrado de la víctima. Y a otra cosa, mariposa. Enardecida, sin
embargo, la masa sospecha el engaño. Con toda lógica no se resigna a dejar de
rugir. Escupe su amnesia. Primero estalla, histérica, en aplausos y vítores,
como la expresión de su impotencia escatológica. Después, tribal, inmemorial, sabotea
y profana con sus gritos el mínimo resquicio por donde, inaudible, cualquier
palabra pudiera unir la tierra de los muertos con Quien vive celestial.
21/6/18
Bajo el imperio de la ley.
En el
entramado de cenicientos intereses que tejen nuestra sociedad necrofóbica y
calavera, este sintagma contiene una monstruosa e irónica contradicción en cada
uno de sus términos. Mientras considera antidemocrática e intolerable cualquier
norma que cohíba, indiscriminado, hasta el más vil de sus instintos, despliega
con afán bulímico exhaustos catálogos que reglamentan en detalle sus prácticas
aceptables, sin que dejen de eximir del cumplimiento de aquellas costumbres no
escritas que, por civilizadas, estaban grabadas en el corazón humano. Los
universales deben trocearse antes de ser empaquetados en forma de productos
financieros con los que se pueda especular piramidalmente. La ley divina,
desolada, resistía la desesperada brutalidad de nuestra condición caída ordenando
no matar, no robar y no mentir. Preservaba así los precarios límites de la
belleza, el bien y la verdad. En cambio, la ley filistea concede la absoluta y
degradada singularidad de deshonrar a padre y madre. Alquila los vientres y
codicia cualquier adulterio que corrompa la intimidad. A la mentira llama
fraternidad. Al expolio, justicia. Al asesinato, libertad. En esta cacofónica
torre babélica, que aspira a tapiar por completo los cielos, rige, aséptico e igualitario,
el Cortejo clonado de una desenfrenada Danza de la Muerte. Et pulvis reverteris.
13/6/18
La ley es igual para tod@s.
Esta
campanuda máxima liberal, que pretendía disimular los privilegios económicos y
sociales burgueses reservados a las costumbres depravadas de la
aristocracia, se ha democratizado a una velocidad de urgencia. Bajo sus
operaciones más cínicas y descaradas el tumefacto y glorioso principio de no no
contradicción puede regir ya desacomplejado nuestras existencias posthomínidas.
Que la ley sea igual para todes instaura
la regulación minuciosa de cada desigualdad, caso por caso, cuanto más
estrambótica y lacrimógena mejor. Más que invertir en valores, en cuya bolsa se
negocian sin descanso sórdidas plusvalías emocionales, esta neomáxima contradice hasta
desfigurar cualquier atisbo de sentido común que pudiera resistirlas.
Subalterna, no admite ninguna contrariedad lógica. Sus proposiciones deben
llegar a ser falsas simultáneamente, jamás verdaderas. El cumplimiento de la
ley es la expresión más intolerable de la injusticia. La práctica de la
justicia perpetra el más horrendo delito. Cuanto más inicua sea la ley, su
(in)justicia brillará más enfangada. El aforismo latino proclamaba que a mayor
derecho mayor daño. Con coherencia epicena, se predica que cuanto mayor
resulte la afrenta mayor será su justicia. Sin dioses, ni patrias ni reyes, el único
tribunal soberano dicta, enfebrecido, sentencia en el Circo de las redes. Delicturi se salutant.
5/6/18
Está en juego nuestro Estado de Derecho.
