9/1/17

¿Quién soy yo para juzgar?


En efecto, nadie. Plantear sólo la pregunta socava radicalmente cualquier autoridad para discernir el bien del mal en todo acto. La pregunta, perversa, identifica la búsqueda de la verdad con la condena. Toda verdad es condenada en ella. La misericordia se convierte en el instrumento legal para revisar y modificar a conveniencia y en cualquier momento los pasajes de un Código utilizado a antojo. Llamar en esas circunstancias a la conversión es recordar que siempre uno está en falso y que resistir es pecar contra la potestad única, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal. Asumir la propia falsedad, el remanente de inautenticidad que nos constituye, ¿permitiría liberarnos de la hipocresía y el fariseísmo? Ser falso sería ser bueno, pues, sin falsedad, ¿cómo descubrir que las tradiciones son relativas? Sin satisfacer su función social en la miseria de los hombres y no en su salvación, ¿cómo podría justificarse la reserva mental de todo juicio? Modernos -dijo Bloy-, “me parece que los Ejercicios de san Ignacio corresponden, en cierta manera, al Método de Descartes: en vez de mirar a Dios, el hombre se escruta a sí mismo”. ¿Quién soy yo? Tú eres Pedro.

3 comentarios:

  1. Qué alegría este nuevo lugar. Sobre la última frase de Bloy, vivimos inconscientemente empapados de devotio moderna, pero yo no sé cuál es la alternativa, dónde está el equilibrio hoy.

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    1. Yo tampoco, pero Bloy es un contrapeso, ¿no?. Al menos me hago la ilusión, aunque nunca sea, gracias a Dios, un argumento.

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    2. Sí, es un contrapeso.

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