Otro
ejemplo de cómo funciona la aplicación divulgativa del presunto método científico se puede disfrutar mediante la teoría de
las múltiples inteligencias. El concepto de unidad, sentenciado como autoritario,
fijo o parmenídeo, debe ser
reemplazado por el dinamismo heracliteo que
parcela la integridad humana diseminándola en redes de habilidades y aptitudes.
Como un reflejo monstruoso de Frankenstein, la inteligencia se forma con piezas
dispersas que encajan en una máquina (im)perfecta. Su buen funcionamiento debe
ser revisado por un acreditado equipo de técnicos y expertos. Al filisteo este
modelo le tranquiliza; más aún, le proporciona una honda satisfacción. Le
permite tramar y comercializar un amplio surtido de productos que cubren la más
variada gama de ámbitos profesionales. Agítense en una coctelera unos chupitos
de neurociencia con un torrente de palabrería neopedagógica. A cada problema,
una solución, la más adaptada a sus necesidades vitales y empresariales: los
directores generales de escuelas de negocios pegando post-its en una pizarra
plástica para compartir sus sentimientos y un grupo de críos de tres años
explorando el constructo de su naturaleza al son de El lago de los cisnes. El filisteo posee sin duda una gran
inteligencia emocional: astuto, manipulador, inmoral y, que no falte, espiritual.
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