Quienes,
como profetas sonrientes, proclaman con voz satisfecha ante las cámaras de
televisión o en streaming o en los
medios digitales que la auténtica Iglesia ha de ser pobre y de los pobres (en
sentido material, tal vez porque no están dispuestos a
prescindir de su humilde arrogancia) se afanan sin descanso por suscribir, fundar,
mantener y ampliar concordatos, acuerdos, convenios, patronatos, fundaciones,
sean públicas, privadas, mixtas o de cualquier otra identidad. De hecho, para
que existan hospitales de campaña debidamente fotografiados, necesitan de innumerables
ricos a quienes poder chantajear y extorsionar o, por el contrario, execrar entusiasmados las
políticas que, empobreciéndonos más, justifiquen su solidaridad indignada. Su medio de vida
-su modo de subsistencia- es gestionar la miseria. La misericordean
encantados. Cuando invocan a los pobres, suelo estremecerme como si estuvieran
tomando el nombre de Dios en vano. Pienso entonces en Léon Bloy, mísero y
sufriente, franciscano, que escribió que él no era amigo de los pobres sino del
Pobre y que había desposado por amor la miseria. Está claro que todo sería
más fácil si no hubiera resucitado y tuviéramos tan sólo, a la medida de
nuestros deseos y fantasías, el reflejo en usufructo de su espíritu.
ResponderEliminarSeguro que Léon Bloy, además de "mísero y sufriente, sería, sino sonriente, un hombre sereno y tranquilo.
Por lo que cuenta su esposa murió con una extraordinaria serenidad y dulzura. En vida fue polémico, exaltado, insultaba por doquier, sableaba a los amigos, no tenía miedo a equivocarse, pero tuvo una de las mejores prosas de su generación y una apasionada lucidez de creyente.
EliminarDebería releerlo, pero creo recordar que Rubén Darío hizo un excelente retrato de Bloy en su libro "Los raros" (cuya versión digital gratuita se encuentra fácilmente en internet).
EliminarPreciosa entrada. Gestionan la Iglesia de los Pobres sin el Pobre.
ResponderEliminar