27/8/19

(No) hay voluntad política.


Donde triunfa la Voluntad, la modernidad impone su tiranía. En la voluntad de Dios, del Rey o del Pueblo nada importa el valor subjetivo del genitivo. Intercambiables, son los sinónimos del ciego arbitrio que rige con (in)justicia el caos organizado de las sociedades humanas. Dice el refrán que la excepción confirma la regla. Dicta el actual (sin)sentido común que es exigido a cualquier regla confirmar la excepción. De hecho, no existe otra norma que lo excepcional. No brilla realidad más deslumbradora que el deseo: una ausencia cuya mención requiere atropellados balbuceos. La convención más estrafalaria deberá ser naturalizada. Se decreta que no existe la naturaleza, sino sólo un conflicto de convenciones que deben convivir racionalmente. Sólo lo convencional es real. A continuación, se insistirá en que cualquier pretensión natural es irreal y, en consecuencia, irracional. Finalmente, la convención más radical adoptará una carta de naturaleza incuestionable. Es preciso que triunfe hasta lograr la proscripción de las costumbres tradicionales que serán catalogadas como delito. Un ejemplo. Asoman las primeras ocurrencias que asocian el modelo de la familia numerosa con la crisis medioambiental. Imagínense a qué misión se reserva la orgullosa función modélica de cumplir, trashumana y de alquiler, la conciencia ecológica.

19/8/19

Mandato democrático.


Mientras los místicos cincelaban la deliciosa cima de su asombrosa experiencia con los oxímoros de la música callada, la soledad sonora o la llaga regalada, el sentimentalismo huero de los neofilisteos perpetra su empático autoritarismo con apelaciones insustanciales que sólo los adjetivos logran maquillar. Descontado todo principio de autoridad que no esté arbitrariamente reglado por la decisión de una autoconstituida mayoría, se impone cualquier decisión en beneficio propio como obsequiosa obediencia a la voluntad populachera. Por ello, el destino de la democracia, reducido a la función fisiológica de depositar un voto seguido de escraches colectivos de placer o de indignación, como el del amor está ya sometido a satisfacer una delirante adicción orgásmica siempre al borde del delito, no consistirá en elegir a los que mandan sino en mandatar a los escogidos. Según un equilibrio de chantajes mutuos, se habrá de asentir, por aclamación, a sus deseos; más aún, sugerirles por anticipado que asalten nuevos goces que ansían regalarse. El bandidaje, el caudillismo o las banderías adoptan respetables aires en las cínicas muecas de quienes reparten, según los méritos de una docilidad agresiva, los restos de un botín que se imagina inacabable, como la arena del desierto. ¡Ciérrate, Sésamo!

11/8/19

Gobernar a golpe de encuestas.


La vertiginosa velocidad que accidenta la praxis política de nuestra época se manifiesta a veces en la efímera vitalidad de sus expresiones más refinadamente innobles. Atendamos, por ejemplo, a este dechado de marrullera simpatía. Describe el ejercicio del poder como una pelea callejera en que la persecución del bien común puede ser reducido a los quesitos en forma de gráficos en 3D que se incluyen en la diapositiva de una presentación en powerpoint ante el baranda de turno. En esta violencia de pacotilla, autoindulgente con el supuesto gobernante, descubre el sagaz asesor político la pervivencia corrompida del despotismo democrático. No basta que el pueblo -o, entónese con voluptuosa complacencia, la ciudadanía- haya sido domesticado y encerrado mediante macrocifras en las estrechas celdas de una hoja Excel. Es preciso construirle la realidad mediante las encuestas. Debe modelarse su opinión para que responda a medida de las fantasías que sus gobernantes hayan decido que mejor les conviene. En cada pregunta debe subyacer la amenaza de un premio o la recompensa de un castigo. Pueden obtenerse así los mejores eslóganes. La familia: un peligro ecológico. La esclavitud laboral: una necesaria solidaridad universal. Un solo pueblo, un solo orden, un gobierno ramificado y total.

3/8/19

Lo importante es la salud.


Atenazado por el terror de la Peste, el hombre medieval danzaba con desenfreno en honor de la Muerte. Aunque apenas lograba entrever la salud eterna entre los estertores de la descomposición de esta carne y esta belleza del mundo, perseguía sus destellos entre los ecos prolongados del anhelo inmortal de su caducidad: el cantus firmus, la perspectiva bizantina y la rima difícil. Cegada la más leve brizna del trasmundo, queda hoy sólo mantener bruñida y deslumbrante la máquina del cuerpo, bajo la amenaza de que sea reemplazada, reciclada o, al fin, desechada. Se ha empezado incluso a programar la conciencia del ser humano para que renuncie a su tiempo a la dignidad de vivir. Las novenas, las procesiones o la liturgia de las horas son archivadas en el baúl arqueológico de un folclore cada vez más (des)regulado. Proliferan las analíticas, las tomografías, los tratamientos. Frente a la superstición, la Ciencia debe alzarse en combate sin cuartel contra las estadísticas. El salmo constataba que el hombre no dura más que un soplo,                 , y que, por ese soplo, se afana. Ante el sufrimiento y la angustia, el diagnóstico nos prorroga unos días la fecha fijada priusquam abeamus et non simus amplius.