Fieles
y escasos lectores anticipan a veces, lacónicos y desolados, los rasgos clínicos
del putrefacto y avanzado estado de descomposición moral cuya autopsia se han
propuesto practicar, con gelidez quirúrgica, los limitados análisis de estos
incontables lugares comunes. Un lector irónico señalaba, por ejemplo, que
contra el populismo debía disertarse con gravedad mediante la desdichada frase
de marras que nos ocupa. Discreto, persistía en atribuir el clásico concepto de
gravitas, que debía adornar la
personalidad del político humanista, al pomposo engolamiento del croupier que
ha tomado su relevo gaseoso. Tenebrosa, la teoría política ya había advertido
la incompatibilidad entre el Estado y el Derecho. El complemento preposicional
era una fórmula de transacción, aliviada, que contenía un indisimulado oxímoron
o su emboscado retruécano. El Estado, de hecho, ha sometido siempre el derecho a
su insaciable y vertiginosa, caótica e implacable, expansión. Cuanto tocaba, lo
ha infectado de minúsculas. Muerto cualquier dios, ante el desecho de toda
majestad, le queda tan solo pujar y subastar el estado de derechos,
innumerables y cancerosos, que aseguren, incontrolable, el derecho de
sus estados. Adicto a su abismal funcionamiento, ha apostado todo o nada a sus
cartas marcadas. Salta la banca. Rien ne va plus.
28/5/18
Se precisa ejemplaridad.
Es
esta aparente virtud, tan cacareada, uno de los síntomas más finos del fariseísmo filisteo. Bajo su invocación cívica, de aires laicos, se manifiesta, con jactanciosa
humildad, como le corresponde, un hondo y cínico puritanismo. Cualquier
objeción, cualquier crítica a su concepto son desechadas con un gesto de
displicente fastidio, atribuyéndolas a las aviesas intenciones de la mezquindad
reaccionaria o a las insensatas provocaciones del infantilismo revolucionario.
A la ejemplaridad la gente ordenada le debe tributar una rendida y devota admiración.
Encarna, ecuánime, la dorada mediocridad. Sin excesos, sin estridencias, inatacable,
sólo infatuada. Consiste en asumir con perfecta naturalidad, con acabada
(in)modestia, que no cabe sino obrar o decir según esté o no bien visto. Quien
se comporta ejemplarmente desdeña la santidad, porque es inalcanzable y, por
tanto, intolerable. O tal vez contribuye simplemente a moderar su desmesura. A ponerla en
perspectiva, como un suplemento vitamínico al que tampoco hay por qué
renunciar. A las personas ejemplares se las reconoce porque sonríen o porque se
secan una lágrima furtiva. Como la madrastra de Blancanieves ante su espejito mágico, mantienen la dignidad en medio de los escándalos con
que suelen ajustarse las cuentas. Mea culpa: publicano, yo sólo río y lloro.
20/5/18
¡Sí se puede!
Este
tipo de exclamaciones, que siempre ha eructado, sincopada, la turba, adopta su
más refinada e hipócrita expresión en el uso indiscriminado de la primera
persona del plural. De una mentalidad resistente, que encarnaba la roqueña
épica que no daba un paso atrás ni para tomar impulso, se ha dado el salto a
una untuosa lírica de la afirmación. De la contención frente al innominado
enemigo al derrame incontenible de una personalidad colectiva sin rasgos,
disgregada, simplemente amalgamada. Victimaria, no persigue otro objetivo que
compensar imaginados agravios. Voluptuosa, paladea el insignificante poder de
sus sílabas mientras son gritadas. Bajo los efectos hipnóticos de recicladas
sustancias seudorrevolucionarias, parece que todavía vibre en ellas, casi
aullando, la pulsión histérica de los antiguos oráculos poéticos. Sin fe, sin
dioses, asqueada de su perturbadora fuerza, que descubre con sorpresa e indignación
los límites que sus infectas orgías hipotecarias y familiares les deben oponer para
ser prolongadas, sus huestes se resisten al pago de su fáustico chantaje transformándose
en ratas, en serpientes, en escorpiones. Como si fueran los miembros esparcidos
de Proteo, siguen berreando sus consignas y sus eslóganes, mientras asisten
desencajados, intolerantes, al eco de un canto que no se apaga: Soy quien soy.
12/5/18
Contra el populismo.
