30/12/18

Violencia de género.


Dado que la naturaleza no responde sino a una construcción cultural que la descubre siempre resistente y limitadora, suprímase con la diferencia sexual, mediante su intensificada diseminación, cualquier resto de orden y de jerarquía que se oponga a la tiranía de la bárbara bondad. Con la igualdad tiránica, sin objeción posible, impóngase el fratricida libertinaje. Disuélvase la gramática como la última fortaleza de la familia. Arrebátense las grafías, pisotéense las concordancias, exprópiese la significación. Si toda civilización es patriarcal y el patriarcado es opresivo, sólo la barbarie sistemática será liberadora. Su justicia se fundamentará en una indiscutible y esplendorosa petición de principio. La democracia debe basarse en la igualdad rasa e instantánea de su ciudadanía abstracta. La gramática, en el uso establecido y común de sus hablantes históricos. Por tanto, no será democrática hasta que no sea sometida a la vociferante votación de la turba enfurecida. Convertida la anécdota en categoría, cualquier categoría será anecdótica. Sin Dios ni amo, fúndese entretanto una sociedad sin padre, antes de que logre erradicarse, finalmente, la maternidad. En un mundo autoperpetuado será preciso marcar en la frente del ser humano, a fuego criminal, el estigma de Caín: la violación gramatical, impune, de su género.

22/12/18

Dos (no) pelean si uno (no) quiere.


A Á. R.


Mientras que la metafísica sostenía que la potencia sólo alcanzaba su perfección en el acto a cuya realización tendía con energía indesmayable, la ilógica actual insiste en que ningún acto tiene otro valor que sus posibilidades jamás realizadas. La paz o la guerra dependían en otro tiempo de quien aspiraba a la (in)justicia, al margen de su precaria y casi siempre derrotada dignidad. Con cínica sinceridad, admitía que, para mantener la una, debía estar preparado para la otra. En vez de guerreros, hoy a través de las redes sociales campan sin frenos ejércitos de víctimas, es decir, de potenciales verdugos con pasamontañas. Sólo es performativo el enunciado que convierta su condición en el garante impositivo de la arbitrariedad que paralice la reacción de cualquier adversario. Si uno quiere guerra, el otro, por descontado, no ha preparado la paz. Si aquel no quisiera la paz, éste no se habría visto obligado a preparar la guerra. En consecuencia, dos pelean porque uno no quiere. Aunque los dos no quieran, el otro está provocando la pelea. La guerrilla es la continuación del politiqueo por sus propios medios. El miedo -y su extremo, el terror- modula su mediática violencia. Si vis bellum, para pacem.

14/12/18

Marcar la agenda.


Expresión de triunfal estupidez, este sintagma de sabor toscamente anglicista llena la boca de esa espabilada y vividora cohorte de filólogos frustrantes y envanecidos que componen el negocio, estremecedor no sólo en su denominación, de la consultoría política. De acuerdo con la técnica habitual de sus conjuros, tanto en el uso del verbo como en el del sustantivo experimentan con las posibilidades semánticas de la lengua inglesa y la española. Como aprendices de brujo mezclan y confunden aleatoriamente en la marmita de su neolengua algunas de sus diversas acepciones. Fabrican así la poción que franqueará el paso a la realización de sus abracadabrantes objetivos. Si para un hablante normal la agenda remite a una lista ordenada de asuntos que deben ser tratados por una junta o un comité en un determinado período, en labios de un posgraduado en ocultismo político incluye el sentido oxfordiano de las intenciones subyacentes de un grupo particular. En consecuencia, debe adaptar la locución “set the agenda”, que significa influir o determinar un programa de acción, al contexto recio del liderazgo ibérico en toda su ambigüedad trilera. Quien marca, tanto prescribe como orienta, señala como realiza, resalta como indica. En suma, estrictamente esperado, marca el gooooool.

6/12/18

Estamos trabajando en el acuerdo que la ciudadanía nos exige.


Dada la prodigiosa monstruosidad de su sintaxis, la frase que encabeza, epiléptica, este párrafo debe considerarse, estrictamente, un microrrelato. Breve, de naturaleza ficcional y de condición narrativa, contiene en cada uno de sus pleremas la voluntad de un discurso desviado, de base tropológica y figurativa. Mediante un repelente anglicismo sintáctico y léxico, que con infatuada modestia da por descontado que el oficio político consiste en una marrullera técnica de negaciones negociadas, describe el debate de cualquier asunto público como una carrera en bucle cuya meta, por herméticamente inexistente, la alienta sin desfallecer. Toda decisión debe diferirse, por sí misma, inacabablemente. En el acuerdo siempre pendiente, jamás firme, a ratos transitorio, borbotea la imposibilidad de resolver lo real sobre la presuposición chamánica del consenso. La oración de relativo es así un conjuro idolátrico. A una abigarrada deidad, desdibujada y lejana, cabe aplacarla con ritos y sacrificios engañosos que anestesien momentáneamente su encaprichada y contradictoria ira. Sus mandatos son los naipes trucados de una partida cruzada. A contrarreloj, entre reproches y traiciones, filtrando con cinismo sobornable su despiadada imbecilidad, el sanedrín que delibera el fascinante y tremendo Bien común se ocupa, servicial, de mantener a salvo los beneficiosos intereses de su Mentira.

28/11/18

Romper la convivencia democrática.


Con honda preocupación impostada advierten los tramposos sobre los riesgos de no ganar sus manos ludópatas. En nombre de las reglas del juego, exigen, depredadores, la excepción que quiebre cualquier cacareada seguridad jurídica, pues no existe otra garantía que la más determinista arbitrariedad. Es esta su (auto)determinación: toda reticencia debe ser pleonástica; cualquier resistencia, arrasada. Puesto que la más mínima pretensión de verdad presupone un intolerable acceso de honradez moral, la cual, habiendo sido oportunamente proscrita, puede ser apostada con estupenda conciencia y sin engorrosas molestias en sus timbas clandestinas, reclaman, como una condición indispensable de su sociedad de mutuos chantajes, que el código de señas empleado deba ser aleatoriamente falso, sea en circunstancias simultáneas, sea en ocasiones diferidas, tanto da. A veces sí, a veces no. Lo que pasa de ahí, viene del Fascismo. Trasfunden así el transcurso de una amañada partida de mus a la (des)articulación de una sociedad atiborrada de promesas psicotrópicas. De igual modo que amenazan con dialogar sin descanso, mediante una jerga directamente desproporcionada entre matonesca y puritana, prorrumpen en sollozos alborozados ante cualquier atisbo de violencia. Como rufianes amorales en fantasías maníacas, escupen y patalean, con impotencia descerebrada. Su ideal democrático: un frenopático amotinado.

20/11/18

Luz y taquígrafos.


Aunque en aparente desuso, quizás pronto se revalorice este sencillo y falso eslogan como el producto vintage del catecismo filisteo que tiene por dogma angular la transparencia. Tal binario sinestésico mantiene con él una deuda inexpugnable. Visualiza deslumbrante la relación táctil entre la política y la corrupción económica bajo la que sirve con incómoda docilidad. Con su odio servil y complaciente alimenta, imperioso, la insaciable voluntad de ignorar la realidad conociendo hasta su más intrascendente detalle aleatorio. Con su aire retro mantiene la ilusión proba e ilustrada de eficiencia administrativa que permita cualquier atropello reglamentado. Dado que su objetivo consiste en registrar, empaquetar y almacenar la evidencia informe de su propia búsqueda, el procedimiento obliga, desengañadamente paródico, a crear toda suerte de comisiones cuyos miembros no cesen de emularse gesticulando histéricos e histriónicos, a fin de que así quede justificada la grabación de sus muecas y de sus contorsiones, de sus gritos y de sus desplantes, como la única sinsustancia investigada. Hipnotizados, entre bostezos, los espectadores asisten a la reverberación nihilista de que el mal, en toda su descarnada y aséptica brutalidad, es nada. Reflejados en sus pantallas, onanistas, admiran su repulsiva belleza de Narcisos ante un espejo de fango.

