26/6/17

Con mi cuerpo hago lo que quiero.


Consumación apocalíptica del cartesianismo, el cuerpo ha quedado reducido a la condición de (sucio) objeto que se manipula y se metamorfosea, elástico, hasta hacerlo irreconocible, desencarnado. De hecho, la biopolítica sostiene la necesidad de profanar –de negar- cualquier atisbo de santidad que pudiese quedar en él. No hay más yo que la cosa que piensa cómo reducir a extensión ilimitada ese adminículo que uno posee y del que se siente, por naturaleza, humillantemente enajenado. Sólo sometiéndolo hasta su aniquilación puede calmarse la sed sangrienta y enloquecedoramente solitaria de esos infectados titanes que quieren restaurar el reinado de su Caída. El fiat original modelado con arcilla y animado por el soplo del Creador devuelve, nítida, la agresiva imagen de demonios que desean borrar cualquier traza que les recuerde que la eternidad sostiene el instante de su condena –o de su salvación. Al mirar su rostro en el espejo de la creación observan un espantoso vacío. Como César en el circo, el pulgar de su capricho arranca al Hijo de los vientres maternos -o lo encaja de alquiler- y trastorna la identidad del Padre, mientras, enfebrecidos y embriagados de orgullo, preparan el asalto final a la fortaleza del Espíritu.

18/6/17

Fidelidad creativa.


A Samuel Johnson se le atribuye la quirúrgica sentencia de que el patriotismo es el último recurso de un canalla. ¿Cómo definió a este tipo el lexicógrafo ilustrado? Bajo la apariencia de amor a su país, perturba como un faccioso el gobierno. Pues eso. La fidelidad creativa es el patriotismo de los eclesiásticos alienados y tiránicos. Su último refugio. Como odian la fe tanto más que la creatividad, puesto que ofrecen púdica resistencia a sus patéticos deseos más torpes, las manosean en público con supurante cursilería, calificada ahora de “experiencia espiritual de calidad”. Repase el amable lector los tradicionales cinco mandamientos de la Iglesia y comprobará que a sólo uno no añaden ninguna exégesis creativa. Según su criterio, no cabe descartar, sino al contrario, que quien asiste a misa regularmente, confiesa y comulga, ayuna y se abstiene es seguramente un hipócrita rigorista y supersticioso que, atiborrándose de mariscadas, aleja e impide el paso a quienes, de verdad, con un corazón contrito y bien discernido, podrían salvar su alma cumpliendo con ellos, pobres, el único mandato necesario: aliviarles en sus necesidades (fisiológicas). El dinero, sin padre ni madre, sin familia, purifica del todo la conciencia del administrador astuto y creativo. Scoundrels!

10/6/17

Todos somos iguales.


El principio civilizador de la lealtad mutua, que ha fundado el espíritu y la norma de cualquier grupo humano digno de sí, rezaba para cada individuo de este modo: “Como soy singular, deseo ser tratado como uno más”. En compensación, la mediocridad siempre había reclamado el ejercicio del privilegio. Fuera de sí, el igualitarismo moderno invierte la fórmula. “Como eres uno más, tienes derecho a ser tratado como un ser singular”. El privilegio se vuelve un derecho a fin de arrasar cualquier atisbo de igualdad natural. El antielitismo cultural elabora sin desmayo taxonomías más y más detalladas que hacen imposible la afirmación de la personalidad propia. Todo está catalogado, clasificado y disecado. La reivindicación de una soberanía histérica no tiene otro fin que calmar el espantoso vacío de la proscripción de toda identidad. Como no eres nada ni nadie, asume el género, la religión o la nación que quieras crearte y que, de inmediato, pasará a engrosar la inacabable lista que justifica la gestión de los enloquecidos mundos paralelos que encubre el atroz término de repositorio. Cuantas más alucinaciones proyectes en forma de realidad, más nivelado estará el mundo. ¿Qué otra cosa es la (in)justicia relativa sino la (des)igualdad absoluta?

2/6/17

Todos somos diferentes.


Camino por la calle y tropiezo con el anuncio de una franquicia de flexible implantología dental donde asoma un joven de amplia y perfecta sonrisa que, con la garantía de un inflamable premio nacional de educación, expone que “cada alumno es diferente y mi misión es adaptarme a todos”. El anunciante remacha que “las cosas importantes se consiguen con un método que funciona” (sic, la cursiva). En estricta lógica no no contradictoria, no hay otra metodología que la del caso singular, único y cerrado en sí mismo, particular y no generalizable. Los medievales definían esta postura como nominalista. No existen géneros, sólo especies. Sin ironía, cabría deducir que la innovación pedagógica más luminosa reproduciría, sarcásticamente, la escolástica más oscura y decadente. Más que un educador, necesitamos un comercial. Más que una palabra, una sonrisa o su emoticón. ¿Estás satisfecho? Ese es nuestro compromiso. Desde tantos euros, lo que quieras. Te convertiremos en una mónada (o en una gónada, tanto da). No existe más capacidad de socialización que la adulación de tus fantasías. Por un precio, mereces nuestra completa y exclusiva empatía. ¡Ay de nosotros, si no! La diferencia nos iguala a tod@s: ese es el método que funciona.