Dicha
con el ceño fruncido y el tono maloliente, esta imprecación sentencia, como
blasfema, toda afirmación sobre la divinidad del ser humano, atribuyéndole en
cualquiera de sus manifestaciones la intención de (auto)odio. El objetivo último
de sus defensor@s es la destrucción de tal orden, mediante, por ejemplo, la
inducción legal del deber de copular caninamente. Está no sólo permitido sino
jaleado jadear en la esquina de cualquier callejón no importa según qué combinación.
La píldora, el condón o el aborto -o los tres simultáneamente por economía de
escala- ahorran consecuencias indeseadas o discapacitadas. Liberada de ellas, igual
que una perra puede parir hasta ocho cachorros, la versión humana podrá
repartir en breve sus óvulos entre diversas opciones, subcontratando o
externalizando sus servicios con el exquisito amparo jurídico de un Estado de
De-re-cho. Sería de una intolerable insolidaridad oponerse a tal acto de
emancipación de una naturaleza que se ha decretado inexistente. En su clímax
casuístico, será un hito la transexual que, tras implantársele un ovario
heterosexual fecundado por el semen de su pareja homosexual, dé a luz antes de que
un@ y otr@ reviertan su identidad. El padre será la madre y viceversa. Lo
llamarán ciencia y felicidad.
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