12/11/18

No sabe usted con quién está hablando.


Esta deliciosa y restallante expresión, como un latigazo de la paz perpetua que por decreto desean imponer los guerrilleros del instante tuitero, no sólo no ha perdido ni un ápice de su amojamada y furiosa actualidad, sino que ha alcanzado un grado de virtuosismo tal que se encuentra ya a disposición únicamente del esnobismo de los más refinados y desalmados hipócritas. La vagarosa e incierta ecuación que establece la derivada entre los conceptos de justicia e igualdad, por la cual es preciso considerar cualquier atisbo de decencia una intolerable desigualdad y, en consecuencia, la más mínima equivalencia conceptual una injusticia insoportable, requiere una inmediata reacción de condensación que paralice cualquier resistencia a sus esquizoides no contradicciones. Como en la química orgánica, obedece a un mecanismo de adición y eliminación. Puesto que la moral es a la (des)igualdad lo que la ontología a la (in)justicia, la tiranía del tuteo universal ahoga la escandalizada réplica de la singularidad proscrita. Puesto que la gramática es al (des)orden lo que la lógica al (sin)sentido, la sola intención de tomar la palabra encierra una amenaza difusa contra quien no tiene otra identidad que su arbitraria voluntad. Cínico y voraz, quien pronuncia la frase dicta sentencia.

4/11/18

Quien avisa (no) es traidor


En la formación de un psicoanalista, obsesionada con escenificar situaciones terapéuticas, suele decirse que tan importante como que observe es que se observe observando. Pedante, mirón, el filisteísmo entreteje las angustias y las defensas de su narcisismo paranoico analizando sin cesar su compulsiva tendencia al (auto)engaño. No disocia la realidad que, mientras niega que exista, construye a su capricho. Más bien, escinde sus delirios. Ha superado su propia estupidez. Ha aniquilado su hipocresía. Brilla su maldad en su más prístina inocencia. No finge lo que es; es la parodia de lo que finge. Plagia, estafa, se fuga como aumenta la riqueza de su ignorancia. Juzgar como el descaro de una insaciable ambición patológica las contradicciones más descabelladas e instantáneas pasa por alto que los súbditos filisteos desconocen el sentimiento de la vergüenza y de la culpa y que, por ello, no encuentran más reparación que la sublimación, defensiva o agresiva, de su insignificancia. Ni olvidan ni perdonan porque deben vengar -sacrificar- el inmemorial victimismo que compense su prepotente superioridad. Puesto que la verdad es un obstáculo, no hay más noticia o novedad que la falsedad. Dado que la lealtad es la más pérfida traición, sólo el traidor avisa lealmente.

27/10/18

Choque de trenes.


Con tono no por solemne menos excitado, mediante esta histérica expresión se advierte el peligro de no alcanzar el consenso entre dos posturas contradictorias. Según la lógica filistea, no se excluyen, sino que deben reconciliarse sin dejar de ser lo que son y sin tener necesidad tan siquiera de ser. Estrictamente, no admiten contrariedad. Puesto que defender cualquier postura es legítimo, todas ellas serían verdaderas simultáneamente sin que cupiera admitir la falsedad de ninguna, siempre y cuando hayan renunciado al principio de realidad. Según las emociones que suscite, la verdad se transmite de los particulares a los universales y no al revés. Por analogía es especialmente apropiado recurrir a una desfasada metáfora tecnológica. El ferrocarril, signo de la modernidad industrial hace doscientos años, circula hoy en día a alta velocidad por vías sin cruces ni pasos a nivel. Sin embargo, en la imagen que nos ocupa se proyecta el recuerdo cinético de las maquetas eléctricas. Absortos ante su circuito, seguimos anhelando y temiendo la colisión, más lateral que frontal, de dos locomotoras, seguidas de vagoncitos de madera a punto de saltar por los aires ante la boca del agreste y acartonado túnel que representa nuestra historia. ¡Que síiiii! ¡Que nooooo!

19/10/18

Tod@s somos X.


Del sacro retruécano barroco a la promiscuidad pop de la conversión lógica media la distancia poética entre el Amor de Dios y el demonio del amor. En el patético teatro del mundo filisteo se aplaude a rabiar cualquier perversión cuyas consecuencias puedan satisfacer, vicariamente, la ebriedad sadomasoquista de una muchedumbre enfurecida que se identifica, autoritaria e impune, bajo el pleonasmo eufemístico de la palabra “democracia”. “Love is touch, touch is love” silabeaba lánguido quien imaginaba un mundo sin religión. Sus víctimas reales siguen sin ser sino objetos que satisfacen momentáneamente experiencias alienadas de represiones frustradas y frustraciones reprimidas. Psicópatas, sus deseos, asesinados, son reificados. La catarsis trágica aspiraba a liberar, mediante la compasión y el temor, tales pasiones de la necesidad ciega que arrastraban las acciones humanas. En el espejo de su representación cruzaba por un instante el rayo de la anagnórisis. Indistintos, superpuestos, meras incógnitas en ecuaciones artificiales y descompuestas, sus protagonistas actuales proyectan, mediante el desprecio y la desvergüenza, el caótico tumulto de la agnosis indiscutible. La extensión de sus sofismas debe sufrir una inversión para afirmar la (in)dignidad máxima de su lógica criminal. Si toda víctima es inocente porque yo lo soy, cualquier adversario es culpablemente verdugo.

11/10/18

Dialogar sin descanso.


Con tono asertivo el filisteísmo invita a los adversarios a dialogar como los enemigos se declaran la guerra con feroz diplomacia. Quien primero invoque, con disimulada violencia, la necesidad de sentarse a hablar rompe aventajado las hostilidades, como si abriese una partida de ajedrez con el movimiento del gambito de dama. Despliega sobre la mesa de operaciones un arsenal de afilados instrumentos de tortura retórica. Con ludismo implacable, debe agolpar un catálogo de metáforas contradictorias y repulsivas que logren reducir al interlocutor a la caricatura más siniestra de sí mismo. Advertirle de que jamás cejará en la búsqueda de un acuerdo encierra su más despiadada amenaza: sin cuartel y sin tregua, sin prisioneros, perseguirá arrancarle una rendición extenuada. En el orden liberal, deslumbrado por el ideal racionalista, la aspiración máxima era acabar en tablas el mayor número de ocasiones. En el nuevo orden que amanece sus actores pactan secretamente abandonar las partidas o volcar los tableros a traición. A contrarreloj, sin condiciones, con hipócrita franqueza, cometen toda suerte de trapacerías que invaliden el juego, por defecto de forma. Nada debe acordarse sino la ausencia misma de cualquier posibilidad de acuerdo. Dialogan como quien perpetra, impune, un crimen. Pro domo sua.

3/10/18

No hay que tener miedo al miedo.


Aunque de formulación mediocre y tortuosa, esta expresión torticera acuña una muestra refinada del papanatismo irresponsable que los filisteos más relamidos y canallas paladean con babosa cursilería ante un público histérico. Ejemplifica como pocas la esencial tarea de desfigurar cualquier ejercicio lingüístico que aspire a comprender la realidad. En el plano retórico su misión equivale al dialéctico principio de no no contradicción al que simultáneamente refuerza. A negar lo que se afirma acompaña el fin de complacer defraudando. No persuade; disuade. No conmueve, agita. Con suficiencia apodíctica, transforma la fantasía más delirante en una pesadilla paralizada. Convierte la prudencia en temeridad y en debilidad la fortaleza, de modo que a la temeridad y a la debilidad pueda calificárselas de prudente fortaleza. Mediante la atenuación, que convierte la valentía en una lítote paradójica, la cobardía puede descansar con buena conciencia urdiendo sus ardides más innobles. Con tono sugerente no anima a superar el miedo sino a desactivar la vigilante crítica de la inteligencia. Confunde adrede sensatez con resignación. A río revuelto, ganancia de estafadores. Perdido el miedo al miedo, sus defensores observan aterrados el pánico violento que se apodera de las espantosas hordas que blanden con furia anómica sus anémicas proclamas.

