28/9/19

Como no podía ser de otra manera.


Inquietante, esta muletilla pretende transmitir una falsa sensación de humilde gratitud o de proba actuación. Suele calzársela en discursos epidícticos o de propaganda. Encierra o una artera coacción o una inconsciente amenaza. ¿No deberían sentirse aterrados unos padres si escuchasen al pedagogo empático de la escuela anunciarles que, en caso de dificultades de convivencia, serán informados inmediatamente, “como no podía ser de otra manera”? ¿O no buscaría otro trabajo la asalariada que, por boca del profiláctico director de recursos humanos, recibe la advertencia de que tendrá derecho a la baja por maternidad, “como no podía ser de otra manera”? ¿O el ciudadano corriente no desconfiará si el engolado ministro de turno, “como no podía ser de otra manera”, garantiza públicamente que sus derechos básicos no quedarán comprometidos por una huelga de trenes, una manifestación anarquista o un experimento nuclear? La habilidad consiste en colar de rondón el latiguillo, con aire de despreocupada seriedad, como si resultase innecesario, con la simple función de tranquilizar los escrúpulos maníacos o fóbicos de sus interlocutores. Como el quinqui de nuestra infancia, persiguiéndote con cuchillo en mano, su emisor nos increpa amistosamente: “¡No corras!, que no te voy a hacer nada”. Per speculum, sine aenigmitate.

20/9/19

Es de sentido común.


En desuso, esta muletilla conserva la vigencia imperecedera de la estupidez del filisteísmo siempre triunfante, tanto más rancio cuanto más provocadora sea su apariencia. La originalidad de sus sarcasmos repite la mediocridad consuetudinaria de sus más abyectos lugares comunes. Se ríe, por ejemplo, de la virginidad como en otra época sus padrastros se habrían choteado de los bastardos. Con congestión empavonada se indigna, ¡en pleno siglo XXI!, ante cualquier reticencia social a los experimentos biogenéticos, de igual modo que sus antecesores se escandalizaban de las trabas a la creación de riqueza mediante la usura o al avance del progreso gracias a la explotación laboral. Reclama subir o bajar impuestos con tal de que pueda evadirlos con buena conciencia. Clama profético contra el cambio climático y la superpoblación mientras acumula puntos de viaje en sus tarjetas golden o renueva constantemente sus dispositivos móviles de última generación. Denuncia brotes fóbicos por doquier de manera que pueda seguir satisfaciendo, histérico y obsesivo, la pasión insincera que siente por sí mismo. Le resulta intolerable la intolerancia del espejito que le repite lo que pide no oír. ¿No es acaso el dechado demócrata más perfecto? Por sentido poco común, como inquisidor debe transformarse en bruja.

12/9/19

Ninguna agresión sin respuesta.


Desde que Moisés descendió del Sinaí con las Tablas de la Ley, la turba jamás (se) ha perdonado el castigo de su idolatría. Ha buscado una y otra vez resarcirse de la humillación del deber de obediencia al modelo divino de contención que rechaza como un chantaje intolerable. Con la excusa de ideales ilustrados ha redescubierto el placer de coquetear primero y entregarse después a la guerra sin cuartel. Apura sus consecuencias hasta el horror. Nada es sagrado; todo es profano. Descontada cualquier forma de amor o incluso de amistad que no se reduzca al afecto, cuando no a la simple emoción, opone a la prohibición mosaica el regreso a la retaliación babilónica. Su noción revolucionaria de la justicia, embotada bajo el aterrador pleonasmo de la acción directa, suele condensarse en ripios despiadados y ancestrales. Ojo por ojo, diente por diente. En manos de sus ideólogos el terror ha dejado de funcionar como el instrumento de la virtud republicana para convertirse en la justificación subversiva del vicio tribal. La horda es la víctima. Quien la retenga, su verdugo. Toda oposición debe ser reeducada. Todo límite, allanado. Toda frontera, abolida. Je suis fait pour gouverner le crime, non pour le combattre.

4/9/19

Apostar por...


Como en las encuestas que propone cualquier revista cultural y política, levemente anglófila, si cupiese elegir el verbo con que, sin dejar de babearlo, el neofilisteo mejor define su actitud vital, agnóstica y supersticiosa a partes iguales, sin duda deberíamos votar por su irrefrenable tendencia a depositar su confianza en una persona o, sobre todo, en alguna iniciativa de riesgo sin que se comprometa en absoluto con su resultado. No debe pasarse por alto el truco de su buena suerte. Jamás comparte los beneficios. Siempre reparte las pérdidas. El resto de su apuesta queda sobreentendido. Por ello emplea el verbo en su uso exclusivamente intransitivo. No apuesta la camisa, la casa o su (des)honor. Apuesta por algo o alguien en función de lo que representan. La califica de estratégica. En su adicción ludópata, nunca apostará a ningún juego. Siempre a resguardo razonable, ha apostado por sí mismo. Cada vez más altas, sus apuestas resultan más abstrusas y jergales. Disfruta enredando con los envites para alterar sus resultados. Apuesta así por la innovación, por un nuevo modelo de gobernanza, por un liderazgo mundial, por el incremento de la competitividad, por la extensión de los derechos… Gira la ruleta. Impares, rojas; ganan.