¿Qué
mejor manera de acabar esta volátil serie clásica que con una cita apócrifa del
apócrifo Machado? La tontería filistea, que no es sutil ni ingeniosa sino artera
y espesa, se ha nutrido, descarada y mimosa, de la arenosa sofística de su
maestro Mairena. Con desenvuelta sinvergonzonería, afirma y niega
simultáneamente, con el galante gesto de un escepticismo prostibulario. En sus
manos, el principio de no no contradicción
fundamenta el trilero juego de sus palabras que tantos dividendos le reporta. Nada
por aquí, todo por allá. Aristocrático demócrata, el filisteo hispánico,
enésima versión del majo castizo o del jaque porteño, se cuida de desdoblar su tramposa
identidad. Como el porquero Agamenón en realidad, exclama con una media sonrisa
a cualquier verdad: “Conforme. No me convence”. Es entre los hechos malolientes
donde descubre cómodo y amotinado sus más estilizadas verdades. Con su aire
sacristanesco, aspira al ideal más delicioso que pueda soñar cualquier aprendiz
libertino de la práctica canónica del derecho y de la justicia: “La regla ideal
sólo contendría excepciones”. En pos del vértice embrutecido de su moralina,
seguirá encadenando interesados razonamientos hasta que, ahíto de berzas y disfrazado
de Agamenón, le llegue su San Martín.
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