25/9/18

Mover ficha.


Como si la política fuera un tablero de parchís, malicioso y aburrido, sus relaciones se calculan por la tirada trucada de los dados. Agazapados en lugares seguros, bloqueando el avance adversario, ansían nuestros corsarios filisteos la oportunidad de progresar veinte, treinta casillas en cada jugada mientras envían al cuadrado de salida las piececillas codiciosas que a punto están de alcanzar la recta final. Braman de furia si el enemigo les traiciona y el amigo les es fiel. Exigen envalentonados que la trampa valga como un triple seis doble. Se exasperan ante la vileza de tener que respetar las reglas. Renuncian al turno para atrapar por la espalda a quienes vigilan y denuncian sus comportamientos. Llegados al poder, giran el tablero y proponen empezar una nueva partida. En la oca caracolean, casilla adelante o atrás, por pasadizos subterráneos que dejan boquiabiertos a los oponentes con la excusa de que siempre les debe tocar, por el imperativo democrático de que todo les resulta igual. Sus fichas llevan grabadas los barrotes de una cárcel y la calavera de los crímenes que tapan en sus sépticos pozos partidistas. Antes de salir, descalificados, no dejan entrar a nadie en sus amañadas partidas. Hagan sus apuestas.

17/9/18

Ir a por todas.


En el modelo de timba que, desde el barroco, nuestra vida pública ha ido esculpiendo su modo de gobernar destacan quienes, con más desparpajo, se entregan a las prácticas más viles e innobles del medro. Modélica es la profesión política. Cualquier atisbo de mérito civilizado ha vuelto a ser grotescamente arrasado. Más que voluntarista, una desesperada vaciedad exige arriesgar la desposeída dignidad a cambio de un tétrico acomodo en un sistema de recíprocas usurpaciones. El dogma de la igualdad exige de la ceguera de la justicia la arbitrariedad más regulada posible. Clientelismo, caciquismo, tribalismo no son sino expresiones de un darwinismo bipolar que selecciona los especímenes más truhanescos y marrulleros. El cimiento de nuestra unidad es la alternancia revanchista que aspira, a por todas, dejar al enemigo sin pan ni agua. Espectral, siniestra, su memoria debe grabar a fuego el borrado de su olvido. Mejor, cada uno a lo suyo y calladito, con el ay en el corazón de, si pasando desapercibido, toca la tómbola laboral. Los tejemanejes más vergonzosos, como el trapicheo diurno de títulos universitarios, relumbran en medio del silencio hasta que se monta la incorruptible tangana que exorciza provisionalmente tantas humillaciones y el servilismo tuyo y mío.

9/9/18

Espíritu de superación.


Por su valor pseudorrevolucionario se debe considerar que las máximas neopedagógicas triunfan en tanto que allanan el camino del desastre, siempre que logren retener su mutua y efectiva consumación. Por endósmosis este resultado funciona como el indicador más preciso de las plusvalías que genera la aplicación indiscriminada y aleatoria del principio de no no contradicción. En él cualquier apariencia paradójica se disuelve ante la luz cínica de una eficaz lógica pragmática. En busca de que las palabras no transmitan nada ni literal ni simbólicamente, una de sus principales reglas semánticas consiste en utilizar cualquier término con su significado antónimo. Toda originalidad merece ser vulgar para que brille con más originalidad, sin restricción alguna, cualquier vulgaridad. Una de sus más azucaradas e insalubres insidias irradia mejor que ninguna este fastidio condescendiente. Como si fuese un emasculado sargento de los marines, se exige al maestro que no deje a ningún alumno atrás. Jamás enseñando la exigencia, sólo orientando la autosatisfacción, no se trata de igualar por abajo, sino de esclavizar por arriba. Con su cuartelero desenfreno, materialista y dilapidador, el espíritu de superación rinde así un beneficioso servicio, de primer nuevo orden, a las diversas variantes oligárquicas de la victoriosa plutofrenia.

1/9/18

Ventana de oportunidades.


Si cualquiera de los indistintos secuaces del filisteísmo triunfante, tras haber perpetrado una cobarde y vulgar traición, con mueca mendaz se afana por calmar a su víctima asegurándole que, gracias a su innoble acción, le está presentando la ocasión de abrir una ambigua ventana con vistas a un sinfín de oportunidades, cuenta por defecto con que será rematado tan pronto como cometa la metafórica estupidez de asomarse. Confía zalamero en que ceda a la tentación, comprensible y desesperada. Lo empuja hacia el cristal y son las mismas hienas de ayer. Nada ha cambiado; sólo la gradación pixelada del sórdido paisaje de siempre. A mayor mediocridad y desvergüenza, espera mayor recompensa. Con cinismo evangélico, con golfería blasfema, los últimos, bien pertrechados de su gimoteante demagogia, mantendrán el derecho de ser los primeros y los primeros padecen la condena inexorable de ser los últimos. Por tautológica aplicación del principio de igualdad, que nadie sea más que nadie significa que a quienquiera que pretenda algo por sí mismo, sin pasar desapercibido, se le parte el espinazo con una patada por la espalda antes de abandonarlo, entre mudas risotadas de complicidad, en algún descampado maloliente por haberse pasado de listo. Demasiado tarde para comprender.

24/8/18

Ingeniería social, genética...


Aunque nuestra turbia época invoca con machacón servilismo términos vacíos de cualquier sustantividad como el de excelencia, la innovación que proclama con abducido entusiasmo no guarda otro objetivo que capar cualquier atisbo de originalidad creadora. La Creación ha sido ya encarcelada preventivamente en los calabozos de la creatividad. Literalmente nada que no pueda ser descuartizado y replicado en un laboratorio merece ser permitido. Toda definición debe ser proscrita por su arrogante tufo a dignidad resistente. Vagarosas, las identidades se construyen por adición, por sustracción, por alteración o por inversión. Meros ejercicios retóricos, no persiguen ninguna utilidad. Se limitan a probar, con jubilosa furia, su eficacia autodestructiva de toda norma moral. Exigen confundir la costumbre con la convención para entronizar entre aclamaciones aterrorizadas la arbitrariedad como su ilocalizable divinidad. Será ley la jungla. No una jungla virgen y feraz, sino otra, exclusiva y total, diseñada con férreos dispositivos de ilimitada actualización. En vista de su inalcanzable simplicidad divina, la vida humana se empieza a ahormar en la genómica fundición de un mecano articulado según procesos de producción, rendimiento y ahorro cuya regulación eficiente se ha depositado, a latigazos especulativos, en manos de una ética aterida. Todo deberá sujetarse a ciega previsión.

16/8/18

Salir de tu zona de confort.


