Caída
en aparente desuso, la efímera actualidad de esta expresión paralegal arraiga
su poderoso efecto en la aplicación del concepto de justicia popular. Suele propinársela
la temerosa chusma filistea como autoexpiación, mientras arruga la naricita y
cabecea hipócritamente. Su objetivo no se dirige tanto a humillar al guiñapo simbólico
de la víctima como a calmar la furia votante del repantingado telespectador. En
lugar de en Tyburn o la Bastilla, se asiste a una ejecución ilusoria en forma
de publirreportaje. En su versión hispánica, ha conservado algunos de los
atributos oficiosos de la Santa Inquisición. Al presunto reo, con mayor delicadeza o brutalidad según su condición
social o económica, se le arrastra delante de cámaras hasta la entrada de un
juzgado, de un furgón policial o de un coche patrulla, siempre con una mano
sobre su nuca o sobre su chepa. Por respeto a la privacidad, se echa por encima
de sus manos, esposadas como si agarrasen un cirio, y en algunos casos, como
caperuza, tapando su cabeza o una chaqueta de ante o una sudadera. Técnicamente
se define este itinerario con el término taurino y guerracivilista de paseíllo. Un coro magro vocifera
letanías insultantes. Las sentencias acostumbran a ser benignas.
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