Tras
poner los puntos sobre las íes, el anciano autoritario zanjaba su bronca argumentación
añadiendo un humilde y claro punto. Podían fulgurarle los ojos si su osado
interlocutor intentaba driblarlo iniciando, aparte, un nuevo párrafo. Fiel
cumplidor de su última palabra, le quedaba encerrarse solo en su mutismo
poniendo también aquel punto en boca. Debía evitar a toda costa el prepotente sablazo
del punto y final de la conversación. El suyo era un mundo de maneras
ortográficas. ¿Quién pudiera seguir aprendiendo a utilizar, como alfanjes, los
puntos y comas o los dos puntos como floretes, antes de retirarse con dignidad entre
los elegantes puntos suspensivos? Flexibles y ágiles, todos ellos mantenían en
guardia la educada inteligencia del desacuerdo que, rara y exquisita, de tanto
en tanto florecía. Una nueva mezquindad, grafómana, ha destronado la ortografía.
Sus seguidores han escogido, como su dialogante modelo, las onomatopeyas y las
interjecciones. Más que puntadas, en sus hilos de twitter arrean zascas entre
emoticones y exclamaciones. Con los puntos, saltados, suturan las heridas de
sus reyertas entre un guirigay de gifs, hashtags y menciones. La esgrima gramatical
ha sido reemplazada por el léxico campal. Abatido, emprendo la retirada en este
punto. Finis coronat opus.
31/12/19
30/12/19
Marcando la diferencia.
De
contrabando anglicista, el uso del gerundio en la traducción sirve de prueba
circunstancial de que la pereza y el parasitismo constituyen dos de las más
notables virtudes del filisteísmo a destajo, sobre todo en su versión hispánica.
No busca atenuar la culpa, sino servir de agravante de su desfachatez. Plus Ultra, nunca menos, si no fuera tan
primario, tan de escuela autogestionada, su fracasado republicanismo. En la
cultura anglosajona se valora la diferencia imaginada que el individuo es capaz
de introducir en el juego de variantes que las reglas de su sistema dejan al
albur. Tribal, el nuestro no permite hacer nada, sino que azuza el señalamiento,
la prescripción o el resalte. Como quien truca las pesas de una balanza,
sobresale quien especula a beneficio de inventario. La diferencia la encubre el
Estado que se acaba apropiando, sin prisa y sin pausa, de cualquier herencia
económica, social o cultural. Se exige, en fin, reconocerla para ahormar, en la
desigualdad, una nueva identidad uniforme e indiscutible. Acentúa lo que separa
para diluir lo que divide. Tal vez la versión más ajustada y libre que refleje
su pretensión sea otro obeso lugar común que saca siempre buen provecho: aportar valor añadido.
25/12/19
No a la guerra.
Como
con cualquier causa digna, tras haberla magreado con salaz publicidad, el neofilisteísmo
ha acabado prostituyendo en su burdeles más sórdidos y rentables el pacifismo.
A fin de cuentas, su función de proxeneta global no deja de ser una de las terminales
oscuras, tal un agujero negro, de la macrogalaxia capitalista, liberal o
socialista, que adopta, tortura y modifica cualquier eslogan camp que aparente amenazarlo. Proactivo,
con una aterradora precisión, está obligado a cumplir con su lugar común de
convertir los retos en oportunidades de negocio. Obsérvese cómo ha logrado
mantener su sonrisa brutal acelerando y recortando por sí sola la protesta
original. El primer miembro, ya innecesario, fue amputado en el contenedor de
las orgías pop. El amor libre no duró
ni un asalto al más antiguo de los oficios revolucionarios. ¿De qué sirve hacer cuando lo tienes a mano? Se trata de una cuestión de género. No reprimas tus instintos, derruye las convenciones. Que
quien a yerro muere a hierro mate. Viólese el lenguaje. No hay terrorismo que
no sea heteropatriarcal, genocida y negacionista. Decrétese contra él el estado
de excepción mediante las acciones dialogantes de los conflictos políticos. ¿Guerra cultural? A batallas de amor campo de pluma.
17/12/19
Perseguir la excelencia.
Ante unas pocas palabras, más mágicas que sagradas, la feligresía de los cultos
neofilisteos retrocede reverente, casi postrada. Su sola impetración posee
valor performativo. Sobre todas ellas se alzan dos, resplandecientes,
inaudibles en el éxtasis que acompaña su pronunciación. Una es la excelencia que deberíamos perseguir
ahora. La otra, canal de toda la energía
positiva que electriza la sentimentalidad actual, adopta, como una
hierofanía, el vocablo transversalidad.
¿Acaso puede concebirse una dicha más inefable que alcanzar una excelencia
transversal? Al revés, simplemente sería una expresión tautológica, con un deje
de blasfema burla. Del derecho, manifiesta el más alto grado de la
contemplación progresista. Es un no sé qué que queda balbuciendo entre hilillos
de superchería. La excelencia es a la transversalidad lo que los principados y las potestades a los querubines y los serafines. De hecho, en la
transversalidad brilla la gloria de la Democracia que transfigura, con su
oportunismo, la mediocridad en excelencia al alcance de cualquier individuo. Se
la persigue como se persigue la singularidad, la disidencia o la mera decencia:
con implacable importunidad. Literalmente, significa vulgaridad.
Alegóricamente, narcisismo. Moralmente, no tiene término que equivalga. En su
sentido anagógico, se inunda de nada, nada, nada. Gloria in inferis.
9/12/19
Morir de éxito.
Concupiscente
y excitado, el neofilisteo emplea este oxímoron con una vaga punzada de
desazón. Como no puede evitar en su encanallamiento ciertos resabios
supersticiosos, adopta un aire de aliviada prudencia al comprobar que quien ha
tentado la suerte hasta el límite de su insaciable codicia se ha estrellado.
Como envidia, (se) admira. Como admira, (se) desprecia. El precio que,
escandaloso, le resarce es cumplido por la ruina o por la cárcel de sus
idolatrados modelos. No debe descontar que, como en la adulación o en la burla
se comporta siempre con rastrera abnegación, su diagnóstico esconda también un desencantado
reproche. En quien muere de éxito advierte un exceso que le conduce
invariablemente a cometer la culpa del triunfo mismo. Se le presenta como un
personaje no tanto de trágica amoralidad como de inmoral comicidad. De tan
imprevisible, su destino es insulso. El temor de este fin, que rinde culto orgiástico
al pánico del fracaso, no logra escamotearle por entero la relación reprimida y
prostituida entre expiación y condenación. Tanto más desvanecida, más le atormenta
la pesadilla de una catarsis proscrita. ¿Qué es la Mentira? Se lava las manos
en la sangre de los culpables. Borra su delito. Scriptum, scriptum est.
1/12/19
Ponerse las pilas.
Gracias
a su avanzado estado de descomposición por efecto de los avances tecnológicos,
esta locución sigue guardando inmarchitable el aroma kitsch de la falsa
confianza y la amenaza velada que el filisteísmo intenta inocular, bien
mezcladas, en cualquier entorno
laboral. Parte del supuesto chantajista de que la eficacia humana se asemeja a
la de un aparato electrónico. La expresión “(re)cargar la batería” carece del
imprescindible punto de recriminación conminativa que continúa garantizando indirecto
el éxito ilocutivo de “ponerse las pilas”. Mientras en la primera se admite
implícitamente las consecuencias de un cansancio acumulado que no debe
descuidarse bajo riesgo de que su efectividad se muera, en la segunda se advierte una indolencia consentida a la
que poner freno de inmediato. Quien carga su batería no ha parado de trabajar.
Quien deba ponerse las pilas, aun no habiendo dejado de escaquearse, está a
tiempo de aprovechar una segunda oportunidad. Más proactivas -más propositivas- y, por consiguiente, más
resolutivas, las nuevas fórmulas prefieren adoptar, con idéntico valor
imperativo, el carácter militar de la interjección. “Conéctate”, “reiníciate” o,
en menor medida, “actualízate” expresan, con su diamantina empatía, los
consejos más sinuosos que deben adoptarse “en modo” que no quedes en suspensión,
“sin cobertura”.
23/11/19
Inteligencia emocional.
Otro
ejemplo de cómo funciona la aplicación divulgativa del presunto método científico se puede disfrutar mediante la teoría de
las múltiples inteligencias. El concepto de unidad, sentenciado como autoritario,
fijo o parmenídeo, debe ser
reemplazado por el dinamismo heracliteo que
parcela la integridad humana diseminándola en redes de habilidades y aptitudes.
