7/11/19

Pena de telediario.


Caída en aparente desuso, la efímera actualidad de esta expresión paralegal arraiga su poderoso efecto en la aplicación del concepto de justicia popular. Suele propinársela la temerosa chusma filistea como autoexpiación, mientras arruga la naricita y cabecea hipócritamente. Su objetivo no se dirige tanto a humillar al guiñapo simbólico de la víctima como a calmar la furia votante del repantingado telespectador. En lugar de en Tyburn o la Bastilla, se asiste a una ejecución ilusoria en forma de publirreportaje. En su versión hispánica, ha conservado algunos de los atributos oficiosos de la Santa Inquisición. Al presunto reo, con mayor delicadeza o brutalidad según su condición social o económica, se le arrastra delante de cámaras hasta la entrada de un juzgado, de un furgón policial o de un coche patrulla, siempre con una mano sobre su nuca o sobre su chepa. Por respeto a la privacidad, se echa por encima de sus manos, esposadas como si agarrasen un cirio, y en algunos casos, como caperuza, tapando su cabeza o una chaqueta de ante o una sudadera. Técnicamente se define este itinerario con el término taurino y guerracivilista de paseíllo. Un coro magro vocifera letanías insultantes. Las sentencias acostumbran a ser benignas.

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