25/1/17

No hay nada absoluto.


Absolutamente nada ha cambiado entre los burgueses de hace ciento cincuenta años y los progresistas de hoy mismo. Bloy recordaba que, cuando niños, “cada vez que, asqueados, buscábamos un trampolín para evadirnos saltando y vomitando, se nos aparecía el Burgués con ese anatema”. El burgués lo decía con seriedad condescendiente; el progresista lo explica con sonrisa suficiente. Para aquel era un medio de control social; para éste, también.  ¿Qué quieren que les diga? El relativismo apesta a filisteísmo. A mediocridad, a falta de gusto, a vulgaridad. No siendo absolutos, buscar lo Absoluto exige una formidable energía centrífuga. En una paradoja parmenídea, la unidad del ser es pura tensión. Siendo múltiples, todo acaba en el agujero negro del yo. Paradoja atomista, la sola posibilidad se traga con patatas un no-huevo. Yo no soy yo. Soy una construcción cultural. No tengo identidad. ¡Qué desfachatez atreverse a ser hombre, o blanco, o católico! No necesito papeles para amar; sólo para tener una hipoteca, la cobertura sanitaria y una pensión. Es decir, para tener lo que, ¿felizmente?, no soy. ¿Qué debería añadir sino el corolario de Bloy?: “En tales circunstancias, se convendrá en ello, el deber de crear el mundo se impone”.

17/1/17

¡No seas talibán!


Indefectiblemente, quien pronuncia esta exclamación con laica indignación, ha sostenido simultáneamente que no existe «choque de civilizaciones», que es preciso no criminalizar a ningún grupo y que una sociedad democrática acoge respetuosamente la pluralidad cultural y religiosa. Quien no es talibán considera que profanar una iglesia -y quien jura por las ofrendas, jura por el altar-, aun no siendo recomendable, es un ejercicio que nos sitúa delante del debate sobre los límites de la libertad de expresión. Según su ponderado punto de vista, es preciso revisar y adaptar de acuerdo con el marco de un estado aconfesional, entre otras costumbres, la celebración de la Navidad o la Semana Santa, mientras condena con firmeza cualquier provocación contra las prácticas y las celebraciones de otras religiones. Como se sabe, los sacerdotes católicos son pederastas potenciales; los imanes, potenciales agentes de la paz. Lo que en Mondragón llegó a ser intolerable, en Gaza es desgraciadamente comprensible. Los judíos son también talibanes. Lo importante es no confundir a los talibanes con los talibanes, no sea que en la época de las incertidumbres alguien siga atreviéndose a mantener en pie el principio de no contradicción: la familia, la propiedad y la libertad sin adjetivos.

9/1/17

¿Quién soy yo para juzgar?


En efecto, nadie. Plantear sólo la pregunta socava radicalmente cualquier autoridad para discernir el bien del mal en todo acto. La pregunta, perversa, identifica la búsqueda de la verdad con la condena. Toda verdad es condenada en ella. La misericordia se convierte en el instrumento legal para revisar y modificar a conveniencia y en cualquier momento los pasajes de un Código utilizado a antojo. Llamar en esas circunstancias a la conversión es recordar que siempre uno está en falso y que resistir es pecar contra la potestad única, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal. Asumir la propia falsedad, el remanente de inautenticidad que nos constituye, ¿permitiría liberarnos de la hipocresía y el fariseísmo? Ser falso sería ser bueno, pues, sin falsedad, ¿cómo descubrir que las tradiciones son relativas? Sin satisfacer su función social en la miseria de los hombres y no en su salvación, ¿cómo podría justificarse la reserva mental de todo juicio? Modernos -dijo Bloy-, “me parece que los Ejercicios de san Ignacio corresponden, en cierta manera, al Método de Descartes: en vez de mirar a Dios, el hombre se escruta a sí mismo”. ¿Quién soy yo? Tú eres Pedro.

1/1/17

Una bienvenida peregrina.


Inauguro este blog con dos pretensiones tal vez desmesuradas: convertirme en un discípulo de Léon Bloy y escribir con brevedad. Me adelanto a advertir que fracasaré en ambas tareas. De mi timidez sólo puede esperarse que anote, aquí y allí, alguna glosa a la exégesis de los lugares comunes que nos ahogan cotidianamente. Confío que a quien le pudiera indignar alguno de estos apuntes al vuelo me discipline con ese desprecio tan elegante, por inexistente, que al callar no otorga. Y si a alguien estos comentarios no le desagradan en exceso me sentiré recompensado por su paciencia. No teman mis amables lectores, en cualquier caso. Bloy no se cansó de azuzar, por higiene moral, a los puercos, a los canallas, a los rufianes. De tan rodeados como estamos de insultos, insistir sería un pleonasmo intolerable del que el maestro me habría absuelto. Él, el mendigo ingrato, buscaba lo absoluto sin reparos. Hoy en día estar dispuesto a vislumbrar alguna verdad requiere además hacer de la peregrinación un absoluto. La libertad del nómada es más que nunca una aventura de riesgo. “Mi padre era un arameo errante…”. Lo invoco ahora que empiezo esta peregrinación.