Como un reflejo monstruoso de Frankenstein, la inteligencia se forma con piezas
dispersas que encajan en una máquina (im)perfecta. Su buen funcionamiento debe
ser revisado por un acreditado equipo de técnicos y expertos. Al filisteo este
modelo le tranquiliza; más aún, le proporciona una honda satisfacción. Le
permite tramar y comercializar un amplio surtido de productos que cubren la más
variada gama de ámbitos profesionales. Agítense en una coctelera unos chupitos
de neurociencia con un torrente de palabrería neopedagógica. A cada problema,
una solución, la más adaptada a sus necesidades vitales y empresariales: los
directores generales de escuelas de negocios pegando post-its en una pizarra
plástica para compartir sus sentimientos y un grupo de críos de tres años
explorando el constructo de su naturaleza al son de El lago de los cisnes. El filisteo posee sin duda una gran
inteligencia emocional: astuto, manipulador, inmoral y, que no falte, espiritual.
15/11/19
Presunción de inocencia.
En
torno a este fundamento del orden liberal han establecido asedio las mesnadas
de un nuevo orden mundial que pretende restaurar la ordalía como la prueba
básica e incontestable del juicio del transhumanista Baal. El acusado ha dejado
de ser estrictamente inocente hasta que se demuestre lo contrario. Tampoco es
de entrada culpable. Debe habitar la enloquecedora inquietud de su presunción.
¿Es o no es culpable? Como un sambenito se le asigna el rótulo de presunto inocente. La maquinaria de la
acusación, sólo por haber sido puesta en marcha, prueba el delito ejecutando el
castigo. No importa la verdad o la razón del cargo, esas serviles y tímidas
concesiones burguesas de las que el filisteísmo disfruta deshaciéndose. ¿Dónde
mejor puede probar la renovada eficacia de los cepos, las jaulas, las rastras o
las mordazas aceradas que en las raíces de la existencia humana: la sexualidad
y la muerte? Sin padres ni hijos, culpables por serlo, sólo queda ardiente la
fraternidad en el crimen, estéril y libertina. En la colonia penitenciaria,
entregada a la vigilancia más exhaustiva y a la denuncia sistemática,
arbitraria o no, merecerá tatuarse en la piel de los convictos, como recordatorio,
el peor delito: “Sé justo”.
7/11/19
Pena de telediario.
Caída
en aparente desuso, la efímera actualidad de esta expresión paralegal arraiga
su poderoso efecto en la aplicación del concepto de justicia popular. Suele propinársela
la temerosa chusma filistea como autoexpiación, mientras arruga la naricita y
cabecea hipócritamente. Su objetivo no se dirige tanto a humillar al guiñapo simbólico
de la víctima como a calmar la furia votante del repantingado telespectador. En
lugar de en Tyburn o la Bastilla, se asiste a una ejecución ilusoria en forma
de publirreportaje. En su versión hispánica, ha conservado algunos de los
atributos oficiosos de la Santa Inquisición. Al presunto reo, con mayor delicadeza o brutalidad según su condición
social o económica, se le arrastra delante de cámaras hasta la entrada de un
juzgado, de un furgón policial o de un coche patrulla, siempre con una mano
sobre su nuca o sobre su chepa. Por respeto a la privacidad, se echa por encima
de sus manos, esposadas como si agarrasen un cirio, y en algunos casos, como
caperuza, tapando su cabeza o una chaqueta de ante o una sudadera. Técnicamente
se define este itinerario con el término taurino y guerracivilista de paseíllo. Un coro magro vocifera
letanías insultantes. Las sentencias acostumbran a ser benignas.
30/10/19
Hacer los deberes.
Por
su paradójico cinismo, la muestra de civismo que pretende representar esta
locución resulta especialmente repulsiva. Quienes arremeten contra la noción de
esfuerzo y repetición, salvo en el entrenamiento deportivo, como una práctica
retrógrada y humillante que cohíbe la espontánea creatividad de la infancia,
entre guiños cómplices y codazos burlescos se
conjuran a resolver a escondidas los problemas que, tras enredar, deciden dejar
pudrirse. Reflejan así la noción de escuela grabada en el envés de sus
propuestas y actualizada en el ejercicio cotidiano de su profesión política.
Allí donde se recomendaba que a la escuela se iba con la lección aprendida, aquí
se absuelve de venir de la escuela con la lección olvidada. Los deberes no
consisten sino en actividades dispersas que forman parte de proyectos cuya
monstruosa visión sólo es accesible a un gabinete de decuriones, reclutados cada
vez más entre asesores de comunicación que entre (psico)pedagogos. Hacer los
deberes equivale a despachar los requisitos de una evaluación que, de tan
continuada, sólo puede arrojar una calificación aprobada. Aprender a leer se
reduce a descargar desde un dispositivo un ebook.
Con perezosa satisfacción, progresa adecuadamente la (in)disciplinada tropa de
asalto que obstaculice la nefasta manía de pensar. Our pleasure.
22/10/19
La cultura de la calidad.
Al
acercar el bisturí a la apergaminada carne de esta jaculatoria asfixiante, debe
procederse a separar con precisión sus dos sustantivos purulentos, si no para
extirpar, al menos para delimitar los delirios pedagógicos y la gangrena
ideológica que los han infectado sin remedio. Como conjunto de conocimientos,
de modos de vida o de costumbres, la universalidad de la cultura ha sido troceada
en multitud de parcelas adosadas en que ha acabado estallando hasta la noción
misma de cultura popular. Existe una
cultura de los pueblos indígenas como
puede replicarse una cultura de empresa,
de mercado, de familia, de la izquierda, de gobierno, de medios de comunicación,
de marca… El uso del vocablo concede una pátina de confiable seriedad a una suma de prácticas estandarizadas que automatizan y desactivan el proceso
autónomo de pensar y disentir. Así, las escuelas de negocios, y sus terminales
de servicios externalizados, han okupado
el concepto de Universidad y, tras repartirse el botín, condescendientes y
bravucones, empiezan a descapitalizar sus activos. Reemplazan sus facultades
las habilidades de smartups. Lo
adjetivo es sustancial y lo sustancial, desechable. La calidad se mide por
indicadores, tasas, criterios y directrices. ¿Acaso importa, buena o mala, la
calidad de su cultura?
14/10/19
Hoja de ruta.
Con
delectación rijosa y empalagosa entonación los políticos filisteos, en su
modalidad más grotesca, repiten como loritos, casi como reteniendo el eructo,
este simpático sintagma cuyo uso debe de emerger de traumáticas simas de
estupidez infantil. Suele empleársele para transmitir una falsa sensación
mezclada de eficacia, previsión y astucia. Es de imaginar que quienes lo
expelen, venga o no a cuento, actualizan la casposa admiración tecnocrática de
su niñez sobre la memoria de aquel paisaje emocional que deseamos, sin éxito,
negar vehementemente. Aunque, por anglicismo, se adopte el figurado contenido
semántico de roadmap, la experiencia de
una generación que ha conocido la red de carreteras nacionales, de duración
interminable, mediante excursiones en autocares de línea, cuya refrigeración
consistía en la cortinilla de tergal asomando al viento y el techo de plástico
ligeramente levantado, sólo puede concebir el futuro guiado por un conductor con
gafas de mochuelo y el codo por fuera de la ventanilla gritando: “No se pongan
nerviosos, ¡que estamos llegando!”. Y a los pesados nunca los dejaba en tierra
en medio de un descampado de servicio. Abrumados, para pasar el rato, unos
cantaban Vamos a contar mentiras, tralará
y otros L’estaca. Y así, entretanto,
como siempre, anem fent.
6/10/19
El orden del día.
Aséptica
y estabulada, la sociedad filistea organiza sus jornadas mediante una
planificación rígida que permita producir la apariencia premeditada de
dinamismo y decisión espontáneos. Jerarquiza sus prioridades; es decir,
disuelve en la irrelevancia todo asunto que pueda comprometer sus intereses.
Los debates decisivos deben desplazarse al punto de ruegos y preguntas. Los
asuntos de trámite deben entorpecer los argumentos ejecutivos. Con la
exposición de largos y tediosos informes se impide momentáneamente el estallido
de las reyertas callejeras de un extremo a otro de la mesa de reuniones. Con
gesto compungido se apuñala por la espalda. Cariacontencidos, como de manera
improvisada, los confabulados cargan el marrón a quien esté de paso, ante la
mirada aburrida de la mayoría. Después se limarán a conciencia las actas que han
de ser aprobadas entre miradas patibularias. No se ajustan las cuentas; se las
amañan. ¿Algún comentario? Quien otorga, calla. Habla quien obedece. Los
fracasos se presentan como retos que abren -atención a la catacresis- un amplio
abanico de oportunidades. Los éxitos desencadenan la cascada apresurada de adhesiones.