Tertulias
radiofónicas, artículos de prensa, entradas blogueras o ensayos ilegibles
caracterizan, debaten, critican y pontifican, con fruición murmuradora, sobre
los males pestíferos que el término de marras está inoculando en el grandielocuente
y ahíto cuerpo político de las sociedades occidentales. A fin de esconder la
caduca amalgama de resentimientos y odios atávicos bajo el que se envuelve, es
preciso delectarse en la forja mecánica de sintagmas en cadena, copiados de los
moldes pelmazos del estructuralismo más sociologista. Póngase cara intensa,
álcese con condescendencia gritona la barbilla, mezclando un prepotente aire
postotalitario, y añádanse unas gotitas de Foucault disueltas con anfetaminas de
Gramsci. Se materializa la imagen que dispensa de pensar. El resultado es de
una extraordinaria altura especulativa mediante cualquier forma de conversión
lógica. Verbigracia: toda enseñanza magistral es pura charlatanería; la pura
charlatanería es magistral. La verdad es una construcción cultural del
patriarcado. No hay verdad más indiscutible que las invenciones
antipatriarcales. A la mentira sin más se la ha de llamar posverdad. Populista
al simple demagogo. Los filisteos menean sus cabecitas preocupadas por el
imparable avance de los secuaces que los abanican. Si todo filisteo se
identifica como demócrata, el populista es el filisteo por cínica excelencia, inconsciente.
4/5/18
Tu solidaridad también cuenta.
Un
lector amigo preguntaba a qué se refieren exactamente estas entradas con su
frecuente uso del término filisteísmo. El peregrino absoluto contestaba que corresponde
a la arrogante presunción, snob y cursi, biempensante y autosatisfecha de su mediocridad,
con apariencia antintelectual, hipócritamente simpática, de quienes están
logrando imponernos su zafiedad moral y estética, así como su cálculo ruin,
como la más refinada e indiscutible norma social a la que cabe ajustarse sin
replicar. En el siglo XIX el filisteo era “el burgués”. Progre o carca, en nuestro
siglo asume, más o menos entusiasmado, el discurso dominante con la máscara sonriente
de un fúnebre Carnaval. Sus muecas espantosas exigen una obediencia invertida. En
rígida lógica filistea, la verdad se trasmite de lo particular a lo universal y
no al revés. Algunos varones son criminales; luego, todos los varones son
criminales. Toda religión es violenta; luego, cualquier religión que no sea la judeocristiana es pacífica. A este sinsentido común cabe prestarle asentimiento
ciego bajo el nombre de solidaridad, de clase o de género. No basta con callar
o no oponer resistencia. Cuentan contigo y conmigo para enjaular y sacrificar,
a imagen y semejanza suya, nuestros nombres en el voraz altar de Baal.
26/4/18
Llevarse la copa, la medalla (o la palma).
Esta
expresión contiene la ambigua relación paralímpica del filisteísmo actual con
la gloria deportiva de la Antigüedad, reciclada en souvenir de consumo masivo. La palma de la victoria es la marca
blanca de nuestro desfondado cretinismo. La tiranía democrática ha decidido que
tanto el primero como el último de cualquier carrera comercial se cuelguen de
su medalla. Lo importante es participar. De acuerdo con el principio de no no contradicción, si es preciso
perseguir la excelencia, la mediocridad debe ser descartada a
conveniencia. En consecuencia, cualquier mediocre es excelente y toda
excelencia debe ser mediocre. Como toda regla, conserva alguna excepción económica:
el fútbol. ¿Es preciso aprender ortografía y gramática? ¡Qué atraso, por
Belcebú! Mientras acentuar correctamente o escandir el ritmo de una frase con
un elegante punto y coma parece atentar contra la botarate creatividad que se
supone a cualquier ocurrencia, raya en lo espartano la vociferante exigencia de
perfeccionar hasta en el más mínimo detalle los automatismos de rondos y rombos y demás ejercicios balompédicos. Desposeído
del laurel, el poeta observa envidioso cómo sólo a labios balbuceantes y roncos
puede uno llevarse hoy el Grial del más inmortal aburrimiento, no por eterno
sino por su indesmayable repetición.