De entre las cínicas y repulsivas expresiones metafóricas que el chantajismo filisteo suele exprimir con estreñimiento facial que, sonriente o no, constituye un síntoma claro de que está perpetrando alguno de sus timos más rentables, sobresale la referencia indirectamente negativa a todas esas comodidades que en su caso persigue con avaricioso denuedo y que denuncia con culpabilidad codiciosa en el de los demás. La que nos ocupa sintetiza mejor que muchas otras la condescendencia desvergonzada con que se aplica a enmascarar su virtuosa grosería. Como detesta cualquier rincón de intimidad que no pueda pisotear, en lugar de juzgarlo, se limita a menospreciarlo sumariamente. Como tampoco ha acabado de librarse de la escoria moralista que sigue coloreando su ética de mercadeo, confunde adrede el esfuerzo y la austeridad con la diversión y el derroche. Empeñada en trucar los puntos cardinales que aún puedan resistir el asedio magnético de sus experimentos transhumanos, no deja de provocar que las virtudes salgan al descampado donde pueda forzar, a gusto, su voluntad. Bajo la artera hipocresía desnuda la prudencia y, tras la justicia, manosea su tiránico beneficio. Prostituye la fortaleza por la vanidosa contumacia y, según el capricho disipado, amordaza la templanza. Sub angelo lucis.

8/8/18

Pasar pantalla.


Esta expresión, particularmente estúpida, contiene una pose retro que juega a fijar los implícitos fenomenológicos que tanto divierten el aburrimiento filisteo, entre cuyas defectuosas virtudes siempre ha sobresalido su insuperable ingenio para trocar en anodina cualquier estrafalaria ocurrencia que, por viciosa ignorancia, ha acostumbrado a considerar idea. Indolentes, antes sus insomnes militantes hacían ver como que leían un libro pasando sus páginas. En realidad, literalmente, daban vuelta a las hojas con sus bostezos. Ahora, con un abatimiento que desean disimular con su desencarnada defensa de la innovación, entretienen la asfixiante espera gris y uniforme de sus insatisfechos beneficios pasando, en pasado, contundentes y aguerridas imágenes que se suceden a una velocidad cuanto más vertiginosa todavía menos inverosímil. Virtualmente, en imagen, se limitan a clicar sobre un fantasmal ratón su sentenciada visión de la vida humana. Su depredadora -y neodarwinista- concepción de la política se asemeja así a un videojuego que difumina su brutal moralina incitando a acceder sin descanso a nuevos niveles de dificultad para atracar bancos, atemorizar dragones o prostituir pirañas. Con inexpresividad desencajada, con pornográfica monotonía, con execrable buena conciencia, sus avatares ríen, lloran, gimen. Para tomar impulso, pantalla adelante, les basta dejarse arrastrar por su enajenada inercia.

31/7/18

Las encuestas nos sonríen.


En la cima expresiva de la fe cristiana, que se mueve, barroca, entre los claroscuros tenebristas, santo Tomás adelantó, incierta, la mano hacia el costado que le señalaba una mano traspasada. Tecnológica y disciplicente, pagada de sí misma, nuestra sociedad da por amortizado, injustificable, el testimonio de la amistad y de la confianza. Suspendida sobre la insegura demostración de la inercia democrática, no cuenta ni siquiera votos sino sumandos abstractos, clasificados tétricamente por nichos en el campolaico de sus inversiones especulativas. Los asesores de comunicación deben entregarse, poseídos, a las cifras de la estadística como los arúspices se lanzaban sobre las vísceras de un ave. Hurgan en ellas según el tamaño de la muestra encargada, el color de los gráficos que diseñan o la forma de los mensajes recalentados en sus gabinetes. Aguzan el ingenio especialmente sobre el latido bilioso de la marabunta que ruge tartamuda, expectorante, las consignas que amartillan mejor sus estados de furioso (des)ánimo. Siguiendo las líneas de dispersión que las plantillas y las fórmulas de sus programas informáticos trazan virtuales, auguran las ambiciones y deslealtades de sus despiadados amos, iletrados. Sonrientes y sudorosos, hechiceros decapitables, cotizan su esperanza en números volátiles. Noli esse credulus sed infidelis.

23/7/18

El silencio de los cementerios.


Ante el tópico romántico, Bécquer dudaba de que, sin espíritu, fuese todo podredumbre y cieno, aunque le repugnaba, por fuerza, dejar tan tristes, tan solos los muertos. Con alivio, con placer, el filisteo se deshace del pegajoso silencio que se le adhiere ante su visión cenicienta. Reduce el polvo al polvo, crema el alma y tapia el cielo. En su vacío los sollozos son interjecciones medicadas. Bajo la catarata emocional que proclama como la más depurada forma de avance (trans)humano se oculta una paradójica y profunda aversión al cuerpo. A fin de cuentas, el progre es una caricatura pagana de sus más esquemáticas caricaturas judeocristianas. Niega con furia alelada que la naturaleza pueda ser redimida. Sólo cabe modificarla, manipularla, corromperla. Su ciencia toda está al servicio de la revelación apocalíptica -y demoníaca- de su error esencial que debe ser, por la fuerza de la voluntad, corregido. En camino de legalizar todas las perversiones, es imprescindible empezar a edificar una sociedad que ilegalice todo residuo natural. No sólo conviene, sino que es una exigencia ética criminalizar el ciclo de la vida. Los no nacidos y los agonizantes son potencialmente, en acto, los delincuentes que, por generoso interés económico, toca despenar.

15/7/18

Poner el contador a cero.


El adanismo tecnológico de nuestros comportamientos sociales y culturales, que reproducen hasta la parodia los gestos más nimios de la naturaleza caída que ya habían sido consignados en cada versículo de la creación del Génesis, siente una adicción morbosa por pulsar cualquier botón de un dispositivo o una aplicación, cuanto más lisos y relucientes, cuanto más parpadeantes, mejor. Ante la pantalla en blanco, bloqueado, siente uno la tentación de reiniciarse. Ante miles de copias de seguridad, protegidas por franqueadas capas antivíricas, uno teme con enfurecida voluptuosidad que el reinicio despliegue una inmensa planicie de signos incomprensibles. Histéricos, debemos pensar con los dedos, terminales nerviosas de un sistema que ha usurpado la función -y pronto el lugar- de nuestro cerebro. Nos llena de orgullo adorar una sabiduría digital que se limita a acumular en almacenes desérticos megagigas de datos que alimentan, sacian y fecundan el vítreo diseño de millones de métodos diferentes de organizarlos. Si pierdes la memoria, qué pureza. Ahogados, sumergidos, en abismos de cifras imparables, que contienen los secretos vacíos de nuestra dignidad manchada, poner el contador a cero es el único sucedáneo que, implacable, concede la suicida absolución de todos y cada uno de nuestros olvidos.

7/7/18

Minuto cero.


Esta expresión insípida y monstruosa, engendrada de alquiler en alguna mazmorra de la inteligencia filistea, atenta por derecho contra las normas más elementales de la lógica. En su afán de remedar a cada instante la originalidad más promiscua debe contraer hasta el infinito, como un chicle elástico, el tiempo que se disuelve entre sus manos. Primero fue el año cero, más adelante el día, antepenúltimo es el minuto, antes que ningún instante pueda tomar el relevo de un nanosegundo. Subyace en su neutralidad un temor, de tan bélico, apocalíptico y virtual. Obsesionada por la profundidad geológica de la era cristiana, el neopoder no se conforma con travestirla; necesita su glaciación. Si el nacimiento de Cristo inaugura el tiempo escatológico de la humanidad redimida, marcada para siempre por la afirmación de la unidad, nuestra época replica, pagana y supersticiosa, cualquier cosmogonía cuya poética puede quedar reducida a las cenizas minimalistas de agujeros negros e hiperbólicas onomatopeyas paranomásicas como el big bang. El colmo angustioso de su felicidad consiste en que nada pueda ser todavía. Ni siquiera en potencia. Como un hongo atómico, aniquilará por eones hasta el recuerdo del concepto de Tradición. Emergerá intacta, inatacable, su mentira. Como un orgasmo retenido.

29/6/18

Minuto de silencio.