—“Sois un equipo estupendo”. —“Permítenos discrepar: tú lo eres más,
jefe”. El odio cordial y el terror simpático mantienen alerta la búsqueda del
pan nuestro cotidiano.
28/9/19
Como no podía ser de otra manera.
Inquietante,
esta muletilla pretende transmitir una falsa sensación de humilde gratitud o de
proba actuación. Suele calzársela en discursos epidícticos o de propaganda.
Encierra o una artera coacción o una inconsciente amenaza. ¿No deberían sentirse
aterrados unos padres si escuchasen al pedagogo empático de la escuela anunciarles
que, en caso de dificultades de convivencia, serán informados inmediatamente, “como
no podía ser de otra manera”? ¿O no buscaría otro trabajo la asalariada
que, por boca del profiláctico director de recursos humanos, recibe la
advertencia de que tendrá derecho a la baja por maternidad, “como no podía ser
de otra manera”? ¿O el ciudadano corriente no desconfiará si el engolado ministro
de turno, “como no podía ser de otra manera”, garantiza públicamente que sus derechos básicos no quedarán comprometidos por una huelga de trenes, una
manifestación anarquista o un experimento nuclear? La habilidad consiste en
colar de rondón el latiguillo, con aire de despreocupada seriedad, como si
resultase innecesario, con la simple función de tranquilizar los escrúpulos maníacos o fóbicos de sus interlocutores. Como el quinqui de
nuestra infancia, persiguiéndote con cuchillo en mano, su emisor nos increpa amistosamente: “¡No corras!, que no te
voy a hacer nada”. Per speculum, sine aenigmitate.
20/9/19
Es de sentido común.
En
desuso, esta muletilla conserva la vigencia imperecedera de la estupidez del
filisteísmo siempre triunfante, tanto más rancio cuanto más provocadora sea su
apariencia. La originalidad de sus sarcasmos repite la mediocridad consuetudinaria
de sus más abyectos lugares comunes. Se ríe, por ejemplo, de la virginidad como
en otra época sus padrastros se habrían
choteado de los bastardos. Con congestión empavonada se indigna, ¡en pleno siglo XXI!, ante cualquier reticencia social a los experimentos biogenéticos,
de igual modo que sus antecesores se escandalizaban de las trabas a la creación
de riqueza mediante la usura o al avance del progreso gracias a la explotación
laboral. Reclama subir o bajar impuestos con tal de que pueda evadirlos con
buena conciencia. Clama profético contra el cambio climático y la
superpoblación mientras acumula puntos de viaje en sus tarjetas golden o renueva constantemente sus
dispositivos móviles de última generación. Denuncia brotes fóbicos por doquier de
manera que pueda seguir satisfaciendo, histérico y obsesivo, la pasión
insincera que siente por sí mismo. Le resulta intolerable la intolerancia del
espejito que le repite lo que pide no oír.
¿No es acaso el dechado demócrata más perfecto? Por sentido poco común, como
inquisidor debe transformarse en bruja.
12/9/19
Ninguna agresión sin respuesta.
Desde
que Moisés descendió del Sinaí con las Tablas de la Ley, la turba jamás (se) ha
perdonado el castigo de su idolatría. Ha buscado una y otra vez resarcirse de
la humillación del deber de obediencia al modelo divino de contención que rechaza
como un chantaje intolerable. Con la excusa de ideales ilustrados ha redescubierto
el placer de coquetear primero y entregarse después a la guerra sin cuartel.
Apura sus consecuencias hasta el horror. Nada es sagrado; todo es profano. Descontada
cualquier forma de amor o incluso de amistad que no se reduzca al afecto,
cuando no a la simple emoción, opone a la prohibición mosaica el regreso a la
retaliación babilónica. Su noción revolucionaria de la justicia, embotada bajo el
aterrador pleonasmo de la acción directa,
suele condensarse en ripios despiadados y ancestrales. Ojo por ojo, diente por
diente. En manos de sus ideólogos el terror ha dejado de funcionar como el
instrumento de la virtud republicana
para convertirse en la justificación subversiva del vicio tribal. La horda es la víctima. Quien la retenga, su verdugo.
Toda oposición debe ser reeducada. Todo límite, allanado. Toda frontera,
abolida. Je suis fait pour
gouverner le crime, non pour le combattre.
4/9/19
Apostar por...
Como
en las encuestas que propone cualquier revista cultural y política, levemente
anglófila, si cupiese elegir el verbo con que, sin dejar de babearlo, el
neofilisteo mejor define su actitud vital, agnóstica y supersticiosa a partes
iguales, sin duda deberíamos votar
por su irrefrenable tendencia a depositar su confianza en una persona o, sobre
todo, en alguna iniciativa de riesgo sin que se comprometa en absoluto con su
resultado. No debe pasarse por alto el truco de su buena suerte. Jamás comparte
los beneficios. Siempre reparte las pérdidas. El resto de su apuesta queda
sobreentendido. Por ello emplea el verbo en su uso exclusivamente intransitivo.
No apuesta la camisa, la casa o su
(des)honor. Apuesta por algo o
alguien en función de lo que representan. La califica de estratégica. En su
adicción ludópata, nunca apostará a ningún
juego. Siempre a resguardo razonable, ha apostado por sí mismo. Cada vez más altas, sus apuestas resultan más abstrusas
y jergales. Disfruta enredando con los envites para alterar sus resultados.
Apuesta así por la innovación, por un nuevo modelo de gobernanza, por un
liderazgo mundial, por el incremento de la competitividad, por la extensión de
los derechos… Gira la ruleta. Impares, rojas; ganan.
27/8/19
(No) hay voluntad política.
Donde
triunfa la Voluntad, la modernidad impone su tiranía. En la voluntad de Dios,
del Rey o del Pueblo nada importa el valor subjetivo del genitivo.
Intercambiables, son los sinónimos del ciego arbitrio que rige con (in)justicia
el caos organizado de las sociedades humanas. Dice el refrán que la excepción confirma
la regla. Dicta el actual (sin)sentido común que es exigido a cualquier
regla confirmar la excepción. De hecho, no existe otra norma que lo excepcional.
No brilla realidad más deslumbradora que el deseo: una ausencia cuya mención
requiere atropellados balbuceos. La convención más estrafalaria deberá ser naturalizada. Se decreta que no existe
la naturaleza, sino sólo un conflicto de convenciones que deben convivir racionalmente. Sólo lo convencional es
real. A continuación, se insistirá en que cualquier pretensión natural es irreal
y, en consecuencia, irracional. Finalmente,
la convención más radical adoptará una carta de naturaleza incuestionable. Es
preciso que triunfe hasta lograr la proscripción de las costumbres
tradicionales que serán catalogadas como delito. Un ejemplo. Asoman las primeras
ocurrencias que asocian el modelo de la
familia numerosa con la crisis medioambiental. Imagínense a qué misión se
reserva la orgullosa función modélica
de cumplir, trashumana y de alquiler, la conciencia ecológica.
19/8/19
Mandato democrático.
Mientras
los místicos cincelaban la deliciosa cima de su asombrosa experiencia con los
oxímoros de la música callada, la soledad sonora o la llaga regalada, el
sentimentalismo huero de los neofilisteos perpetra su empático autoritarismo
con apelaciones insustanciales que sólo los adjetivos logran maquillar.
Descontado todo principio de autoridad que no esté arbitrariamente reglado por
la decisión de una autoconstituida mayoría, se impone cualquier decisión en beneficio
propio como obsequiosa obediencia a la voluntad populachera. Por ello, el
destino de la democracia, reducido a la función fisiológica de depositar un
voto seguido de escraches colectivos
de placer o de indignación, como el del amor está ya sometido a satisfacer una
delirante adicción orgásmica siempre al borde del delito, no consistirá en
elegir a los que mandan sino en mandatar
a los escogidos. Según un equilibrio de chantajes mutuos, se habrá de asentir,
por aclamación, a sus deseos; más aún, sugerirles por anticipado que asalten
nuevos goces que ansían regalarse. El bandidaje, el caudillismo o las banderías
adoptan respetables aires en las cínicas muecas de quienes reparten, según los
méritos de una docilidad agresiva, los restos de un botín que se imagina
inacabable, como la arena del desierto. ¡Ciérrate,
Sésamo!