18/4/18
Saber posicionarse.
En el
sermón 72 al Cantar de los Cantares
san Bernardo de Claraval desplegó, majestuoso, la precisa extremosidad de su
arte retórica, mediante variaciones y derivaciones que disipaban la noche de
aquel mundo medieval con la fulgurante luz, escatológica, del día del Señor.
Inspiraba, espiraba, aspiraba cada palabra de sus espirales períodos. Respiraba.
En nuestra infame noche filistea, evaporado todo sentido religioso de una
gramática que ha sido herida por los tetánicos hachazos de la subjetividad más
tétrica, ha sido depuesto cualquier objetivo que no repte entre posiciones
escaladas -y conquistadas- a mediocres y brutales codazos. La caricia y el
gusto espiritual han sido proscritos por la pegajosa verbosidad que manosea y
lametea las deposiciones sentimentales más cursis. En los tiempos patrísticos
cada herejía dependía de dislocar una preposición sobre la Trinidad, la Maternidad
o la divina Filiación. Hoy la ortodoxia blasfema antepone cualquier
contraposición, cuanto más infectada mejor. Sus dominaciones y potestades, más
que manejar las piezas, procuran desplazar con el tablero las proposiciones que
fundan sus movimientos aleatorios e interesados. Insustanciales y crueles,
ciegan densas e impenetrables la aurora de la hora del Juicio, que ha sido suspendida
a divinis. Compone, sobrepone,
transpone todo sentido. En maloliente descomposición.
10/4/18
¡Islamofobia!
En su
sentido literal no debería resultar extraño que quienes agitan la rechinante
etiqueta que nos ocupa profesen las más fanatizadas y viejunas justificaciones
de la opresión que los biempensantes han logrado tunear bajo el lijado código
de la ideología de género. Solamente unas fatuas
seculares pueden sostener, sin la más mínima vergüenza autocontradictoria y en
nombre de grandes vocablos usados como adoquines, la sumisión absoluta y la
obediencia enfurecida al ídolo que quiere usurpar la gloriosa majestad de la
Palabra hecha carne. Como demonios rabiosos, no pueden soportar sin aullar la
inmarcesible enseñanza de que sólo la filiación divina garantiza la autoridad
de la ley. A gritos exigen grabar a sangre y fuego -¡silencio, silencio!- en la
piedra de todos los corazones la sanción de sus vicios. Entre regurgitaciones
farfullan la más odiosa consecuencia de la apostasía: llamar paz a la violencia
y amor a las pasiones más desenfrenadas. Cualquier réplica que les contraríe es
de inmediato censurada, perseguida y descuartizada. Celebrar la muerte del
Justo por sus pecados es una ofensa imperdonable, mientras reducir a escombros
la verdad de la persona se vitorea con frenético entusiasmo. Han clavado la
Verdad en una Cruz y no soportan su Luz.
2/4/18
Te recordamos allí donde estés.
De un
cinismo estremecedor esta frase, entonada con la voz entrecortada y los ojos
lacrimosos, expresa la vertiente más naíf de la estupidez filistea.
Inconsciente y bienintencionado, es decir, con insoportable mala conciencia,
quien la pronuncia debe emboscar con sentimientos pegadizos su descreído duelo.
Grabará el rostro difunto en una camiseta o se tatuará su nombre en el
colodrillo. El sentido dramático de la existencia humana, a punto de abismarse
en la desolación que es el sostén real de la esperanza cristiana, deja paso a
la representación espectacular de una magia profana. En el hospital, en la
funeraria, en la incineradora, el efecto maravilloso consiste en escamotear los
cadáveres cuanto antes. Como a ánimas en pena se honran fantasmales y alucinadas sus
imágenes “allí donde estén”. Aunque es de buen tono descartar la realidad del
cielo y del infierno, el paganismo de nuestra época no puede evitar verse
asaltado por sus ancestrales y gaseosas supersticiones. En vez de rezar por los
muertos, sus adeptos los conjuran en su propio recuerdo para que no les
atormente el espantoso vacío que les suponen. Si nadie pervive, nada les sobrevive.
