24/8/18

Ingeniería social, genética...


Aunque nuestra turbia época invoca con machacón servilismo términos vacíos de cualquier sustantividad como el de excelencia, la innovación que proclama con abducido entusiasmo no guarda otro objetivo que capar cualquier atisbo de originalidad creadora. La Creación ha sido ya encarcelada preventivamente en los calabozos de la creatividad. Literalmente nada que no pueda ser descuartizado y replicado en un laboratorio merece ser permitido. Toda definición debe ser proscrita por su arrogante tufo a dignidad resistente. Vagarosas, las identidades se construyen por adición, por sustracción, por alteración o por inversión. Meros ejercicios retóricos, no persiguen ninguna utilidad. Se limitan a probar, con jubilosa furia, su eficacia autodestructiva de toda norma moral. Exigen confundir la costumbre con la convención para entronizar entre aclamaciones aterrorizadas la arbitrariedad como su ilocalizable divinidad. Será ley la jungla. No una jungla virgen y feraz, sino otra, exclusiva y total, diseñada con férreos dispositivos de ilimitada actualización. En vista de su inalcanzable simplicidad divina, la vida humana se empieza a ahormar en la genómica fundición de un mecano articulado según procesos de producción, rendimiento y ahorro cuya regulación eficiente se ha depositado, a latigazos especulativos, en manos de una ética aterida. Todo deberá sujetarse a ciega previsión.

16/8/18

Salir de tu zona de confort.


De entre las cínicas y repulsivas expresiones metafóricas que el chantajismo filisteo suele exprimir con estreñimiento facial que, sonriente o no, constituye un síntoma claro de que está perpetrando alguno de sus timos más rentables, sobresale la referencia indirectamente negativa a todas esas comodidades que en su caso persigue con avaricioso denuedo y que denuncia con culpabilidad codiciosa en el de los demás. La que nos ocupa sintetiza mejor que muchas otras la condescendencia desvergonzada con que se aplica a enmascarar su virtuosa grosería. Como detesta cualquier rincón de intimidad que no pueda pisotear, en lugar de juzgarlo, se limita a menospreciarlo sumariamente. Como tampoco ha acabado de librarse de la escoria moralista que sigue coloreando su ética de mercadeo, confunde adrede el esfuerzo y la austeridad con la diversión y el derroche. Empeñada en trucar los puntos cardinales que aún puedan resistir el asedio magnético de sus experimentos transhumanos, no deja de provocar que las virtudes salgan al descampado donde pueda forzar, a gusto, su voluntad. Bajo la artera hipocresía desnuda la prudencia y, tras la justicia, manosea su tiránico beneficio. Prostituye la fortaleza por la vanidosa contumacia y, según el capricho disipado, amordaza la templanza. Sub angelo lucis.

8/8/18

Pasar pantalla.


Esta expresión, particularmente estúpida, contiene una pose retro que juega a fijar los implícitos fenomenológicos que tanto divierten el aburrimiento filisteo, entre cuyas defectuosas virtudes siempre ha sobresalido su insuperable ingenio para trocar en anodina cualquier estrafalaria ocurrencia que, por viciosa ignorancia, ha acostumbrado a considerar idea. Indolentes, antes sus insomnes militantes hacían ver como que leían un libro pasando sus páginas. En realidad, literalmente, daban vuelta a las hojas con sus bostezos. Ahora, con un abatimiento que desean disimular con su desencarnada defensa de la innovación, entretienen la asfixiante espera gris y uniforme de sus insatisfechos beneficios pasando, en pasado, contundentes y aguerridas imágenes que se suceden a una velocidad cuanto más vertiginosa todavía menos inverosímil. Virtualmente, en imagen, se limitan a clicar sobre un fantasmal ratón su sentenciada visión de la vida humana. Su depredadora -y neodarwinista- concepción de la política se asemeja así a un videojuego que difumina su brutal moralina incitando a acceder sin descanso a nuevos niveles de dificultad para atracar bancos, atemorizar dragones o prostituir pirañas. Con inexpresividad desencajada, con pornográfica monotonía, con execrable buena conciencia, sus avatares ríen, lloran, gimen. Para tomar impulso, pantalla adelante, les basta dejarse arrastrar por su enajenada inercia.