11/8/19
Gobernar a golpe de encuestas.
La vertiginosa
velocidad que accidenta la praxis política de nuestra época se manifiesta a
veces en la efímera vitalidad de sus expresiones más refinadamente innobles.
Atendamos, por ejemplo, a este dechado de marrullera simpatía. Describe el
ejercicio del poder como una pelea callejera en que la persecución del bien común
puede ser reducido a los quesitos en forma de gráficos en 3D que se incluyen en
la diapositiva de una presentación en powerpoint ante el baranda de turno. En
esta violencia de pacotilla, autoindulgente con el supuesto gobernante,
descubre el sagaz asesor político la pervivencia corrompida del despotismo
democrático. No basta que el pueblo -o, entónese con voluptuosa complacencia,
la ciudadanía- haya sido domesticado
y encerrado mediante macrocifras en las estrechas celdas de una hoja Excel. Es
preciso construirle la realidad mediante las encuestas. Debe modelarse su
opinión para que responda a medida de las fantasías que sus gobernantes hayan
decido que mejor les conviene. En cada pregunta debe subyacer la amenaza de un
premio o la recompensa de un castigo. Pueden obtenerse así los mejores
eslóganes. La familia: un peligro ecológico. La esclavitud laboral: una necesaria
solidaridad universal. Un solo pueblo, un solo orden, un gobierno ramificado y
total.
3/8/19
Lo importante es la salud.
Atenazado
por el terror de la Peste, el hombre medieval danzaba con desenfreno en honor
de la Muerte. Aunque apenas lograba entrever la salud eterna entre los
estertores de la descomposición de esta carne y esta belleza del mundo, perseguía
sus destellos entre los ecos prolongados del anhelo inmortal de su
caducidad: el cantus firmus, la
perspectiva bizantina y la rima difícil. Cegada la más leve brizna del
trasmundo, queda hoy sólo mantener bruñida y deslumbrante la máquina del
cuerpo, bajo la amenaza de que sea reemplazada, reciclada o, al fin, desechada. Se
ha empezado incluso a programar la conciencia del ser humano para que renuncie
a su tiempo a la dignidad de vivir. Las novenas, las procesiones o la liturgia
de las horas son archivadas en el baúl arqueológico de un folclore cada vez más
(des)regulado. Proliferan las analíticas, las tomografías, los tratamientos. Frente
a la superstición, la Ciencia debe alzarse en combate sin cuartel contra las estadísticas.
El salmo constataba que el hombre no dura más que un soplo, , y que, por ese soplo, se afana.
Ante el sufrimiento y la angustia, el diagnóstico nos prorroga unos días la
fecha fijada priusquam abeamus et non simus
amplius.
26/7/19
Fuera de juego.
Cuanto
más gastadas, cuanto más catacréticas, las metáforas deportivas, especialmente
las futbolísticas, expresan con más torpe sutileza la ausencia de realidad que
se esfuerzan por describir. Compensan o, mejor dicho, sustraen su horror al
vacío con una ligera frivolidad que sirva para reforzar la aparente seriedad de
cualquier acción ridícula. A tal fin se ven obligadas habitualmente a practicar
un desplazamiento semántico. El factor locativo de nuestro ejemplo aleja del
sitio estático a cualquiera que sea su referente para situarlo en un entramado
de reglas oscilantes, siempre a punto de perder pie, de quedar retrasado por
haber avanzado antes de tiempo o viceversa. Asoma entonces como una amenaza
velada, que no debe ser explicitada jamás para que pueda ser más radicalmente
eficaz, que quien incurre en tal falta
merece ser desproporcionadamente castigado. En una realidad vaporizada nada más
irritante que una interrupción. A quien comete el error de ponerse fuera de juego se le avisa, pues, de que debe
apresurarse a recobrar las insuperables líneas rojas que habrá traspasado bajo
la pena de sufrir la autoexclusión, es decir, de admitir que se encuentra fuera
del juego. Con una mueca estúpida
padece la implacable mecánica que reemplaza jugadores como fichas.
18/7/19
Cruzar líneas rojas.
Esta frase hecha, espetada con un tono
cuartelario de indiscutido desafío, debe calzarse cada dos por tres en
cualquier conversación política como un obsceno latiguillo de fingida dignidad.
Es la versión rimbombante del futbolero “al enemigo, ni agua”. Con ella se
quiere dejar ¡clarito! que de todo se puede hablar mientras queda prohibido debatir
sobre nada en concreto. Se puede y se debe gimotear sobre corredores de
migrantes, y hasta sacarse fotos con ellos o, mejor, de ellos, pero no discutir tal drama. Es esta la línea roja de la
intolerable xenofobia que no debe ni poder ser trazada. Es obligatorio también arrodillarse
delante de la diversidad genérica y tragarse todos sus flujos bien hasta el
fondo. Es ésta otra línea roja, la de la escandalosa homofobia que asoma, como si
fuera una bruja, bajo la más mínima mueca de resistencia. Hedonista, la nueva
sociedad exige una disciplina espartana que expropia y colectiviza el concepto de
familia como el medio de producción biogenético por defecto. Irreligiosa, pisotea
embravecida la zarza ardiente que sigue testimoniando quién no es. Como todo lo derecho es extremo,
unánime debe manifestarse todo lo siniestro, hasta que quede sellada
irreversiblemente la última línea roja de libertad.
10/7/19
Estar abierto a la diversidad.
He aquí uno de esos mantras
redundantes, de buen tono por su pesada insignificancia. Debe repetirse con
insistencia asertiva, venga o no al caso. Que no quepa la menor duda de la
comprometida y vigilante (in)trascendencia que anima la voluntariosa censura ejercida
por sus defensores. Pretende reflejar no sólo una postura psicológica, sino
hasta (anti)metafísica. Por un lado, refleja al por mayor cierta jerigonza
pseudofilosófica que considera que la realidad es resultado de una
construcción: lo uno es autoritario; lo múltiple, libertario. En consecuencia, la simplicidad debe
perseguirse sin cuartel. Cualquier criterio que proteja la intimidad, refugio
sagrado de la libertad de conciencia, será de inmediato tipificado como una
agresión intolerable a la salvaje realización de los deseos más monstruosos o
más estúpidos. Por otra parte, de acuerdo con el principio lógico de no no contradicción, procede a invertir
la relación ética entre la víctima y su verdug@. ¡Qué alivio amnésico poder
seguir ejecutando la misma tarea que sus ascendientes en nombre de una remota
memoria cuya filiación nadie, ¡nadie!, debe comprobar! Basta invertir la carga
de la prueba: las proposiciones que saben a ortodoxia ofenden los oídos impíos.
No merecen aclaración, sino desprecio y castigo. Melius est enim nubere…
2/7/19
Comportamiento incívico.
Pertenece este repelente oxímoron al
campo semántico de los valores, debiendo ser incluido en los subconjuntos de
actitudes y de competencias. Como es bien
sabido, unos y otros intersectan de diversas maneras, todas ellas pueriles
y aterradoras. En el caso concreto que nos ocupa, la asociación de sustantivo y
adjetivo da lugar a algunas fórmulas a cuál más pimpolluda. Puesto que es
indecoroso no sólo prohibir sino no dejar de jalear la manifestación libre y
espontánea de cualquier molesta y maleducada majadería, resulta preciso escoger
con sumo cuidado el verbo que exprese el rechazo, contundente y engolado, de
cualquier expresión decente de disidencia. Primero se normaliza semánticamente una aberración; a continuación, se
persigue hasta los extremos legales
la protesta que haya generado. Si alguien muestra su desnudez sobre un altar o
berrea que cuelguen de una farola a quien encarne un resto de autoridad en
nuestra sociedad, se discute bizantinamente sobre los límites humorísticos de
la libertad de expresión. Si alguien denuncia para castigar la ofensa, con escandalizados
aspavientos se le etiqueta de provocador. Con más exactitud, se le acusa de crispar la convivencia. Por circunspecto
patriotismo, como cada quien es lo
que hace, merece la tajante condena del ostracismo.
24/6/19
En pleno siglo XXI.
Como nínfula aviejada, el filisteísmo
sigue chascando la lengua mientras paladea, galicista, la nueva mezcla de
vocales velares y palatales, medias y posteriores, de este ridículo sintagma.