¿Qué queda? El muerto al hoyo y el vivo
al bollo.
25/3/18
Dios ha muerto.
Y
tras Él el autor, el sujeto y, ¡ay!, el hombre. Todos con la máxima minúscula
posible, excepto su Nombre, despojado de cualquier atributo de majestad. Aún abrasan de rabia a la enfebrecida turba que, a gritos, reclama repetir hasta la
extenuación su embrutecedor linchamiento en efigie. Es preciso borrar todo
rastro de ser. Bramando, de la naturaleza debe extirparse hasta el
último vestigio de una chispa divina que pudiera seguir resistiendo el solipsismo
totalitario que, como un ídolo insaciable, devora profana la ofrenda de sí.
Sólo existe el yo como cuerpo,
individual o social. Hay que amputar, mutilar, raspar cualquier resto de pureza
original que permita reconocer una diferencia originaria, una alteridad
irreductible a infinita regulación. Prótesis, implantes y chips deben rebajar
la humanidad más allá de sí misma. Se prescribe el duelo como una orgía
ilimitada en la que cualquiera de sus miembros es intercambiable, reemplazable,
irrelevante. Todos son tú y tú eres nadie. Crear, dominar, engendrar han
sido clavados, fundidos, invertidos, en el árbol del conocimiento: destruir,
esclavizar, esterilizar. Forzado el querubín del Edén, la horda persigue
embriagada y desconsolada, alucinada, entre ruinas humeantes, el botín de un
jardín abandonado. De una tumba vacía.
17/3/18
Lograr masa crítica.
En
bocas pedagógicas este sintagma alcanza proporciones espeluznantes y
apocalípticas. Mezcla la física nuclear y el economicismo más burdo a fin de convencer de la
espantosa bondad de cualquier esperpéntico experimento curricular a plutócratas educativos sin escrúpulos. Cuanto más escándalo suscite entre la afónica camada
académica, con más placer se enjarretará en forma de titulaciones y programas universitarios. Su jerga suele expelerse con un deje de cansada autosuficiencia, como una
evidencia inexcusable de la innovación, que es el término bajo el que los
posmodernos adoran hoy el ídolo del Progreso. En estricta lógica opera con la
inferencia según conversión simple: Ningún reaccionario es innovador; luego ningún
innovador es reaccionario. Satisfecha con pulcritud demagógica la garantía de
la impunidad, se puede proceder a la derivación de toda suerte de conclusiones no no contradictorias. Como toda masa física es simultáneamente política,
toda crítica política debe resultar
de un estado de aglomeración física que sea capaz de ahogar cualquier
disidencia no reglada. A niveles de rentabilidad alquímica la gasificación debe
liquidar, como una reacción nuclear en cadena, cualquier bolsa de resistencia
del sólido periodo glacial del humanismo embalsamado. Nada más innovador que restaurar la barbarie, pues nada resulta más indignantemente bárbaro que la
tradición.
9/3/18
¡Fascista!
Como
insulto barriobajero el esputo fascistoide equivale, en términos zoopolíticos,
a los más directos y brutales, más clásicos, de “¡hijoputa!” o “¡cabrón!”.
Incluye siempre, más o menos latente, la fantasía de una amenaza de muerte que
presiona, psicópata, la impotencia del sujeto emisor. Escupida por un rufián,
al borde del síncope afónico, la exclamación padece una aspiración
consonántica, como si fuese el estertor de un enfisematoso. Con ronca y
entrecortada, espeluznante, entonación, arranca el largo gargajo hasta su lento
eco final: “¡Fa-ciiis-taaaaaa!”.
