Aunque
nuestra turbia época invoca con machacón servilismo términos vacíos de
cualquier sustantividad como el de excelencia, la innovación que proclama con
abducido entusiasmo no guarda otro objetivo que capar cualquier atisbo de
originalidad creadora. La Creación ha sido ya encarcelada preventivamente en
los calabozos de la creatividad.
Literalmente nada que no pueda ser descuartizado y replicado en un laboratorio
merece ser permitido. Toda definición debe ser proscrita por su arrogante tufo
a dignidad resistente. Vagarosas, las identidades se construyen por adición, por
sustracción, por alteración o por inversión. Meros ejercicios retóricos, no persiguen
ninguna utilidad. Se limitan a probar, con jubilosa furia, su eficacia autodestructiva
de toda norma moral. Exigen confundir la costumbre con la convención para
entronizar entre aclamaciones aterrorizadas la arbitrariedad como su ilocalizable
divinidad. Será ley la jungla. No una jungla virgen y feraz, sino otra,
exclusiva y total, diseñada con férreos dispositivos de ilimitada
actualización. En vista de su inalcanzable simplicidad divina, la vida humana se
empieza a ahormar en la genómica fundición de un mecano articulado según
procesos de producción, rendimiento y ahorro cuya regulación eficiente se ha depositado,
a latigazos especulativos, en manos de una ética aterida. Todo deberá sujetarse
a ciega previsión.
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