Envuelta en su pestilente nube de buen tono tramposo, nuestra sociedad filistea escamotea su estupefacción ante la muerte con la máscara sacrílega del silencio, como si cada desgracia fuese, por hábito inesperado, un cargante fastidio que debería poder registrarse -y calcularse- en las asépticas celdas de una hoja Excel. Como en un truco de prestidigitador metonímico, intercambia la carta de la indiferencia con la del respeto. Con pomposas caras de condolencia, tasa el duelo de los deudores en los sesenta segundos que identifican su concepto de eternidad. Inclina la cabecita y arruga la nariz a fin de contener el bostezo somnoliento y aburrido. Tiesa, cerúlea, dándose palmadas en el cogote para que alguna lágrima arrase su mala conciencia, exhibe impúdicamente su disposición a olvidar instantáneamente el rostro borrado de la víctima. Y a otra cosa, mariposa. Enardecida, sin embargo, la masa sospecha el engaño. Con toda lógica no se resigna a dejar de rugir. Escupe su amnesia. Primero estalla, histérica, en aplausos y vítores, como la expresión de su impotencia escatológica. Después, tribal, inmemorial, sabotea y profana con sus gritos el mínimo resquicio por donde, inaudible, cualquier palabra pudiera unir la tierra de los muertos con Quien vive celestial.

21/6/18

Bajo el imperio de la ley.


En el entramado de cenicientos intereses que tejen nuestra sociedad necrofóbica y calavera, este sintagma contiene una monstruosa e irónica contradicción en cada uno de sus términos. Mientras considera antidemocrática e intolerable cualquier norma que cohíba, indiscriminado, hasta el más vil de sus instintos, despliega con afán bulímico exhaustos catálogos que reglamentan en detalle sus prácticas aceptables, sin que dejen de eximir del cumplimiento de aquellas costumbres no escritas que, por civilizadas, estaban grabadas en el corazón humano. Los universales deben trocearse antes de ser empaquetados en forma de productos financieros con los que se pueda especular piramidalmente. La ley divina, desolada, resistía la desesperada brutalidad de nuestra condición caída ordenando no matar, no robar y no mentir. Preservaba así los precarios límites de la belleza, el bien y la verdad. En cambio, la ley filistea concede la absoluta y degradada singularidad de deshonrar a padre y madre. Alquila los vientres y codicia cualquier adulterio que corrompa la intimidad. A la mentira llama fraternidad. Al expolio, justicia. Al asesinato, libertad. En esta cacofónica torre babélica, que aspira a tapiar por completo los cielos, rige, aséptico e igualitario, el Cortejo clonado de una desenfrenada Danza de la Muerte. Et pulvis reverteris.

13/6/18

La ley es igual para tod@s.


Esta campanuda máxima liberal, que pretendía disimular los privilegios económicos y sociales burgueses reservados a las costumbres depravadas de la aristocracia, se ha democratizado a una velocidad de urgencia. Bajo sus operaciones más cínicas y descaradas el tumefacto y glorioso principio de no no contradicción puede regir ya desacomplejado nuestras existencias posthomínidas. Que la ley sea igual para todes instaura la regulación minuciosa de cada desigualdad, caso por caso, cuanto más estrambótica y lacrimógena mejor. Más que invertir en valores, en cuya bolsa se negocian sin descanso sórdidas plusvalías emocionales, esta neomáxima contradice hasta desfigurar cualquier atisbo de sentido común que pudiera resistirlas. Subalterna, no admite ninguna contrariedad lógica. Sus proposiciones deben llegar a ser falsas simultáneamente, jamás verdaderas. El cumplimiento de la ley es la expresión más intolerable de la injusticia. La práctica de la justicia perpetra el más horrendo delito. Cuanto más inicua sea la ley, su (in)justicia brillará más enfangada. El aforismo latino proclamaba que a mayor derecho mayor daño. Con coherencia epicena, se predica que cuanto mayor resulte la afrenta mayor será su justicia. Sin dioses, ni patrias ni reyes, el único tribunal soberano dicta, enfebrecido, sentencia en el Circo de las redes. Delicturi se salutant.

5/6/18

Está en juego nuestro Estado de Derecho.



Fieles y escasos lectores anticipan a veces, lacónicos y desolados, los rasgos clínicos del putrefacto y avanzado estado de descomposición moral cuya autopsia se han propuesto practicar, con gelidez quirúrgica, los limitados análisis de estos incontables lugares comunes. Un lector irónico señalaba, por ejemplo, que contra el populismo debía disertarse con gravedad mediante la desdichada frase de marras que nos ocupa. Discreto, persistía en atribuir el clásico concepto de gravitas, que debía adornar la personalidad del político humanista, al pomposo engolamiento del croupier que ha tomado su relevo gaseoso. Tenebrosa, la teoría política ya había advertido la incompatibilidad entre el Estado y el Derecho. El complemento preposicional era una fórmula de transacción, aliviada, que contenía un indisimulado oxímoron o su emboscado retruécano. El Estado, de hecho, ha sometido siempre el derecho a su insaciable y vertiginosa, caótica e implacable, expansión. Cuanto tocaba, lo ha infectado de minúsculas. Muerto cualquier dios, ante el desecho de toda majestad, le queda tan solo pujar y subastar el estado de derechos, innumerables y cancerosos, que aseguren, incontrolable, el derecho de sus estados. Adicto a su abismal funcionamiento, ha apostado todo o nada a sus cartas marcadas. Salta la banca. Rien ne va plus.

28/5/18

Se precisa ejemplaridad.



Es esta aparente virtud, tan cacareada, uno de los síntomas más finos del fariseísmo filisteo. Bajo su invocación cívica, de aires laicos, se manifiesta, con jactanciosa humildad, como le corresponde, un hondo y cínico puritanismo. Cualquier objeción, cualquier crítica a su concepto son desechadas con un gesto de displicente fastidio, atribuyéndolas a las aviesas intenciones de la mezquindad reaccionaria o a las insensatas provocaciones del infantilismo revolucionario. A la ejemplaridad la gente ordenada le debe tributar una rendida y devota admiración. Encarna, ecuánime, la dorada mediocridad. Sin excesos, sin estridencias, inatacable, sólo infatuada. Consiste en asumir con perfecta naturalidad, con acabada (in)modestia, que no cabe sino obrar o decir según esté o no bien visto. Quien se comporta ejemplarmente desdeña la santidad, porque es inalcanzable y, por tanto, intolerable. O tal vez contribuye simplemente a moderar su desmesura. A ponerla en perspectiva, como un suplemento vitamínico al que tampoco hay por qué renunciar. A las personas ejemplares se las reconoce porque sonríen o porque se secan una lágrima furtiva. Como la madrastra de Blancanieves ante su espejito mágico, mantienen la dignidad en medio de los escándalos con que suelen ajustarse las cuentas. Mea culpa: publicano, yo sólo río y lloro.

20/5/18

¡Sí se puede!


Este tipo de exclamaciones, que siempre ha eructado, sincopada, la turba, adopta su más refinada e hipócrita expresión en el uso indiscriminado de la primera persona del plural. De una mentalidad resistente, que encarnaba la roqueña épica que no daba un paso atrás ni para tomar impulso, se ha dado el salto a una untuosa lírica de la afirmación. De la contención frente al innominado enemigo al derrame incontenible de una personalidad colectiva sin rasgos, disgregada, simplemente amalgamada. Victimaria, no persigue otro objetivo que compensar imaginados agravios. Voluptuosa, paladea el insignificante poder de sus sílabas mientras son gritadas. Bajo los efectos hipnóticos de recicladas sustancias seudorrevolucionarias, parece que todavía vibre en ellas, casi aullando, la pulsión histérica de los antiguos oráculos poéticos. Sin fe, sin dioses, asqueada de su perturbadora fuerza, que descubre con sorpresa e indignación los límites que sus infectas orgías hipotecarias y familiares les deben oponer para ser prolongadas, sus huestes se resisten al pago de su fáustico chantaje transformándose en ratas, en serpientes, en escorpiones. Como si fueran los miembros esparcidos de Proteo, siguen berreando sus consignas y sus eslóganes, mientras asisten desencajados, intolerantes, al eco de un canto que no se apaga: Soy quien soy.

