5/2/18

El argumentario.


La argumentación es al argumentador lo que el argumentario al argumentero. Todo es cuestión de una vocal. El argumentador argumenta. El argumentero argumentea. Según las gramáticas, este sufijo que deriva un sustantivo en verbo introduce un matiz iterativo. Puede definirse como la acción de aducir argumentos una y otra vez, rápidamente, a intervalos, sincopadamente. Si nos pusiésemos (pseudo)científicos, diríase que la técnica de márquetin de proveer al vendedor de un nutrido fichero de consignas, instrucciones o eslóganes, para colar al incauto comprador la mercancía averiada, procede de una base psicológica conductista. Entre retórica y combinatoria, se confía en desplegar -y recluir- el mapa preciso de todos los efectos perlocutivos que un mensaje pudiera provocar. El antecesor en esta cadena evolutiva remontaría al cruce del chamán y el charlatán. Su descendiente más aventajado y lamentable es el político de oficio. Entre medias y aspavientos, desde el ruidoso y neutro bazar digital, toda suerte de comerciales, disfrazados de bandidos, piratas y payasos, puerta a puerta, mediante dispositivos móviles o por las esquinas, pugnan por seducir, forzar y consumar a sus accidentales víctimas, adulándolas, insultándolas o ninguneándolas por una mísera comisión. El tiempo -y el voto- es oro y el argumento, su calderilla.

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