Entumecida por la furia, su expresión permite la alucinación de imaginarse un
digno partisano en vez de un mancebo de lupanar -o de partido político- que se
juega a los dados trucados la trágica pensión por crímenes milenarios, que fueron
y son como el ayer que pasó. Algo enigmático y laberíntico, vacío de cualquier
significación, cristaliza en tal explosión de rabia, de humillación, de odio. Con
una obsesión séptica se observa proliferar la infección hasta en los más
recónditos gestos. Si se conserva su memoria histórica, qué pureza. De sangre,
de fe, de ideología. Marranos, masones, malditos. Guerra sin cuartel hasta en
los cementerios. ¡Qué paz! Para no olvidarnos mutuamente, todos nos acabaremos
gritando a la cara: ¡Fascistas!
1/3/18
Políticamente correcto.
Esta
repugnante etiqueta que ha babeado por las fauces de cualquier ogro biempensante
es un típico subproducto del puritanismo protestante más descreído e implacable
y, por ello, más exportable y nominalmente universalizable. En su ruta al
triunfo absoluto ha dejado atrás incluso aquellos gallos aflautados que
soltaban sus adoradores cuando, con un guiño de aparente malicia adolescente,
aseguraban que, en cualquier asunto intrascendente, se permitirían opiniones
políticamente incorrectas. Este
excusable subterfugio retórico, en forma de lítotes, ha sido también prohibido.
En el despliegue absoluto de la Memez más ruin y totalitaria no existe espacio
para esas bromas que nadie debe entender.
En primer lugar, se deben erradicar los comportamientos y las actitudes que
pudieran catalogarse como discriminación. Como una marabunta, la casuística
resulta infinita. En cumplimiento de esta fase de deforestación moral, ha sido
preciso sustituir “sexo” por “género” y eliminar “opinión” en beneficio de “orientación
sexual”. Corresponde a continuación proceder a extirpar cualquier término
discrepante. Amorfa por poliforme, sólo pueden funcionar tautologías
abstractamente autocontradictorias. Por ejemplo, la diversidad ha de ser
inclusiva. Se logra entonces recluir la espontaneidad en una absoluta
inmediatez disciplinaria. Toda la ley se encierra en estos tres mandamientos:
no hacer, no decir, no pensar.
21/2/18
No hay nada después.
Con
cara de susto condescendiente, los neofilisteos suelen despachar los temas que
la teología tradicional denominaba novísimos
con desparpajo caduco y positivista, utilizando toda suerte de circunloquios y
eufemismos, cuanto más tautológicos mejor. Nada por aquí, nada por allí. Et voilá. Arriba, abajo, adelante y
adentro. Perdido el sentido de la peregrinación por este valle de lágrimas, el
actual nihilismo autocontradictorio sólo puede afirmar lo que niega. Por tanto,
debe negar su afirmación. La exaltación de la inmanencia reduce cada vez más
los términos sagrados de la existencia hasta reducir la vida a cenizas. Un feto
es un amasijo de células. Un anciano decrépito o un joven en coma, un vegetal. Ni
antes ni después -ni incluso durante- puede asegurarse el ser de nada. A lo
más, impersonal, hay algo, precario,
fugitivo, inestable, entre medias, que debe ser objeto de la más minuciosa
regulación legal. Es preciso desgañitarse en el ensordecedor guirigay del bazar
social para que el pronombre de primera persona pueda negociar su condición
intercambiable antes de ser descartado. Tan evanescente es su identidad que a
la bicha no se la puede ni mencionar. Epicúreos aterrorizados, cabe elegir
irracionalmente los falsos temores y liberarse de la esperanza.
13/2/18
Polvo eres.