12/5/18

Contra el populismo.


Tertulias radiofónicas, artículos de prensa, entradas blogueras o ensayos ilegibles caracterizan, debaten, critican y pontifican, con fruición murmuradora, sobre los males pestíferos que el término de marras está inoculando en el grandielocuente y ahíto cuerpo político de las sociedades occidentales. A fin de esconder la caduca amalgama de resentimientos y odios atávicos bajo el que se envuelve, es preciso delectarse en la forja mecánica de sintagmas en cadena, copiados de los moldes pelmazos del estructuralismo más sociologista. Póngase cara intensa, álcese con condescendencia gritona la barbilla, mezclando un prepotente aire postotalitario, y añádanse unas gotitas de Foucault disueltas con anfetaminas de Gramsci. Se materializa la imagen que dispensa de pensar. El resultado es de una extraordinaria altura especulativa mediante cualquier forma de conversión lógica. Verbigracia: toda enseñanza magistral es pura charlatanería; la pura charlatanería es magistral. La verdad es una construcción cultural del patriarcado. No hay verdad más indiscutible que las invenciones antipatriarcales. A la mentira sin más se la ha de llamar posverdad. Populista al simple demagogo. Los filisteos menean sus cabecitas preocupadas por el imparable avance de los secuaces que los abanican. Si todo filisteo se identifica como demócrata, el populista es el filisteo por cínica excelencia, inconsciente.

4/5/18

Tu solidaridad también cuenta.



Un lector amigo preguntaba a qué se refieren exactamente estas entradas con su frecuente uso del término filisteísmo. El peregrino absoluto contestaba que corresponde a la arrogante presunción, snob y cursi, biempensante y autosatisfecha de su mediocridad, con apariencia antintelectual, hipócritamente simpática, de quienes están logrando imponernos su zafiedad moral y estética, así como su cálculo ruin, como la más refinada e indiscutible norma social a la que cabe ajustarse sin replicar. En el siglo XIX el filisteo era “el burgués”. Progre o carca, en nuestro siglo asume, más o menos entusiasmado, el discurso dominante con la máscara sonriente de un fúnebre Carnaval. Sus muecas espantosas exigen una obediencia invertida. En rígida lógica filistea, la verdad se trasmite de lo particular a lo universal y no al revés. Algunos varones son criminales; luego, todos los varones son criminales. Toda religión es violenta; luego, cualquier religión que no sea la judeocristiana es pacífica. A este sinsentido común cabe prestarle asentimiento ciego bajo el nombre de solidaridad, de clase o de género. No basta con callar o no oponer resistencia. Cuentan contigo y conmigo para enjaular y sacrificar, a imagen y semejanza suya, nuestros nombres en el voraz altar de Baal.

26/4/18

Llevarse la copa, la medalla (o la palma).



Esta expresión contiene la ambigua relación paralímpica del filisteísmo actual con la gloria deportiva de la Antigüedad, reciclada en souvenir de consumo masivo. La palma de la victoria es la marca blanca de nuestro desfondado cretinismo. La tiranía democrática ha decidido que tanto el primero como el último de cualquier carrera comercial se cuelguen de su medalla. Lo importante es participar. De acuerdo con el principio de no no contradicción, si es preciso perseguir la excelencia, la mediocridad debe ser descartada a conveniencia. En consecuencia, cualquier mediocre es excelente y toda excelencia debe ser mediocre. Como toda regla, conserva alguna excepción económica: el fútbol. ¿Es preciso aprender ortografía y gramática? ¡Qué atraso, por Belcebú! Mientras acentuar correctamente o escandir el ritmo de una frase con un elegante punto y coma parece atentar contra la botarate creatividad que se supone a cualquier ocurrencia, raya en lo espartano la vociferante exigencia de perfeccionar hasta en el más mínimo detalle los automatismos de rondos y rombos y demás ejercicios balompédicos. Desposeído del laurel, el poeta observa envidioso cómo sólo a labios balbuceantes y roncos puede uno llevarse hoy el Grial del más inmortal aburrimiento, no por eterno sino por su indesmayable repetición.

18/4/18

Saber posicionarse.


En el sermón 72 al Cantar de los Cantares san Bernardo de Claraval desplegó, majestuoso, la precisa extremosidad de su arte retórica, mediante variaciones y derivaciones que disipaban la noche de aquel mundo medieval con la fulgurante luz, escatológica, del día del Señor. Inspiraba, espiraba, aspiraba cada palabra de sus espirales períodos. Respiraba. En nuestra infame noche filistea, evaporado todo sentido religioso de una gramática que ha sido herida por los tetánicos hachazos de la subjetividad más tétrica, ha sido depuesto cualquier objetivo que no repte entre posiciones escaladas -y conquistadas- a mediocres y brutales codazos. La caricia y el gusto espiritual han sido proscritos por la pegajosa verbosidad que manosea y lametea las deposiciones sentimentales más cursis. En los tiempos patrísticos cada herejía dependía de dislocar una preposición sobre la Trinidad, la Maternidad o la divina Filiación. Hoy la ortodoxia blasfema antepone cualquier contraposición, cuanto más infectada mejor. Sus dominaciones y potestades, más que manejar las piezas, procuran desplazar con el tablero las proposiciones que fundan sus movimientos aleatorios e interesados. Insustanciales y crueles, ciegan densas e impenetrables la aurora de la hora del Juicio, que ha sido suspendida a divinis. Compone, sobrepone, transpone todo sentido. En maloliente descomposición.

10/4/18

¡Islamofobia!


En su sentido literal no debería resultar extraño que quienes agitan la rechinante etiqueta que nos ocupa profesen las más fanatizadas y viejunas justificaciones de la opresión que los biempensantes han logrado tunear bajo el lijado código de la ideología de género. Solamente unas fatuas seculares pueden sostener, sin la más mínima vergüenza autocontradictoria y en nombre de grandes vocablos usados como adoquines, la sumisión absoluta y la obediencia enfurecida al ídolo que quiere usurpar la gloriosa majestad de la Palabra hecha carne. Como demonios rabiosos, no pueden soportar sin aullar la inmarcesible enseñanza de que sólo la filiación divina garantiza la autoridad de la ley. A gritos exigen grabar a sangre y fuego -¡silencio, silencio!- en la piedra de todos los corazones la sanción de sus vicios. Entre regurgitaciones farfullan la más odiosa consecuencia de la apostasía: llamar paz a la violencia y amor a las pasiones más desenfrenadas. Cualquier réplica que les contraríe es de inmediato censurada, perseguida y descuartizada. Celebrar la muerte del Justo por sus pecados es una ofensa imperdonable, mientras reducir a escombros la verdad de la persona se vitorea con frenético entusiasmo. Han clavado la Verdad en una Cruz y no soportan su Luz.

2/4/18

Te recordamos allí donde estés.


