Dicha
con el ceño fruncido y el tono maloliente, esta imprecación sentencia, como
blasfema, toda afirmación sobre la divinidad del ser humano, atribuyéndole en
cualquiera de sus manifestaciones la intención de (auto)odio. El objetivo último
de sus defensor@s es la destrucción de tal orden, mediante, por ejemplo, la
inducción legal del deber de copular caninamente. Está no sólo permitido sino
jaleado jadear en la esquina de cualquier callejón no importa según qué combinación.
La píldora, el condón o el aborto -o los tres simultáneamente por economía de
escala- ahorran consecuencias indeseadas o discapacitadas. Liberada de ellas, igual
que una perra puede parir hasta ocho cachorros, la versión humana podrá
repartir en breve sus óvulos entre diversas opciones, subcontratando o
externalizando sus servicios con el exquisito amparo jurídico de un Estado de
De-re-cho. Sería de una intolerable insolidaridad oponerse a tal acto de
emancipación de una naturaleza que se ha decretado inexistente. En su clímax
casuístico, será un hito la transexual que, tras implantársele un ovario
heterosexual fecundado por el semen de su pareja homosexual, dé a luz antes de que
un@ y otr@ reviertan su identidad. El padre será la madre y viceversa. Lo
llamarán ciencia y felicidad.
25/11/17
17/11/17
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
¿Qué
mejor manera de acabar esta volátil serie clásica que con una cita apócrifa del
apócrifo Machado? La tontería filistea, que no es sutil ni ingeniosa sino artera
y espesa, se ha nutrido, descarada y mimosa, de la arenosa sofística de su
maestro Mairena. Con desenvuelta sinvergonzonería, afirma y niega
simultáneamente, con el galante gesto de un escepticismo prostibulario. En sus
manos, el principio de no no contradicción
fundamenta el trilero juego de sus palabras que tantos dividendos le reporta. Nada
por aquí, todo por allá. Aristocrático demócrata, el filisteo hispánico,
enésima versión del majo castizo o del jaque porteño, se cuida de desdoblar su tramposa
identidad. Como el porquero Agamenón en realidad, exclama con una media sonrisa
a cualquier verdad: “Conforme. No me convence”. Es entre los hechos malolientes
donde descubre cómodo y amotinado sus más estilizadas verdades. Con su aire
sacristanesco, aspira al ideal más delicioso que pueda soñar cualquier aprendiz
libertino de la práctica canónica del derecho y de la justicia: “La regla ideal
sólo contendría excepciones”. En pos del vértice embrutecido de su moralina,
seguirá encadenando interesados razonamientos hasta que, ahíto de berzas y disfrazado
de Agamenón, le llegue su San Martín.
9/11/17
Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.
Lugar
común de la hipócrita (in)dignidad de los viejos filisteos, esta frase
aristotélica ha sido fregada con lejía, a toda velocidad, desde la irrupción
papanatista de la posverdad. Nada más antipático que anteponer la realidad a la
falsedad de las emociones. A fin de cuentas, ¿de verdad cree alguien todavía en
la amistad? Amigo de uno es quien asiente a su última ocurrencia o a quien se
jalea cualquier gilipollez que confirme los propios prejuicios. Baste leer los
grafitis que pintarrajean en el muro lamentable de las redes sociales quienes,
ufanos, exigen de sus “amistades” que demuestren su adhesión personal mediante
la inmediata reproducción de sus cándidas intenciones o que, directamente, los
borren como tales seres virtuales si no están de acuerdo con sus tiznadas
posturas. Los profetas de la (pos)verdad suelen adoptar la pose de virgen
violada en una película de porno sadomasoquista sórdida y vieja.
Gimotean entre sonrisas ininterrumpibles o sonríen entre lloriqueos onanistas. A
la verdad su nauseabunda cursilería la da por amortajada. De sus amigos
platónicos reclaman los aplausos enlatados de una ética toda a un euro. Mala,
fea y cara. ¿Qué les queda? Entretener, tiránicos, su despiadado aburrimiento.
1/11/17
Carpe diem! o hay que aprovechar el momento.
Este inquietante
tópico que desde Horacio y Ausonio hasta Ronsard y Yeats toca las cuerdas más
delicadas y canallas de una sensibilidad simbolista y escéptica, epicúrea y
melancólica, se convierte en manos de la anoréxica mentalidad actual en el branding de los influencers más superficiales. El cultismo exquisito y pedante de
la poesía se transforma en el glorioso y putrefacto anglicismo de la mercadotecnia.
Con la mirada puesta entre la alegoría medieval y el desengaño barroco, los
clásicos animaban a recoger las rosas de la juventud y a aspirar el aroma de
sus días, sin retrasarse. La vejez, sabia e impotente, cruel, habría adquirido
este conocimiento al precio de su pérdida. Atenta a la rentabilidad económica, nuestra
época moderniqui traduciría así el lema horaciano: atibórrate instantáneamente de
pastillas y de bótox. Mientras aprovechas la inercia -el momentum- de la juventud, podrás a duras penas desdibujar las
huellas morales del paso del tiempo. En el bulímico esfuerzo por permanecer
joven, por no sufrir el descarte de la edad, no se pretende borrar los años,
sino lesionar en el propio rostro la imagen real de su vejez. Espectral e irónica,
ensayará con una grotesca mueca jovial su particular Danza de la Muerte.
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