Una
sociedad que entierra la sardina pero que es incapaz de ayunar ha enfermado,
bulímica, de abulia. Se atiborra de fiestas y de ritos cuyos sentidos ha
reducido al absurdo. Es capaz al mismo tiempo de maravillarse de la abstención
anoréxica de Bartleby y burlarse, condescendiente y perezosa, de la abstinencia
escatológica del Santo Bebedor. Mientras se zampan solomillos los viernes de
cuaresma, con su buena conciencia apóstata e ignorante, los filisteos claman humillantes,
como si se tratase de las lujuriosas mariscadas que apetecen y engullen otros
días, contra el pescado hervido y cotidiano de quienes, creyentes, aplacan y
moderan sus deseos en medio del potente y estridente silencio que les envuelve.
Festejan y brindan los Epulones que trafican las migajas de sus lazarillos con
su blanqueado evangelio ahíto de banquetes y lechos espumosos. Satánicos, exigen
creer y convertirse a él con sus sonrisas depredadoras. Desprecian, por
agoreras y funestas, las lágrimas del perdón y del arrepentimiento que han
proscrito y que han prohibido enjugar. Como, embriagados y violentos, han reducido
la gracia a un derecho que reclaman furiosos y malhumorados, resulta
intolerable el recuerdo edénico, original, de que polvo somos y al polvo
regresaremos. A cada cual lo suyo.
5/2/18
El argumentario.
La
argumentación es al argumentador lo que el argumentario al argumentero. Todo es
cuestión de una vocal. El argumentador argumenta. El argumentero argumentea.
Según las gramáticas, este sufijo que deriva un sustantivo en verbo introduce
un matiz iterativo. Puede definirse como la acción de aducir
argumentos una y otra vez, rápidamente, a intervalos, sincopadamente. Si nos
pusiésemos (pseudo)científicos, diríase que la técnica de márquetin de proveer al
vendedor de un nutrido fichero de consignas, instrucciones o eslóganes, para
colar al incauto comprador la mercancía averiada, procede de una base
psicológica conductista. Entre retórica y combinatoria, se confía en desplegar
-y recluir- el mapa preciso de todos los efectos perlocutivos que un mensaje
pudiera provocar. El antecesor en esta cadena evolutiva remontaría al cruce del
chamán y el charlatán. Su descendiente más aventajado y lamentable es el político de oficio. Entre medias y aspavientos, desde el ruidoso y neutro
bazar digital, toda suerte de comerciales, disfrazados de
bandidos, piratas y payasos, puerta a puerta, mediante dispositivos móviles o
por las esquinas, pugnan por seducir, forzar y consumar a sus accidentales víctimas,
adulándolas, insultándolas o ninguneándolas por una mísera comisión.
El tiempo -y el voto- es oro y el argumento, su calderilla.
28/1/18
Articular un relato.
Impasibles
y abotargados, los filisteos mascan los relatos mientras hacen con ellos tensos
globos con el que desean convencernos -y, de paso, convencerse- de que sus
emociones son efectivas y afectivas. La redundancia es aparente. En tanto que efectúan una fantasía la despojan de
toda realidad que no sea meramente una sensación confusa y pegajosa. Como
arácnidos tejen una red de palabras disparatadas y apretadas en que enredan y esclavizan
a sus clientes, a sus votantes, a sus fieles. No importa tanto sostener un
discurso equilibrado cuanto lograr que ocupe el máximo posible de espacio
-institucional, social, cultural, cada vez más virtual-. Que sea razonable es irrelevante,
y hasta contraproducente. Basta que sea irrebatible en sus propios términos. De
este modo, toda objeción puede ser considerada ofensiva. En consecuencia, toda disidencia debe ser tratada como delincuencia
y, como tal, tipificada legalmente. Se precisa a toda costa compactar y
simplificar las bolsas de resistencia que pudieran quedar. Resulta fundamental
despojar al sujeto de cualquier condición que no sea atributiva. Propongamos un
ejemplo de esta innoble y sofística lógica del relato: el buen maestro corrompe
a los jóvenes; luego debe ser indiscutible que quien corrompa a los jóvenes será
un buen maestro.
20/1/18
Una segunda oportunidad.