Apiñona la boca, como viene haciendo desde hace dos siglos, para mostrar su coqueto
enfado ante cualquier obstáculo, tildado de medieval, que impida el éxito seductor
y trivial de su rancio positivismo. Galán invernal, aquejado de una halitosis
crónica que engaña con el aséptico perfume de la ciencia en minúscula, el
progreso no cesa de reconstruir su rostro ajado mediante técnicas que logren
plastificar una eterna juventud. Narciso profiláctico, impone entre sonrisas retocadas
su venérea vejez. Con determinación insidiosa socava la realidad de todo
principio mediante el placer de dar principio a cualquier realidad. Convierte cada
excepción en regla para que toda regla sea derogada por el ejercicio de la
excepción. Su derecho se basa en la aniquilación de cualquier garantía de la
que pueda abusar hasta conseguir que sea revocada. Abomina de la singularidad
tanto como para incitar el monismo más desenfrenado. Con ponzoñosa cautela se
abstiene de decidir quién merece o no vivir, sino que legisla a quién imputar
la dignidad de morirlo. Constata amenazante que no hay vuelta atrás.
16/6/19
Ofendidit@s.
Esta palabra de última moda,
pronunciada con voluptuosidad casi ahogada por sus detractores y con vehemente
indignación por sus objetos autoidentificados con cualquier causa manipulable,
constituye una de esas expresiones referenciales que, por aburrimiento
sobreexcitado, como si fueran exantemas, infectan la piel de cualquier conversación
colectiva. Comoquiera que el papel preferido de nuestra época corresponde con
el de víctima, se trata, más que de encontrar un verdugo, poder etiquetar a
alguien o algo como tales. Al fundar nuestra existencia sobre derechos, sobra el
agradecimiento. Es preciso patrullar sin descanso por las redes sociales
detectando ofensas que devienen automáticamente delitos. A los crímenes no se
les discute, se les persigue sin tregua. Frente al exabrupto contrario, ¡fascista!,
el diminutivo cuenta con la ventaja de que ningunea con afecto feroz. En sus mutuos juegos
dialécticos de (no) contradicciones se confunde la especie con el género para
que, desmesurados, lo singular y lo general se paguen retribución mutua. Una
muerte es un genocidio y viceversa. Los significados, intercambiables, se
devalúan hasta la irrelevancia. Lo uno y su contrario equivalen. Hipócritas, se aprestan a encajar la propia viga en el ojo ajeno antes que reconocer la mota ajena en el propio ojo. Bellum vobiscum.
9/6/19
Hoy no toca.
El peregrino de lo Absoluto encontró
siempre en la fiesta de la Ascensión un motivo de duelo infinito. Por el
contrario, los filisteos descubren en el Arribismo la oportunidad de un
beneficio inmejorable. Pomposos y circunstanciados, esquivarán, con un guiño de
astucia y de amenaza, cualquier pregunta incómoda. Adornándose con chicuelinas
putiformes, el periodismo de bandera se limitará a olfatear los contenedores de
esa basura con la elegante y marrullera distancia que proporciona la seguridad
debida de las subvenciones y las concesiones digitales que usufructúan sus
empresas. En lugar de la verdad, momia embalsamada, demos por descontado que reina
en su trono usurpado el exquisito cadáver de la opinión, rodeado de columnas
que exprimen, churriguerescas, sus volutas hasta la extenuación. Un adjetivo
canalla y un anglicismo innecesario mendigan, tras un insulto o una
ingeniosidad, el jornal suyo de cada día. Arrojan una sombra de desencanto que,
en el griterío de las redes sociales, deje pasar desapercibida la más dolorosa
de sus frustraciones. Entre ejercicios aplicados de redacción, la libertad de prensa
no toca hoy sino una cuestión de estilo:
ocurrencias, majaderías, pura cita repetida. En vez de lenguas de fuego,
desciende sobre ella la lluvia dorada de un dios afónico.
8/6/19
Nadie es perfecto.
Entre sonrisitas de complicidad
alborozada los filisteos se complacían en repetir, como cacatúas, la confesión
de un anecdótico agnosticismo expresando, con desenfadada majadería, que, a
excepción de su magnificado ombligo, a nada sino ficticiamente rendirían
agradecimiento. Como nadie es perfecto, todo podría estarles permitido. Con
lúgubre satisfacción deberán reconocer que el éxito les ha acompañado sin
desmayo. Su descendencia, histérica, ya ni se toma sus libertades; las reclama
como derechos. Apenas logran ya contener el fondo de furioso resentimiento que ha
movido siempre los hilos de su triste mordacidad. Aunque les guste imaginarse
como crápulas feroces, su comicidad jamás ha excedido la gesticulación primaria,
aunque estilizada, de la obscenidad irreverente. Hasta para despreciarse a
fondo se habían sentido obligados a justificar un concepto muy honorable de sí
mismos que han conseguido por fin volver irrelevante. Llaman humor a la broma
infecta. La risotada cáustica o el codazo a traición definen el meollo de sus
modales más refinados. La humillación más grotesca les concede el beneficio impagable
de la condescendencia moral. Excusan la crueldad en su indecente cursilería. En
efecto, a Billy Wilder sólo adorarán sirviéndole en el retablo de sus marionetas: proxenetas y gigolós, prostitutas y alcahuetes, arribistas y cornudos…
31/5/19
Cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Perdida la confianza en un futuro
esplendoroso, a excepción de en los delirios agudos de la política ficción, quienes aún
proclaman, con desengañadas muecas de entusiasmo, que el pasado nunca fue mejor
a duras penas logran ocultar su desencanto sobre la mierda de presente que se habían
prometido. Como la ilusión jamás ha forjado ningún argumento, se afanan por imponer
que la validez de todo argumento sea sólo ilusoria. Con incertidumbre
fascinada observan las sombras chinescas de su hoy sobre el fondo vívido y
alucinado de un pasado que interpretan, histéricos, mediante parodias
simbólicas. Descontada la eternidad, no hay lugar para la esperanza, sino para
la repetición atormentada de sus impotentes fantasías. Lloran, ríen, espumarajean,
se retuercen por un instante antes de ser engullidos por el cortejo caníbal de los
innumerables mensajes que se suceden en sus incontables apps. Como glosas expurgadas, cenicientos hasta en su incitación al
carpe diem, no animan sino a que cada
cual olvide el alma vendida, aplaque el seso y dormite, cegando cómo se pudre la
vida, cómo se aclama la muerte, tan aullando; qué rápido su placer, cómo calcina
seguro su sopor; cómo, a todo su temer, cualquier tiempo futuro será peor. Ubi erunt?
23/5/19
Me gusta cómo suena.
Aunque denota afectación excesiva
incluso entre filisteos, esta expresión, irritante como pocas, cubre la amplia
gama de superficialidad que degrada al instante cuanto de honesto e íntegro
pudiera quedar en una propuesta. Considera, con glotonería, la sensiblería más
perezosa la cima de su agudeza intelectual. Tiene en tanta estima la precisión
de su oído que se dejaría arrastrar por una melodía como las ratas desfilan
tras la tonada organillera de un flautista. Escucha cualquier argumento como si
fuera el hilo musical de un centro odontológico que hubiese adoptado el ritmo
que imprime un cuenco tibetano al tecleado de Erik Satie. De buen tono, calcula
mediante intuiciones. Confunde a mala conciencia los principios con su precio
aproximado, descontado el margen de beneficio. Su sentimentalismo balbuciente,
no exento de un quirúrgico minimalismo, anula con precisión el esfuerzo de armonizar
en un tono superior esas primeras notas exploradas tentativamente. No puede
soportar que una idea madure por su propia cuenta. Antes de que acabe de
germinar, la expropia con sonrisa satisfecha. Sólo exige que le recorra un
cosquilleo relamido mientras planea cómo, poseída, la podrá prostituir a placer.
Con el sonido de un acrónimo bursátil alcanza la más acordada esfera de sus
intereses.
15/5/19
La banalidad del mal.
La doblez lingüística de nuestro tiempo
ha prostituido este sintagma que definiera la imperdonable estupidez criminal.
De concepto descriptivo se ha convertido en una etiqueta para designar
torpes y grotescos comportamientos de garrafón. Mientras adopta su impúdica
pose de celestina remendona y zalamera, el filisteo quizás atisba en su
acepción exacta la denuncia de su implacable impersonalidad. Procede, pues, a
desactivarla con melosa entonación, a fin de ocultar que en la maldad humana le
resulta intolerable su (in)sustancialidad, brutal e inmediata. Procura imponerle una trivialidad que la revista de insincero interés. Se sentiría así eximido de asumir la
responsabilidad de combatir el horror que no le conviene o que le beneficia. Con
gesto ofendido y solidario, banalizará el mal como esa anécdota de mal gusto
cuyo relato otorga, junto a la superioridad moral, una distinción estética. Sobre
según qué situaciones se cuidará de pasar de puntillas, sorteando la acusación de
insensibilidad. Si pudiera diagnosticarlo a su medida, el mal debería pasar por
una disfunción más o menos duradera. De lograr que fuera realmente banal, se
volvería innecesario, irrelevante y, en suma, prescindible. ¿Acaso a un
filisteo no le espanta más un gato ahorcado que la decapitación de un
cristiano?
