28/7/17

Saber manejar los tiempos.


Entre los acelerones que dan a las ciencias un aire adelantado de zarzuela bárbara, la concepción filistea del tiempo ha logrado manufacturarlo como una papilla amorfa, kantianoide e indeterminada, que se moldea en series televisivas. En ellas se proyectan, con efímeros destellos, el sinsentido de instantes siempre por rehacer. Como no hay nada que esperar, se especula con irreales inversiones de un futuro social a (des)crédito. Como no hay nada que recordar, se sancionan las leyes políticas de la desmemoria pasada. Como sólo bastan el poder y el dominio, no el honor ni la gloria, el presente se va (des)tejiendo a golpe de látigo en este circo posthistórico de tres pistas. El más difícil todavía es un salto retardado, a cámara lenta, agonizante su desenlace, siempre pospuesto a la anestésica decisión tomada en la siniestra sala de montaje de los gabinetes de comunicación. Cualquier atisbo de conciencia moral es declarado públicamente inexistente. Como si fuera el transgénico de nuestra finitud, al negar que el tiempo huya ya irreparable, triunfa, ahíta y prostibularia, una retórica de los sentimientos, pegajosa, que infecta la inteligencia de cuanto toquetea. Entre sonrisas cómplices se mercadea, por fin, con el Apocalipsis.

20/7/17

Todavía hay partido.


Quien quiere sosegar y animar a la desorientada hinchada que ve cómo su equipo va perdiendo, suele formular, con un rictus de ansiosa impaciencia y con desparpajo proactivo, su convencimiento maravilloso de que, tras los obstáculos y las derrotas, amanecerá una noche más larga. De tan evidente, la metáfora deportiva, aplicada a cualquier situación competitiva, esconde una inquietante intelección del tiempo en nuestra sociedad filistea. Borrando cualquier rastro de finitud, se pospone a un límite inacabado el consumo de una eyaculación frustrada que, mientras se retiene, poluciona toda su atmósfera. Oponerse a tal muestra de voluntarismo errático es sinónimo de derrotismo y alta traición. Basta confiar ciegamente, de manera que si el resultado final es adverso se impone depurar las responsabilidades de haber defraudado las ilusiones convenientemente inducidas de la turba. De tan abstractas, de sus consecuencias sólo se salvan quienes hayan dejado su piel en el campo, se hayan vaciado o lo hayan dado todo. Si por casualidad el resultado es favorable, quedará demostrado que todo es posible a quien cree con fe ciega y que, por tanto, cabe depurar a quienes han cometido el error de estar en desacuerdo. Al fondo emerge, infecto, cómo manejar los tiempos.

12/7/17

La transparencia.


¿Quién le habría dicho a Juan Ramón Jiménez que su esencia consciente, que quería ser una y la de todos, quedaría reducida, dios suyo, al password de una epifanía total, alibábica? Cuando no quieres ser hijo, ni padre ni hermano, acabas pagando las birras de algún gigoló cuya profesión se pronuncia con un anglicismo. La transparencia es la profesión de fe de los súbditos de las tinieblas. La transparencia es a la cultura lo que la pornografía al erotismo. Al Dios de Abrahán, Isaac y Jacob no se le podía ver cara a cara, sino en enigma, dentro de una nube que no se sabía, al límite de una noche oscura. Su siervo era iluminado en la conciencia de su desolación. El procedimiento que borra el misterio, que pone al descubierto la vergüenza de su necedad y su desnudez, la transparencia, ese dios, la transparencia, educa en la adquisición de las competencias transversales del cinismo y de la lascivia. Registra con exactitud el ruido tan triste que hacen los cuerpos cuando se aman a sí mismos. Les concede el derecho a emitir sin interferencias el ritmo opaco de su individualidad coronada como afirmación de la nada.

4/7/17

¡Fobi@!


Si hoy alguien, íntegro e imprudente, desea buscarse la ruina moral, social y económica, tiene a mano un camino rápido, aunque arduo: exponer públicamente los conceptos elementales de la φύσις aristotélica. Tras cincuenta años de perplejidades, los filisteos occidentales han podido abrazar ya la nueva religión en la que no creer y que les permite, mientras ofrendan incienso a sus demoni@s, aumentar sus negocios, manteniendo su conciencia a buen recaudo. Como toda innovación, esta religión es conocida por unas siglas que no cometeré la imperdonable torpeza de pronunciar. Sostiene que pensar de modo diferente no sólo atenta contra su credo, sino que, además de incitar, ejerce per se la violencia contra sus prosélitos. Si se argumenta en nombre de la Tradición, se es reo de retractación, expediente y reeducación, pues hay que odiar el delito y al delincuente. Como toda regla, admitiría una excepción: ser musulmán, aunque tampoco conviene declararla en voz alta. Hace quinientos años Miguel Servet fue quemado por discrepar sobre la naturaleza divina de la Trinidad. A punto de restaurar el delito tabú de opinión, la cultura actual empieza a reducir a polvo a cualquiera que mencione la naturaleza humana. Confieso entre sollozos: mi identidad es veteropatriarcal.