De un cinismo estremecedor esta frase, entonada con la voz entrecortada y los ojos lacrimosos, expresa la vertiente más naíf de la estupidez filistea. Inconsciente y bienintencionado, es decir, con insoportable mala conciencia, quien la pronuncia debe emboscar con sentimientos pegadizos su descreído duelo. Grabará el rostro difunto en una camiseta o se tatuará su nombre en el colodrillo. El sentido dramático de la existencia humana, a punto de abismarse en la desolación que es el sostén real de la esperanza cristiana, deja paso a la representación espectacular de una magia profana. En el hospital, en la funeraria, en la incineradora, el efecto maravilloso consiste en escamotear los cadáveres cuanto antes. Como a ánimas en pena se honran fantasmales y alucinadas sus imágenes “allí donde estén”. Aunque es de buen tono descartar la realidad del cielo y del infierno, el paganismo de nuestra época no puede evitar verse asaltado por sus ancestrales y gaseosas supersticiones. En vez de rezar por los muertos, sus adeptos los conjuran en su propio recuerdo para que no les atormente el espantoso vacío que les suponen. Si nadie pervive, nada les sobrevive. ¿Qué queda? El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

25/3/18

Dios ha muerto.



Y tras Él el autor, el sujeto y, ¡ay!, el hombre. Todos con la máxima minúscula posible, excepto su Nombre, despojado de cualquier atributo de majestad. Aún abrasan de rabia a la enfebrecida turba que, a gritos, reclama repetir hasta la extenuación su embrutecedor linchamiento en efigie. Es preciso borrar todo rastro de ser. Bramando, de la naturaleza debe extirparse hasta el último vestigio de una chispa divina que pudiera seguir resistiendo el solipsismo totalitario que, como un ídolo insaciable, devora profana la ofrenda de sí. Sólo existe el yo como cuerpo, individual o social. Hay que amputar, mutilar, raspar cualquier resto de pureza original que permita reconocer una diferencia originaria, una alteridad irreductible a infinita regulación. Prótesis, implantes y chips deben rebajar la humanidad más allá de sí misma. Se prescribe el duelo como una orgía ilimitada en la que cualquiera de sus miembros es intercambiable, reemplazable, irrelevante. Todos son y tú eres nadie. Crear, dominar, engendrar han sido clavados, fundidos, invertidos, en el árbol del conocimiento: destruir, esclavizar, esterilizar. Forzado el querubín del Edén, la horda persigue embriagada y desconsolada, alucinada, entre ruinas humeantes, el botín de un jardín abandonado. De una tumba vacía.


17/3/18

Lograr masa crítica.


En bocas pedagógicas este sintagma alcanza proporciones espeluznantes y apocalípticas. Mezcla la física nuclear y el economicismo más burdo a fin de convencer de la espantosa bondad de cualquier esperpéntico experimento curricular a plutócratas educativos sin escrúpulos. Cuanto más escándalo suscite entre la afónica camada académica, con más placer se enjarretará en forma de titulaciones y programas universitarios. Su jerga suele expelerse con un deje de cansada autosuficiencia, como una evidencia inexcusable de la innovación, que es el término bajo el que los posmodernos adoran hoy el ídolo del Progreso. En estricta lógica opera con la inferencia según conversión simple: Ningún reaccionario es innovador; luego ningún innovador es reaccionario. Satisfecha con pulcritud demagógica la garantía de la impunidad, se puede proceder a la derivación de toda suerte de conclusiones no no contradictorias. Como toda masa física es simultáneamente política, toda crítica política debe resultar de un estado de aglomeración física que sea capaz de ahogar cualquier disidencia no reglada. A niveles de rentabilidad alquímica la gasificación debe liquidar, como una reacción nuclear en cadena, cualquier bolsa de resistencia del sólido periodo glacial del humanismo embalsamado. Nada más innovador que restaurar la barbarie, pues nada resulta más indignantemente bárbaro que la tradición.

9/3/18

¡Fascista!


Como insulto barriobajero el esputo fascistoide equivale, en términos zoopolíticos, a los más directos y brutales, más clásicos, de “¡hijoputa!” o “¡cabrón!”. Incluye siempre, más o menos latente, la fantasía de una amenaza de muerte que presiona, psicópata, la impotencia del sujeto emisor. Escupida por un rufián, al borde del síncope afónico, la exclamación padece una aspiración consonántica, como si fuese el estertor de un enfisematoso. Con ronca y entrecortada, espeluznante, entonación, arranca el largo gargajo hasta su lento eco final: “¡Fa-ciiis-taaaaaa!”. Entumecida por la furia, su expresión permite la alucinación de imaginarse un digno partisano en vez de un mancebo de lupanar -o de partido político- que se juega a los dados trucados la trágica pensión por crímenes milenarios, que fueron y son como el ayer que pasó. Algo enigmático y laberíntico, vacío de cualquier significación, cristaliza en tal explosión de rabia, de humillación, de odio. Con una obsesión séptica se observa proliferar la infección hasta en los más recónditos gestos. Si se conserva su memoria histórica, qué pureza. De sangre, de fe, de ideología. Marranos, masones, malditos. Guerra sin cuartel hasta en los cementerios. ¡Qué paz! Para no olvidarnos mutuamente, todos nos acabaremos gritando a la cara: ¡Fascistas!

1/3/18

Políticamente correcto.


Esta repugnante etiqueta que ha babeado por las fauces de cualquier ogro biempensante es un típico subproducto del puritanismo protestante más descreído e implacable y, por ello, más exportable y nominalmente universalizable. En su ruta al triunfo absoluto ha dejado atrás incluso aquellos gallos aflautados que soltaban sus adoradores cuando, con un guiño de aparente malicia adolescente, aseguraban que, en cualquier asunto intrascendente, se permitirían opiniones políticamente incorrectas. Este excusable subterfugio retórico, en forma de lítotes, ha sido también prohibido. En el despliegue absoluto de la Memez más ruin y totalitaria no existe espacio para esas bromas que nadie debe entender. En primer lugar, se deben erradicar los comportamientos y las actitudes que pudieran catalogarse como discriminación. Como una marabunta, la casuística resulta infinita. En cumplimiento de esta fase de deforestación moral, ha sido preciso sustituir “sexo” por “género” y eliminar “opinión” en beneficio de “orientación sexual”. Corresponde a continuación proceder a extirpar cualquier término discrepante. Amorfa por poliforme, sólo pueden funcionar tautologías abstractamente autocontradictorias. Por ejemplo, la diversidad ha de ser inclusiva. Se logra entonces recluir la espontaneidad en una absoluta inmediatez disciplinaria. Toda la ley se encierra en estos tres mandamientos: no hacer, no decir, no pensar.

21/2/18

No hay nada después.


Con cara de susto condescendiente, los neofilisteos suelen despachar los temas que la teología tradicional denominaba novísimos con desparpajo caduco y positivista, utilizando toda suerte de circunloquios y eufemismos, cuanto más tautológicos mejor. Nada por aquí, nada por allí. Et voilá. Arriba, abajo, adelante y adentro. Perdido el sentido de la peregrinación por este valle de lágrimas, el actual nihilismo autocontradictorio sólo puede afirmar lo que niega. Por tanto, debe negar su afirmación. La exaltación de la inmanencia reduce cada vez más los términos sagrados de la existencia hasta reducir la vida a cenizas. Un feto es un amasijo de células. Un anciano decrépito o un joven en coma, un vegetal. Ni antes ni después -ni incluso durante- puede asegurarse el ser de nada. A lo más, impersonal, hay algo, precario, fugitivo, inestable, entre medias, que debe ser objeto de la más minuciosa regulación legal. Es preciso desgañitarse en el ensordecedor guirigay del bazar social para que el pronombre de primera persona pueda negociar su condición intercambiable antes de ser descartado. Tan evanescente es su identidad que a la bicha no se la puede ni mencionar. Epicúreos aterrorizados, cabe elegir irracionalmente los falsos temores y liberarse de la esperanza.

13/2/18

Polvo eres.


