Con
gesto serio y adusto o con una media sonrisa de lado, irónica, de indigna
dignidad, quien es descubierto en falso, ya sea por doparse o por plagiar, ya
sea por meter la mano o la pata, escurre cualquier responsabilidad invocando su
asunción, la cual se reduce nominalmente a la prueba circunstancial que se
pueda presentar en un juicio compadreado. Entre meridionales, a esta expresión algo
se le ha quedado adherido del expediente católico de proferir mecánicamente la
jaculatoria “mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa” para obtener un perdón en
quien nadie en el fondo cree y mucho menos cree necesitar. De aquí, tal vez, proceda
el regustillo sardónico aludido. Es evidente que, en nuestra sociedad, se da
por descontado que el mayor mérito para aceptar cualquier encargo es la presunta
irresponsabilidad de su gestor, mejor si le afecta profesionalmente que en su
vida personal, en la cual su integridad debe estar pautada a prueba de tuiters,
publicaciones de Facebook e imágenes de Instagram. Quien asume las posibles responsabilidades
que se pudieran derivar de fraudulentos comportamientos susceptibles de ser
probados legalmente es abrazado y jaleado por los suyos, abucheado y zarandeado
por los otros. En Twitter, Facebook o Instagram.
No hay comentarios:
Publicar un comentario