Con
cara de susto condescendiente, los neofilisteos suelen despachar los temas que
la teología tradicional denominaba novísimos
con desparpajo caduco y positivista, utilizando toda suerte de circunloquios y
eufemismos, cuanto más tautológicos mejor. Nada por aquí, nada por allí. Et voilá. Arriba, abajo, adelante y
adentro. Perdido el sentido de la peregrinación por este valle de lágrimas, el
actual nihilismo autocontradictorio sólo puede afirmar lo que niega. Por tanto,
debe negar su afirmación. La exaltación de la inmanencia reduce cada vez más
los términos sagrados de la existencia hasta reducir la vida a cenizas. Un feto
es un amasijo de células. Un anciano decrépito o un joven en coma, un vegetal. Ni
antes ni después -ni incluso durante- puede asegurarse el ser de nada. A lo
más, impersonal, hay algo, precario,
fugitivo, inestable, entre medias, que debe ser objeto de la más minuciosa
regulación legal. Es preciso desgañitarse en el ensordecedor guirigay del bazar
social para que el pronombre de primera persona pueda negociar su condición
intercambiable antes de ser descartado. Tan evanescente es su identidad que a
la bicha no se la puede ni mencionar. Epicúreos aterrorizados, cabe elegir
irracionalmente los falsos temores y liberarse de la esperanza.
21/2/18
13/2/18
Polvo eres.
Una
sociedad que entierra la sardina pero que es incapaz de ayunar ha enfermado,
bulímica, de abulia. Se atiborra de fiestas y de ritos cuyos sentidos ha
reducido al absurdo. Es capaz al mismo tiempo de maravillarse de la abstención
anoréxica de Bartleby y burlarse, condescendiente y perezosa, de la abstinencia
escatológica del Santo Bebedor. Mientras se zampan solomillos los viernes de
cuaresma, con su buena conciencia apóstata e ignorante, los filisteos claman humillantes,
como si se tratase de las lujuriosas mariscadas que apetecen y engullen otros
días, contra el pescado hervido y cotidiano de quienes, creyentes, aplacan y
moderan sus deseos en medio del potente y estridente silencio que les envuelve.
Festejan y brindan los Epulones que trafican las migajas de sus lazarillos con
su blanqueado evangelio ahíto de banquetes y lechos espumosos. Satánicos, exigen
creer y convertirse a él con sus sonrisas depredadoras. Desprecian, por
agoreras y funestas, las lágrimas del perdón y del arrepentimiento que han
proscrito y que han prohibido enjugar. Como, embriagados y violentos, han reducido
la gracia a un derecho que reclaman furiosos y malhumorados, resulta
intolerable el recuerdo edénico, original, de que polvo somos y al polvo
regresaremos. A cada cual lo suyo.
5/2/18
El argumentario.
La
argumentación es al argumentador lo que el argumentario al argumentero. Todo es
cuestión de una vocal. El argumentador argumenta. El argumentero argumentea.
Según las gramáticas, este sufijo que deriva un sustantivo en verbo introduce
un matiz iterativo. Puede definirse como la acción de aducir
argumentos una y otra vez, rápidamente, a intervalos, sincopadamente. Si nos
pusiésemos (pseudo)científicos, diríase que la técnica de márquetin de proveer al
vendedor de un nutrido fichero de consignas, instrucciones o eslóganes, para
colar al incauto comprador la mercancía averiada, procede de una base
psicológica conductista. Entre retórica y combinatoria, se confía en desplegar
-y recluir- el mapa preciso de todos los efectos perlocutivos que un mensaje
pudiera provocar. El antecesor en esta cadena evolutiva remontaría al cruce del
chamán y el charlatán. Su descendiente más aventajado y lamentable es el político de oficio. Entre medias y aspavientos, desde el ruidoso y neutro
bazar digital, toda suerte de comerciales, disfrazados de
bandidos, piratas y payasos, puerta a puerta, mediante dispositivos móviles o
por las esquinas, pugnan por seducir, forzar y consumar a sus accidentales víctimas,
adulándolas, insultándolas o ninguneándolas por una mísera comisión.
El tiempo -y el voto- es oro y el argumento, su calderilla.
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