Cada época
inventa las contraseñas que mejor la evocan. En un mundo legendario, de
ladrones astutos y maravillas sin fin, la entrada al sancta sanctorum de las riquezas sin cuento se lograba con una
orden directa y simple, perentoria y fascinada: “¡Ábrete, Sésamo!”. En un
tiempo desgraciado, de máxima acción y nula narración, el imperativo, que de
por sí es un modo dialogal, es sustituido por la tensa forma impersonal del
infinitivo. En una producción infinita y casual, pura potencia especulativa, se
requiere al máximo que cooperen para el delito varios órganos de una misma
función -por ejemplo, hoy en día la universidad y la empresa-, en la búsqueda
de unos efectos que se prevean imprevisibles y opulentos. Al Sésamo que se abría
y se cerraba con el conjuro del significado le ha sustituido algún algoritmo
arbitrario y eleusino como -otro ejemplo- qwerty123$%, a ser posible con mayúsculas
y más símbolos no alfabetizables. La misma codicia mueve sendas historias de la
Caída. En un caso, vibraba voluptuosa la melancolía de un Edén recobrado y
subterráneo. Ahora, virtual, la frenética y desesperanzada carrera de azarosos efectos agregados cancela ex nihilo el éxtasis de la creación.
Qué bien escrito y descrito.
ResponderEliminarGracias.Parece como si cualquier esfuerzo de comprensión hubiese prescrito y sido proscrito.
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