Con honda
preocupación impostada advierten los tramposos sobre los riesgos de no ganar sus
manos ludópatas. En nombre de las reglas del juego, exigen, depredadores, la
excepción que quiebre cualquier cacareada seguridad jurídica, pues no existe otra
garantía que la más determinista arbitrariedad. Es esta su (auto)determinación: toda
reticencia debe ser pleonástica; cualquier resistencia, arrasada. Puesto que la
más mínima pretensión de verdad presupone un intolerable acceso de honradez
moral, la cual, habiendo sido oportunamente proscrita, puede ser apostada con
estupenda conciencia y sin engorrosas molestias en sus timbas clandestinas, reclaman,
como una condición indispensable de su sociedad de mutuos chantajes, que el
código de señas empleado deba ser aleatoriamente falso, sea en circunstancias
simultáneas, sea en ocasiones diferidas, tanto da. A veces sí, a veces no. Lo
que pasa de ahí, viene del Fascismo. Trasfunden así el transcurso de una amañada
partida de mus a la (des)articulación de una sociedad atiborrada de promesas
psicotrópicas. De igual modo que amenazan con dialogar sin descanso, mediante una
jerga directamente desproporcionada entre matonesca y puritana, prorrumpen en
sollozos alborozados ante cualquier atisbo de violencia. Como rufianes amorales en fantasías maníacas, escupen y patalean, con impotencia descerebrada. Su
ideal democrático: un frenopático amotinado.
28/11/18
20/11/18
Luz y taquígrafos.
Aunque en
aparente desuso, quizás pronto se revalorice este sencillo y falso eslogan como
el producto vintage del catecismo
filisteo que tiene por dogma angular la transparencia. Tal binario sinestésico mantiene
con él una deuda inexpugnable. Visualiza deslumbrante la relación táctil entre
la política y la corrupción económica bajo la que sirve con incómoda docilidad.
Con su odio servil y complaciente alimenta, imperioso, la insaciable voluntad
de ignorar la realidad conociendo hasta su más intrascendente detalle aleatorio. Con su
aire retro mantiene la ilusión proba e ilustrada de eficiencia administrativa
que permita cualquier atropello reglamentado. Dado que su objetivo consiste en
registrar, empaquetar y almacenar la evidencia informe de su propia búsqueda,
el procedimiento obliga, desengañadamente paródico, a crear toda suerte de
comisiones cuyos miembros no cesen de emularse gesticulando histéricos e
histriónicos, a fin de que así quede justificada la grabación de sus muecas y
de sus contorsiones, de sus gritos y de sus desplantes, como la única
sinsustancia investigada. Hipnotizados, entre bostezos, los espectadores
asisten a la reverberación nihilista de que el mal, en toda su descarnada y
aséptica brutalidad, es nada. Reflejados en sus pantallas, onanistas, admiran su repulsiva belleza de Narcisos ante un espejo de fango.
12/11/18
No sabe usted con quién está hablando.
Esta deliciosa y restallante expresión, como un latigazo de la paz perpetua que por decreto desean imponer los guerrilleros del instante tuitero, no sólo no ha perdido ni un ápice de su amojamada y furiosa actualidad, sino que ha alcanzado un grado de virtuosismo tal que se encuentra ya a disposición únicamente del esnobismo de los más refinados y desalmados hipócritas. La vagarosa e incierta ecuación que establece la derivada entre los conceptos de justicia e igualdad, por la cual es preciso considerar cualquier atisbo de decencia una intolerable desigualdad y, en consecuencia, la más mínima equivalencia conceptual una injusticia insoportable, requiere una inmediata reacción de condensación que paralice cualquier resistencia a sus esquizoides no contradicciones. Como en la química orgánica, obedece a un mecanismo de adición y eliminación. Puesto que la moral es a la (des)igualdad lo que la ontología a la (in)justicia, la tiranía del tuteo universal ahoga la escandalizada réplica de la singularidad proscrita. Puesto que la gramática es al (des)orden lo que la lógica al (sin)sentido, la sola intención de tomar la palabra encierra una amenaza difusa contra quien no tiene otra identidad que su arbitraria voluntad. Cínico y voraz, quien pronuncia la frase dicta sentencia.
4/11/18
Quien avisa (no) es traidor
En la formación
de un psicoanalista, obsesionada con escenificar situaciones terapéuticas,
suele decirse que tan importante como que observe es que se observe observando.
Pedante, mirón, el filisteísmo entreteje las angustias y las defensas de su
narcisismo paranoico analizando sin cesar su compulsiva tendencia al
(auto)engaño. No disocia la realidad que, mientras niega que exista, construye
a su capricho. Más bien, escinde sus delirios. Ha superado su propia estupidez.
Ha aniquilado su hipocresía. Brilla su maldad en su más prístina inocencia. No
finge lo que es; es la parodia de lo que finge. Plagia, estafa, se fuga como
aumenta la riqueza de su ignorancia. Juzgar como el descaro de una insaciable ambición
patológica las contradicciones más descabelladas e instantáneas pasa por alto
que los súbditos filisteos desconocen el sentimiento de la vergüenza y de la
culpa y que, por ello, no encuentran más reparación que la sublimación,
defensiva o agresiva, de su insignificancia. Ni olvidan ni perdonan porque
deben vengar -sacrificar- el inmemorial victimismo que compense su prepotente
superioridad. Puesto que la verdad es un obstáculo, no hay más noticia o
novedad que la falsedad. Dado que la lealtad es la más pérfida traición, sólo
el traidor avisa lealmente.
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