Otro
ejemplo de cómo funciona la aplicación divulgativa del presunto método científico se puede disfrutar mediante la teoría de
las múltiples inteligencias. El concepto de unidad, sentenciado como autoritario,
fijo o parmenídeo, debe ser
reemplazado por el dinamismo heracliteo que
parcela la integridad humana diseminándola en redes de habilidades y aptitudes.
Como un reflejo monstruoso de Frankenstein, la inteligencia se forma con piezas
dispersas que encajan en una máquina (im)perfecta. Su buen funcionamiento debe
ser revisado por un acreditado equipo de técnicos y expertos. Al filisteo este
modelo le tranquiliza; más aún, le proporciona una honda satisfacción. Le
permite tramar y comercializar un amplio surtido de productos que cubren la más
variada gama de ámbitos profesionales. Agítense en una coctelera unos chupitos
de neurociencia con un torrente de palabrería neopedagógica. A cada problema,
una solución, la más adaptada a sus necesidades vitales y empresariales: los
directores generales de escuelas de negocios pegando post-its en una pizarra
plástica para compartir sus sentimientos y un grupo de críos de tres años
explorando el constructo de su naturaleza al son de El lago de los cisnes. El filisteo posee sin duda una gran
inteligencia emocional: astuto, manipulador, inmoral y, que no falte, espiritual.
23/11/19
15/11/19
Presunción de inocencia.
En
torno a este fundamento del orden liberal han establecido asedio las mesnadas
de un nuevo orden mundial que pretende restaurar la ordalía como la prueba
básica e incontestable del juicio del transhumanista Baal. El acusado ha dejado
de ser estrictamente inocente hasta que se demuestre lo contrario. Tampoco es
de entrada culpable. Debe habitar la enloquecedora inquietud de su presunción.
¿Es o no es culpable? Como un sambenito se le asigna el rótulo de presunto inocente. La maquinaria de la
acusación, sólo por haber sido puesta en marcha, prueba el delito ejecutando el
castigo. No importa la verdad o la razón del cargo, esas serviles y tímidas
concesiones burguesas de las que el filisteísmo disfruta deshaciéndose. ¿Dónde
mejor puede probar la renovada eficacia de los cepos, las jaulas, las rastras o
las mordazas aceradas que en las raíces de la existencia humana: la sexualidad
y la muerte? Sin padres ni hijos, culpables por serlo, sólo queda ardiente la
fraternidad en el crimen, estéril y libertina. En la colonia penitenciaria,
entregada a la vigilancia más exhaustiva y a la denuncia sistemática,
arbitraria o no, merecerá tatuarse en la piel de los convictos, como recordatorio,
el peor delito: “Sé justo”.
7/11/19
Pena de telediario.
Caída
en aparente desuso, la efímera actualidad de esta expresión paralegal arraiga
su poderoso efecto en la aplicación del concepto de justicia popular. Suele propinársela
la temerosa chusma filistea como autoexpiación, mientras arruga la naricita y
cabecea hipócritamente. Su objetivo no se dirige tanto a humillar al guiñapo simbólico
de la víctima como a calmar la furia votante del repantingado telespectador. En
lugar de en Tyburn o la Bastilla, se asiste a una ejecución ilusoria en forma
de publirreportaje. En su versión hispánica, ha conservado algunos de los
atributos oficiosos de la Santa Inquisición. Al presunto reo, con mayor delicadeza o brutalidad según su condición
social o económica, se le arrastra delante de cámaras hasta la entrada de un
juzgado, de un furgón policial o de un coche patrulla, siempre con una mano
sobre su nuca o sobre su chepa. Por respeto a la privacidad, se echa por encima
de sus manos, esposadas como si agarrasen un cirio, y en algunos casos, como
caperuza, tapando su cabeza o una chaqueta de ante o una sudadera. Técnicamente
se define este itinerario con el término taurino y guerracivilista de paseíllo. Un coro magro vocifera
letanías insultantes. Las sentencias acostumbran a ser benignas.
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