Esta
expresión, particularmente estúpida, contiene una pose retro que juega a fijar
los implícitos fenomenológicos que tanto divierten el aburrimiento filisteo,
entre cuyas defectuosas virtudes siempre ha sobresalido su insuperable ingenio
para trocar en anodina cualquier estrafalaria ocurrencia que, por viciosa
ignorancia, ha acostumbrado a considerar idea. Indolentes, antes sus insomnes militantes
hacían ver como que leían un libro pasando sus páginas. En realidad,
literalmente, daban vuelta a las hojas con sus bostezos. Ahora, con un
abatimiento que desean disimular con su desencarnada defensa de la innovación,
entretienen la asfixiante espera gris y uniforme de sus insatisfechos beneficios
pasando, en pasado, contundentes y aguerridas imágenes que se suceden a una velocidad
cuanto más vertiginosa todavía menos inverosímil. Virtualmente, en imagen, se
limitan a clicar sobre un fantasmal ratón su sentenciada visión de la vida
humana. Su depredadora -y neodarwinista- concepción de la política se asemeja
así a un videojuego que difumina su brutal moralina incitando a acceder sin
descanso a nuevos niveles de dificultad para atracar bancos, atemorizar dragones
o prostituir pirañas. Con inexpresividad desencajada, con pornográfica monotonía,
con execrable buena conciencia, sus avatares ríen, lloran, gimen. Para tomar
impulso, pantalla adelante, les basta dejarse arrastrar por su enajenada inercia.
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