7/5/19
Incendiar las redes.
En el mundo instantáneo, irresponsable,
de la comunicación egotista, estúpida, las redes sociales propagan toda suerte
de virus retóricos con entusiasmo macilento. En lugar de carcajadas sardónicas
y mordaces réplicas, se multiplican como la más aguda de las respuestas las
mayúsculas, los emoticones naífs y las etiquetas elementales. Los gestos
patibularios se condensan en los anglicismos de hashtags, troles y trending
topics. Ni siquiera el insulto más soez puede ya contar con movilizar hordas de
likes y retuits, a no ser que incluya la muestra más patética de su vulgaridad
y de su odio a cualquier atisbo de ambigua inteligencia. Como las nuevas aplicaciones
son un espacio del libertinaje más espantoso y menos refinado imaginable, la
censura debe ejercerse con férrea indeterminación. Se bloquea y se denuncia una
cuenta como si se la arrastrase a un descampado para apalearla y violarla. Con
impunidad pornográfica, jaleada por multitudes pseudónimas que emiten penosos chascarrillos,
hasta las buenas intenciones y los sentimentalismos más atroces campan por un
paisaje, más que infernal, de mercadillo medieval. Diseminada la locura, se
incendian a rachas virtuales las redes como Roma ardía al son de la cítara
desafinada de Nerón. Su brujería atónita ajusta cuentas con el futuro.
29/4/19
Ocupar la centralidad.
La política paquidérmica de una
reciente era todavía analógica, premilenial, buscaba situarse estratégicamente
en el centro del tablero. En diagonal controlaba las esquinas desde donde, siniestras, las tácticas de enroque y aislamiento desplegaban sus secretos más turbios.
Hoy el asalto a la torre digital de Babel ha replicado, por las ósmosis de sus aplicaciones,
sus potenciales marcos. Los juegos se ganan ahora en las intersecciones. Es
preciso okupar las casillas extrañas
y ambiguas, las más rentables en las partidas simultáneas y cruzadas que arbitra
el estrábico Ojo de la globalización. Como si fuera un circo de tres pistas
deslocalizadas, sus cruces son tan inesperados como previsibles mediante algoritmos
indeterminados. Al orden sucesivo y lineal -en sentido paródico, patriarcal-,
que transmitía el sentido de un universo delimitado, se le opone con furor incuestionable
la estructura rizomática, heterogénea e in-significante,
de una dogmática transgenérica. A los líderes carismáticos que se rodeaban de
guardias pretorianas les sustituyen efébicos espantapájaros a quienes cortejan
ninfas empoderadas. Gobierna, indiscutido, el deseo de Nada. Bajo la apariencia
de hipócritas grescas, las democracias someten a votación su feroz spleen. Hasta bajo la rúbrica de
populismo, estetizan su impotencia social y educativa bajo nostalgias
(contra)rrevolucionarias. Sic transit
gloria mundi.
21/4/19
Seamos realistas.
Este eslogan viejuno, de cuyas
consecuencias nadie parecía acordarse, quiso imponer las peticiones más
descabelladas de sus promotores: la playa bajo los adoquines de una inteligencia
sin control, mediante la violencia revolucionaria, tras los límites de
cualquier Decálogo. Su realismo atroz reclamaba lo imposible: No matarás; No robarás. ¿O
acaso no se exigía bajo libertaria impunidad que estaba prohibido prohibir? Semiolvidadas
a mala conciencia, vuelven a reivindicarse entre vítores, impúdicamente, las
más sórdidas acciones de aquellos años plúmbeos, como si hubieran sido las
hazañas épicas de una Troya lujuriosa y caníbal dispuestas a engendrar nuevos
sueños multicolores con los antiguos monstruos de su sinrazón. No les basta,
sin embargo, con su reactualizada dialéctica de las sonrisas y los crímenes. Resulta
intolerable que la sangre de sus hermanastros siga gritando desde el suelo. Con
impunidad vociferan a coro la brutal adaptación de su antigua consigna: Seamos realistas. Neguemos lo posible. Entre
la carcajada y el sollozo, con demente solución de continuidad, se va
legislando a golpes de sentimientos la demolición de la naturaleza humana,
decretada ya inexistente, a fin de extirpar la geografía física y moral de una
tradición que había rasgado en dos el velo del Estado. Quae sunt Dei, Caesari.
20/4/19
Mirar al futuro.
Aunque el neofilisteísmo se asigna con toda
naturalidad -es decir, arbitrariamente- las etiquetas que mejor le convengan en
cada momento, prefiere, entre todas ellas, dos que se esfuerza por identificar espuriamente,
con resultados más que exitosos: demócrata y progresista. Mientras se dedica a
gestionar con biempensante sumisión la cartera de beneficios sociales y
políticos de sus amos, suele adoptar una postura afectada, cuando no contrahecha,
para aparentar que otea un feliz por espantoso porvenir. Su fin básico es
neutralizar cualquier recuerdo al sur del pasado a fin de que pueda llover fuego
y azufre sobre quienes huyan de sus predicciones impías. Con el rabillo del ojo
puesto en la escenificación agraviada de sus fantásticas distopías pretéritas
-bajo el rótulo de memoria histórica-, se entrega con desenfreno a diseñar por
anticipado las soluciones que deberán provocar los todavía inexistentes problemas
que permitan autocumplir sus pretendidas profecías científicas. Dos pasitos
adelante, uno atrás. Como un descendiente de Lot, delante de su tradición disuelta
en sal, habrá que apresurar el paso antes de que, en nombre de la paz, queden
bien trancadas las puertas bifrontes de una sociedad transhumana. Humeantes,
sus ruinas alumbrarán más puras los estertores de su día más fatalmente
silencioso.
19/4/19
Una tragedia evitable.
Al no soportar, ni tan siquiera
admitir, la sola posibilidad de la frustración, la sociedad neofilistea revisa
y censura la preceptiva entera de cualquier género, literario o no. Se precisa sobre todo hacer insípida la más insuperable de las
provocaciones que debe enfrentar: la muerte. ¿Cómo soslayar la tragedia? Su casta sencillez
debe ser ultrajada con asepsia procaz. Como debe grabarse siempre fuera de
escena, sus consecuencias más espeluznantes requieren ser difundidas con
obsceno detallismo para no herir la
sensibilidad de los espectadores. Entretanto, su trama se habrá construido
sobre un cúmulo de episodios decididamente inconexos que deben culminar en una
peripecia conducente con tenacidad tupida, a través de innumerables protocolos
contradictorios y superpuestos, a la anagnórisis de su desdichada reality. Como también los caracteres son
prescindibles o intercambiables, aunque no la acción que representan, deben
poder expresarse entrecortadamente, con voz nasal, entre sollozos, balbuciendo
las abrumadoras y ridículas obviedades del dolor. Suscitan así la compasión de
los buenos sentimientos. Las
orquestinas de los tanatorios subrayarán infatuada la emoción aterrorizada de la
despedida. Se cierra entre lagrimitas la cortinilla antes de incinerar la
memoria. Por medio de la condescendencia y el disgusto se logrará corromper la catarsis de tales pasiones.
13/4/19
Luchar por la paz.
Entre los pomposos valores que el
neofilisteísmo se empeña en descapitalizar con chamarilera sonrisa ocupa un
rango de honor el prostituido concepto de la paz. Aniquilado por aristocrático
cualquier principio, se hace preciso instaurar la tiranía de los buenos
sentimientos capaces de someter cualquier principado de paz al terror de la
armonía universal. Sus más estrictos devotos invocan, como mantras sublimes,
cuatro lugares comunes saqueados a Kant con la voz en falsete de John Lennon. O
peor aún. Tatarean los estribillos del escarabajo pop bajo la indiscutida autoridad
del relojero ilustrado. Bajo el efecto de una alucinación inducida, legislan y
ejecutan la disolución de cualquier diferencia con el exacto y disciplinado
reconocimiento de cuanta excepción pueda fantasearse. Al ser nombrada cada una
de sus delirantes variedades, de inmediato es clasificada y sancionada
debidamente en la taxonomía de la nueva Creación que está abortando el Arca de
Mammón. Sellada en las frentes de sus súbditos por el signo de un nuevo arco
iris, la paz perpetua consolidará la guerra sin cuartel, ecológica y epicena, contra
quienes se atrevan tan siquiera a abstenerse de rendirle culto. Se les exigirá retractarse
adorando blasfemas palomas mientras batan ramos de olivo. Give peace a chance!