De
niños, torpes, reclamábamos repetir la partida o la jugada pifiada. Insistíamos
con mil y una excusas que, al exonerarnos de nuestros errores, exigían como
rescate la repetición. La
condescendencia ante la imperfección calmaba el terror de la finitud. En
cambio, el axioma implacable de nuestra madurez niega que nada sea, técnicamente, irreparable o, más exactamente,
irreemplazable. A ninguna elección se le reconoce la posibilidad de la equivocación.
Como ningún acto posee moralidad, toda moralidad consiste en reconocer el
acierto de cualquier decisión. Cuanto más inciertas y arbitrarias sean sus
normas de ejecución, menos responsables resultarán sus consecuencias. Sólo lo
desplazado, lo indeterminado, lo dislocado anestesia, momentáneamente, la
angustia desdibujada de nuestra identidad. Inversamente proporcional, para
mantener a raya los peligros de tal jungla social, debe multiplicarse
exponencialmente toda suerte de casuísticas que recojan y legislen hasta el más
mínimo detalle. Toda situación no catalogada es el reino de la libertad
absoluta. Es preciso articular los procedimientos que garanticen su réplica, es decir, su reversibilidad
completa, como si en la realidad nada nunca pasase. La define esa siniestra y
mecánica expresión de poner el contador a
cero, sea con la familia, las deudas o la misma vida.
12/1/18
¡Acoso!
En
una de sus más exquisitas paradojas autocontradictorias, de aquellas que aún
apestan con el tufo caro de la hipocresía filistea más refinada e innoble, el
monstruoso Leviatán posthumano que empieza a asomar sus pezuñas sobre nuestras
conciencias cataloga de acoso cualquier injustica que pueda ser reducida, sin
concesiones en su aplicación, al absurdo y a la arbitrariedad. Lo importante es
que nadie pueda sentirse ya a salvo. Extrema hasta sus límites más represivos
el principio de todo nominalismo. Cada caso no es sólo universal sino
universalizable. Basta apropiarse de los residuos semánticos y cognitivos de
las palabras en ruinas. El Estado legisla qué debe entenderse por “minoría” y ejecuta
qué “mayoría” se ha de respetar. Cualquiera que oponga resistencia a la
imparable sordidez que no ceja de alentar cualquier comportamiento que pueda a
su vez condenar es apaleado, encapirotado y arrastrado entre festivas palmas sadomasoquistas
por las plazas virtuales. La tiranía de la democracia no consiste en el dominio
de la estadística, sino en la construcción de procesos autovictimarios. Puesto
que la regla es la desviación, toda desviación de la regla debe ser castigada excepcionalmente para confirmarla. Homo et
mulier mulieri et homini lupus lupaque sunt.
4/1/18
Dejarse de historias.
Especialmente
ambigua resulta la relación de nuestra época filistea con la materia de la
imaginación humana. Devorada por sus emociones, no son la verdad o la mentira
su preocupación esencial. Aunque los neomoralistas se afanan por retener el
torbellino desatado que ha emergido de la caja ilustrada que su soberana
Pandora había dejado mal cerrada, ni la libertad, ni la igualdad ni, mucho
menos, la fraternidad atraen ya su más mínima atención. Le basta con repetir
sus divinas palabras como un mantra nauseabundo e insignificante. Le hechiza,
más bien, el movimiento desdibujado de las formas que crepitan, antes de
condensarse por un instante narcótico, ante su ciega mirada. ¿Fake news? No hay tal, pues sólo ellas
dan noticia de lo que, realmente,
sucede. Puesto que el tiempo se ha acelerado fatalmente, cualquier historia
está amortizada a priori. La ficción
misma, tan glotona, ha sido puesta a estricta dieta por un régimen bulímico que
documenta su peso a cada paso, por medio de toda clase de aplicaciones y de
dispositivos actualizados y reiniciados. Aun así, ha sido descartada. Nuestra
época filistea ha corrido a refugiarse, articulados como legos, en los morfinómanos
brazos de los relatos. Acta est fabula.
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