Entre
todas las blasfemias repugnantes que suelen proferir con delectación las actuales cohortes de bacantes, dudo que al príncipe de las tinieblas le complazca alguna
otra más que este pareado, cuya retórica es esencialmente (contra)teológica. Como
verso, es un acabado ejemplo de alejandrino a la francesa que establece una semejanza por contigüidad, fonética y semántica, entre los rosarios y los ovarios. Con
finura infernal advierte que la redención humana se encarna en el seno de la
mujer. Que en él se encuentran por anticipado los misterios de gozo, dolor y
gloria de nuestra luminosa existencia, aunque caminemos por las autovías
oscuras de cada época. Consecuente, reclama como expresión sumaria de la
libertad la anticoncepción: la supresión del Hijo. Contra el espíritu niega la vida. ¿Ha de extrañar
que se reivindique como un derecho inalienable que las adolescentes se
precipiten a la promiscuidad? Debería sorprender que se retrase la petición -la
exigencia legal- de que los menores puedan reclamar sin consentimiento paterno
la vasectomía, si no fuera porque perjudicaría la monstruosa ventaja
sexual en el rito satánico que contrahace, entre consignas y amenazas cada vez más brutales, la
escena virginal del anuncio de
la nueva Creación.
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