5/4/19
Hay que evitar crear alarma social.
Ceñudo, el filisteo siempre ha
procurado evacuar esta escabrosa máxima ahuecando la voz. En el vacío en que la
hace resonar hoy silba además una siniestra risa entrecortada. La impersonal
perífrasis obligativa, seguida de dos verbos que armonizan, como en un oxímoron,
la abstención y la acción, excusa de cualquier responsabilidad a quien la
pronuncia siempre que recaiga de inmediato sobre su interlocutor. Tortuosa e
inelegante, ejemplifica la condición performativa del principio de no no contradicción. Realiza un acto y,
simultáneamente, lo desdibuja, a fin de imponerlo incontestadamente. Como quien
jura por imperativo legal, reclamar
contención esparce la duda sobre el alcance irreal de toda situación. En una
sociedad asediada por delirios histéricos, se asume entonces el concepto de
culpa bajo la especie de víctima. Sólo así puede cualquiera sentirse a salvo. Puesto
que la sensatez es autoritaria, la democracia debe ser insensata. Puesto que el
universal es una falacia cultural, la falacia consecuente debe considerarse un
incontrovertible dato universal. No puede existir otra lógica que la de la Ley,
cuanto más arbitraria, más dogmática, por particularista. Según el caso, sí, no
o tampoco. Sólo en un estado de permanente alarma, podrá disfrutarse una
(incierta) tranquilidad. Summa iniuria,
summum ius.
28/3/19
De lectura obligada.
En plena descomposición del ideal
ilustrado resplandece más oscuramente la hipocresía filistea. Sus secuaces
jamás han sido aficionados más que a enmascarar su prepotente vanidad con la
autosatisfacción de sus necesidades más superfluas. Visitan museos con aguda
mirada, acuden a conciertos cabeceando el compás, reservan mesa en fondas
lechuguinas. También leen. De mentira de la mala. Gente de exquisito gusto,
sólo hojean los textos que no pueden
obviar sino con displicente encanto en alguna conversación mundana. Antaño,
embrutecidos y, por ende, más cínicos, los burgueses acumulaban en sus
bibliotecas de madera tallada volúmenes primorosamente adornados. Preferían las
novelas. Hogaño, almacenándolos en buses universales en serie, sus
descendientes hipsters catalogan putrefactos archivos en interminables listas pseudoacadémicas
que puedan descargarse aleatoria y automáticamente. Picotean ensayos. Más que
la palabra exacta, enhebran los adjetivos más pomposos y versátiles capaces de
anular cualquier reflejo de inteligencia. Como estas líneas, cuanto más
bizarras sean sus asociaciones, más rozan con la yema de los dedos el ideal
insulso de su estúpida estética. Con monstruosa precisión profética, una
entidad bancaria ha invertido la acepción más ruin de la filosofía en el neologismo de digilosofía: en una
app, la sabiduría al alcance del dedo. Cómprala. Tolle, et lege.
20/3/19
Sé que me van a llover las críticas.
Este tipo de metáforas meteorológicas
son muy del agrado filisteo. Logran también con ellas la cuadratura de sus
parábolas: ocultar su mala conciencia bajo el manto de un ecologismo de pega. Lluvias,
terremotos, tsunamis (que han sustituido los menos sofisticados maremotos)
sirven a sus intereses biempensantes y malintencionados. Por definición un
filisteo evacúa obviedades malolientes como si fueran un deshecho de prudencia
y de sentido común. La medida de su valentía intelectual se acrisola en su capacidad
de complacer a sus amos. Asume con incómodo placer que pudiera echársele encima
un alud de la misma porquería amarilla que, pornográfica, disfruta descargando sobre
sus enemigos. Como es consciente de que la jauría de hienas y coyotes anónimos
que patrullan sin descanso la reserva sin escrúpulo de las redes sociales acechan
cualquier (aparente) desliz para saciar su bulímica desesperación, con la
precisión chamánica de esos chamarileros que se dedican a la asesoría política
modula mensajes que, en lugar de contradecir, consigan reforzar los argumentos
de Mammón. Prostituirá, libertino, a la viuda bajo amparo legal. Solidario, si
no ejecuta su desahucio, hipotecará al huérfano, totalmente reformado, desde un
vientre alquilado. Agiotista, comerciará impúdicamente con la fe y la raza del extranjero.
Vae victis!
12/3/19
Implementar alternativas.
Caracteriza la jerga filistea la
exhibicionista tendencia a la paráfrasis, no para aclarar o ilustrar los
conceptos que expone, sino para rodearlos de una aureola de divina y novedosa
eficacia. Más que nombrar la nada, se propone, con espeluznante éxito, corroer cualquier
atisbo de significación. Mecaniza con aparente asepsia su léxico y su
gramática. Deja así expedito el camino para que el principio de no no contradicción pueda operar con funesta
y estúpida precisión. Analicemos la fórmula que expresa que se han tomado
medidas destinadas a aniquilar toda resistencia no a las novedades sino a la
novedad como proceso constante e indiscutible. Como ha adoptado un relativismo
prudencial, el filisteo no aspira a implantar doctrinas o instituciones. Se
conforma con suplantar las existentes. Es decir, no las suprime; las diluye. Por
ello, implementa. Ejecuta meras posibilidades que neutralizan y desestabilizan
el contacto entre las palabras y las cosas, entre el ser y su representación.
Allí donde apenas se rozaban las infecta de arbitrariedad. No se opone a ellas.
Simplemente las confunde. Multiplica, indiferentes, sus opciones. No obra;
opera. Un acto fija, con un límite, su principio y su fin. Una alternativa
especula, con su valor, el precio de su aplicación.
4/3/19
Hacer historia.
En nuestras sociedades filisteas el saber, menospreciado, se está viendo por fin encajonado en el maletero de los algoritmos informáticos. Sus contenidos deberían ser, por imperativo democrático, accesibles mediante el fácil clic de ese otro espantoso lugar común en él enunciado. Entretanto la memoria está ya secuestrada por las fuerzas bravuconas de la no no contradicción. Innecesaria y reaccionaria en el individuo, se la entroniza como la dominatriz más exigente de las fantasías colectivas. ¿De qué sirve el esfuerzo de comprender si basta entregarse a las emociones más desaforadas? ¿Por qué no comparar las razones de la muerte de Sócrates, si son tan exigentes como menos actuales y atractivas, con la performance melodramática de cualquier juicio? ¿A quién le puede interesar la toma de la Bastilla cuando tiene a mano la posibilidad de compartir el trompe de l’œil de un selfie en sus redes sociales? ¿No es preciso aceptar con estúpida complacencia que entre conocer los sórdidos detalles de la creación de La filosofía en el tocador de Sade y practicarlos alegre y despreocupadamente a cargo de la Seguridad Social existe la misma diferencia que entre el aburrido y moralista aprendizaje y la proactiva y simpática pedagogía? Ami(e)s, encore un effort.
24/2/19
Empoderar.
Que la academia
haya asumido este sospechoso anglicismo obliga a atender entre
las líneas de su definición las vías que unen el poder causativo que permitía
apoderarse, individualmente, de cualesquiera bienes con el poder locativo que
usurpa en nombre propio la fuerza que se dispensa, con gentileza progresista, a
un grupo desfavorecido. Quizás no sea casual que, entre sus acepciones
cruzadas, se prodiguen sus sendos caracteres pronominales y desusados. Es
comprensible así la resistencia académica, casi reaccionaria, a admitir el
único uso recto del dichoso verbo: el reflexivo. En su transitividad conserva
un residuo que sólo puede juzgarse intolerable y hasta escandaloso en sentido
estrictamente democrático: nadie
puede ni debe ser autorizado a representar a quienquiera que le otorgue su confianza.
En ese caso, empoderar podría entenderse como la cesión del derecho del que,
histéricamente, se carece debiendo poseerlo. Al contrario, cada cual debe empoderarse como un dios caído alarga la mano al fruto del árbol del conocimiento o a la
quijada del asno. Byroniano, Lucifer confesó su sentido final a Caín: aspirar a
ser lo que nos hizo y no habernos hecho lo que somos. Cauterizada la marca, es
posible afrentar impunemente nuestra naturaleza. ¿Sois felices? Seremxs
empoderadxs.