Una sociedad que entierra la sardina pero que es incapaz de ayunar ha enfermado, bulímica, de abulia. Se atiborra de fiestas y de ritos cuyos sentidos ha reducido al absurdo. Es capaz al mismo tiempo de maravillarse de la abstención anoréxica de Bartleby y burlarse, condescendiente y perezosa, de la abstinencia escatológica del Santo Bebedor. Mientras se zampan solomillos los viernes de cuaresma, con su buena conciencia apóstata e ignorante, los filisteos claman humillantes, como si se tratase de las lujuriosas mariscadas que apetecen y engullen otros días, contra el pescado hervido y cotidiano de quienes, creyentes, aplacan y moderan sus deseos en medio del potente y estridente silencio que les envuelve. Festejan y brindan los Epulones que trafican las migajas de sus lazarillos con su blanqueado evangelio ahíto de banquetes y lechos espumosos. Satánicos, exigen creer y convertirse a él con sus sonrisas depredadoras. Desprecian, por agoreras y funestas, las lágrimas del perdón y del arrepentimiento que han proscrito y que han prohibido enjugar. Como, embriagados y violentos, han reducido la gracia a un derecho que reclaman furiosos y malhumorados, resulta intolerable el recuerdo edénico, original, de que polvo somos y al polvo regresaremos. A cada cual lo suyo.

5/2/18

El argumentario.


La argumentación es al argumentador lo que el argumentario al argumentero. Todo es cuestión de una vocal. El argumentador argumenta. El argumentero argumentea. Según las gramáticas, este sufijo que deriva un sustantivo en verbo introduce un matiz iterativo. Puede definirse como la acción de aducir argumentos una y otra vez, rápidamente, a intervalos, sincopadamente. Si nos pusiésemos (pseudo)científicos, diríase que la técnica de márquetin de proveer al vendedor de un nutrido fichero de consignas, instrucciones o eslóganes, para colar al incauto comprador la mercancía averiada, procede de una base psicológica conductista. Entre retórica y combinatoria, se confía en desplegar -y recluir- el mapa preciso de todos los efectos perlocutivos que un mensaje pudiera provocar. El antecesor en esta cadena evolutiva remontaría al cruce del chamán y el charlatán. Su descendiente más aventajado y lamentable es el político de oficio. Entre medias y aspavientos, desde el ruidoso y neutro bazar digital, toda suerte de comerciales, disfrazados de bandidos, piratas y payasos, puerta a puerta, mediante dispositivos móviles o por las esquinas, pugnan por seducir, forzar y consumar a sus accidentales víctimas, adulándolas, insultándolas o ninguneándolas por una mísera comisión. El tiempo -y el voto- es oro y el argumento, su calderilla.

28/1/18

Articular un relato.


Impasibles y abotargados, los filisteos mascan los relatos mientras hacen con ellos tensos globos con el que desean convencernos -y, de paso, convencerse- de que sus emociones son efectivas y afectivas. La redundancia es aparente. En tanto que efectúan una fantasía la despojan de toda realidad que no sea meramente una sensación confusa y pegajosa. Como arácnidos tejen una red de palabras disparatadas y apretadas en que enredan y esclavizan a sus clientes, a sus votantes, a sus fieles. No importa tanto sostener un discurso equilibrado cuanto lograr que ocupe el máximo posible de espacio -institucional, social, cultural, cada vez más virtual-. Que sea razonable es irrelevante, y hasta contraproducente. Basta que sea irrebatible en sus propios términos. De este modo, toda objeción puede ser considerada ofensiva. En consecuencia, toda disidencia debe ser tratada como delincuencia y, como tal, tipificada legalmente. Se precisa a toda costa compactar y simplificar las bolsas de resistencia que pudieran quedar. Resulta fundamental despojar al sujeto de cualquier condición que no sea atributiva. Propongamos un ejemplo de esta innoble y sofística lógica del relato: el buen maestro corrompe a los jóvenes; luego debe ser indiscutible que quien corrompa a los jóvenes será un buen maestro.

20/1/18

Una segunda oportunidad.


De niños, torpes, reclamábamos repetir la partida o la jugada pifiada. Insistíamos con mil y una excusas que, al exonerarnos de nuestros errores, exigían como rescate la repetición. La condescendencia ante la imperfección calmaba el terror de la finitud. En cambio, el axioma implacable de nuestra madurez niega que nada sea, técnicamente, irreparable o, más exactamente, irreemplazable. A ninguna elección se le reconoce la posibilidad de la equivocación. Como ningún acto posee moralidad, toda moralidad consiste en reconocer el acierto de cualquier decisión. Cuanto más inciertas y arbitrarias sean sus normas de ejecución, menos responsables resultarán sus consecuencias. Sólo lo desplazado, lo indeterminado, lo dislocado anestesia, momentáneamente, la angustia desdibujada de nuestra identidad. Inversamente proporcional, para mantener a raya los peligros de tal jungla social, debe multiplicarse exponencialmente toda suerte de casuísticas que recojan y legislen hasta el más mínimo detalle. Toda situación no catalogada es el reino de la libertad absoluta. Es preciso articular los procedimientos que garanticen su réplica, es decir, su reversibilidad completa, como si en la realidad nada nunca pasase. La define esa siniestra y mecánica expresión de poner el contador a cero, sea con la familia, las deudas o la misma vida.

12/1/18

¡Acoso!


En una de sus más exquisitas paradojas autocontradictorias, de aquellas que aún apestan con el tufo caro de la hipocresía filistea más refinada e innoble, el monstruoso Leviatán posthumano que empieza a asomar sus pezuñas sobre nuestras conciencias cataloga de acoso cualquier injustica que pueda ser reducida, sin concesiones en su aplicación, al absurdo y a la arbitrariedad. Lo importante es que nadie pueda sentirse ya a salvo. Extrema hasta sus límites más represivos el principio de todo nominalismo. Cada caso no es sólo universal sino universalizable. Basta apropiarse de los residuos semánticos y cognitivos de las palabras en ruinas. El Estado legisla qué debe entenderse por “minoría” y ejecuta qué “mayoría” se ha de respetar. Cualquiera que oponga resistencia a la imparable sordidez que no ceja de alentar cualquier comportamiento que pueda a su vez condenar es apaleado, encapirotado y arrastrado entre festivas palmas sadomasoquistas por las plazas virtuales. La tiranía de la democracia no consiste en el dominio de la estadística, sino en la construcción de procesos autovictimarios. Puesto que la regla es la desviación, toda desviación de la regla debe ser castigada excepcionalmente para confirmarla. Homo et mulier mulieri et homini lupus lupaque sunt.

4/1/18

Dejarse de historias.


Especialmente ambigua resulta la relación de nuestra época filistea con la materia de la imaginación humana. Devorada por sus emociones, no son la verdad o la mentira su preocupación esencial. Aunque los neomoralistas se afanan por retener el torbellino desatado que ha emergido de la caja ilustrada que su soberana Pandora había dejado mal cerrada, ni la libertad, ni la igualdad ni, mucho menos, la fraternidad atraen ya su más mínima atención. Le basta con repetir sus divinas palabras como un mantra nauseabundo e insignificante. Le hechiza, más bien, el movimiento desdibujado de las formas que crepitan, antes de condensarse por un instante narcótico, ante su ciega mirada. ¿Fake news? No hay tal, pues sólo ellas dan noticia de lo que, realmente, sucede. Puesto que el tiempo se ha acelerado fatalmente, cualquier historia está amortizada a priori. La ficción misma, tan glotona, ha sido puesta a estricta dieta por un régimen bulímico que documenta su peso a cada paso, por medio de toda clase de aplicaciones y de dispositivos actualizados y reiniciados. Aun así, ha sido descartada. Nuestra época filistea ha corrido a refugiarse, articulados como legos, en los morfinómanos brazos de los relatos. Acta est fabula.