16/2/19
Hacer pedagogía.
Redundante, esta
ambigua expresión jamás fracasa en sus resultados ni en sus objetivos. Plantea
la acción política en los términos sinuosos que desborden cualquier apariencia
educativa, por el sinsentido al que ha reducido cualquier atisbo de
responsabilidad. Representa el índice más depurado —y, por ello, más perverso— de
infantilización de la sociedad. No forma la opinión pública a la que invade
hasta en el último trastero de su intimidad. Ni tan siquiera la informa. Mediante
la forja múltiple de sus orgullosas identidades artificiales, la chantajea a su desemejante imagen. Tiene por una de sus misiones principales tramar los
métodos que permitan conducirla al callejón sin salida de la obediencia
perfecta: anticiparse voluntariamente, por aclamación plebiscitaria, a los
deseos fugaces de sus efímeros líderes. En lugar de rigor y exigencia, le
propone la entronizada diversión de su estupidez. Nada gana sino la plusvalía
de hacer perder. A más estúpido, más malvado. A menos inteligente, menos
incauto. Como a Pinocho, lo invita a aventurarse por el país de los juguetes: Twitter,
Instagram, Telegram, Tinder… Conectados como apéndices de la red, en el
instante eterno que ofrecen sus compulsivas aplicaciones al tacto digital,
logramos metamorfosearnos, ¡por fin!, en escuálidas marionetas. Lasciamo ogni speranza.
8/2/19
Dar voz a un colectivo.
Es preciso
insistir que la muerte del concepto político y estético de representación no
inaugura sin más una etapa transhumanista de la historia, ni tan solo suspende
el duelo de su decretado y totalizante final. Tanto más incierto y peligroso es
el tiempo que se avecina cuanto más recubren su realidad las nociones tuneadas
de una ultramodernidad demenciada. Puede advertirse también el funcionamiento
de su lógica de la no no contradicción
bajos los efectos dinámicos de una retórica psicótica. En tanto que la
naturaleza no es sino una construcción cultural, la disociación perceptiva de
la realidad se articula mediante defensas maníacas y narcisísticas que
enfrenten sus ansiedades histéricas de desorganización política y social. Sobre
los conceptos de nación, género y religión toda suerte de terrores permite proyectar
la aparición de recurrentes alucinaciones visuales y auditivas basadas en la
estetización onírica del pasado: cazas de brujas, campos de concentración,
paraísos sin clases. Las víctimas, afónicas, son convocadas en ejercicios
ateosóficos de ventriloquía populista. Nadie puede hablar en nombre de ellas
porque ellas “les” hablan mediante su voz interpuesta. A salvo en el guirigay de sus
deformados ecos, la locura prologada sería tan sólo un sueño. Y sus heridas
morales, una fantasía.
31/1/19
Tomar la calle.
En nuestra época
del espectáculo y de la fiesta, disciplinada y panóptica, se toma la calle como
se asalta el cielo, y viceversa: en sentido estrictamente figurado. Su
literalidad, pues, es asombrosa. Las manifestaciones multitudinarias, que
reclamaban la defensa de derechos o intereses oprimidos, mediante el ejercicio público
de la palabra silenciada, apenas conservan sino un sabor a reliquias
apolilladas. Sus participantes suelen desfilar fantasmalmente, casi con el
brillo fatuo de una nostalgia impotente. La reivindicación política se ha
vuelto puntual, dispersa, rizomática. Incide repentinamente en un cuerpo social
extenso y a la vez desmembrado, como si alcanzase un orgasmo sin deseo ni
tristeza, más bien ansioso y desesperado. (Des)teatralizada, respeta escrupulosamente
las unidades clásicas de acción, tiempo y lugar. Por ejemplo, una muchedumbre
rugiente y estática, dispuesta como una letra polisémica y aparentemente
subversiva, debe exaltarse ante el simultáneo repique de campanas un 11 de
septiembre a las 17:14. Ni crea ni destruye su realidad: la transforma hasta su
extenuación simbólica. Muerto el concepto político y estético de representación,
se extienden aleatorias y cancerosas las más diversas formas colectivas que
puedan adoptar las performances, los happenings y su perturbadora descendencia
de flashmobs. Globalizados, ¿no son
todos acaso designados anglicismos?
23/1/19
¡Indignados?
Como infantes
malcriados que emiten, guturales y sincopados, los eslóganes redactados con la
caligrafía de los váteres universitarios, las tiránicas turbas de nuestras
democracias se desplazan, sumisas y enfurruñadas, por las casillas regladas de sus
marrulleros juegos sociales. En busca de un posesivo bienestar desvanecido y bajo
la apariencia sola de una marea insurrecta, estalla su ahíta vulgaridad -su
violencia- contra las trampas trileras que las potestades y las dominaciones
mercantiles le han incitado a tenderse. Les enfada con vehemencia, les desaíra el
incandescente reflejo de su frenética estupidez. Aunque se niegan a admitir el
mecanismo de la estafa, no pueden dejar de replicar sus efímeros trucos de
diseño. Su histérico aburrimiento, espectacular, debe continuar. Los
politólogos, los tertulianos, las diversas especies de analistas aprovechan
entretanto el día parloteando de estrategias y tácticas, de corrientes de
opinión y segmentos de población, como jubilados perezosos y campanudos en la
terraza mediática de una casino galáctico y desconchado. Oscuramente, con
cínica candidez, se recriminan la falta de mérito y de calidad de sus
circunstancias. Condescienden con virulenta apatía a retuitear, como un trueno
sordo y descreído, la noticia que resuena, fantasmal y codicioso, nuestro
indigno destino. Madame se meurt! Europe
est morte!
15/1/19
Inclusivo y tolerante.
Tales cualidades
indistintas forjan el retorcido carácter del genreman ideal, es decir, híbrido. Con maciza hipocresía
ejemplifican el alcance más desvergonzado del principio de no no contradicción. Según las circunstancias, pueden adquirir una
tonalidad lingüística, o pronominal o genérica, e incluso, en su versión más
aterradora, pragmática. En tanto que inclusiva, su forma excluye. Cuando uno de
sus profetas se apodera, en ausencia de referente, de la palabra nosotros, sabes perfectamente que ha
dictado, sin posible apelación, sentencia presente contra ti, por ninguna otra
razón que la culpabilidad de tu irreductible existencia. Si exige la doblez de
género es el paso previo de la uniformidad gráfica, impronunciable,
paracientífica, de la cromosómica x o de la digital @. En su invasión de la
educación llega a adoptar los más histéricos y fanáticos procedimientos. Faltaría
más. Debe prohibir cualquier rasgo de singularidad como expresión del más
insoportable elitismo. Somete toda jerarquía a la más confusa disolución. Sólo
así puede tolerar el fallo de sus criminales errores. Puesto que la
exclusividad de la dignidad humana puede ser abortada de raíz, su empatía le
exige, sin eximentes, imponer a sonrisa y fuego la aberrante fatuidad de su
normalizado y exclusivo relativismo. Cui
non prodest?
7/1/19
Educar en valores.
Ante el ábaco de
los lugares comunes, como si tocase canturrear disciplinadamente sus tablas de
multiplicar, conviene repetir una de las más escabrosas obviedades que suele soslayarse
con la peor mala conciencia: los valores jamás son, siempre y sólo valdrán. Atentos
a sus índices, algoritmos que escamotean la sustancia de la acción moral, sus
agentes mercadean, sonríen, comercian especialmente con su depredadora
trinidad: solidaridad, paz y felicidad. En la escuela de los principios la
prudencia guiaba el aprendizaje de las virtudes en la práctica continua de la
sindéresis. Los discípulos discernían el bien del mal y asumían, a través de
sus derrotas, que hasta del brillo del mal el bien podía triunfar oscuramente. Se
sabían finitos. La neoescuela ha
acuñado en cantidades hiperinflacionarias la moneda omnívora de los
sentimientos. La reinvierte sin cesar en la fabricación de las manzanas
transgénicas de su utópico árbol de la vida. Sus clientes disfrutan de su
embriagador sabor hasta la epilepsia intelectual que induce su masivo consumo de
emociones. Se hacen como dioses. Impacientes,
adictos, insatisfechos, en su caída sin fondo aspiran a alcanzar, en forma de
un paraíso digital y parpadeante, una transparente y artificial inocencia. Quod nudus essem et non abscondi me.
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