Este
eslogan, insoportablemente cursi, guarda tras su impostada afectación el rancio
autoritarismo de quienes no aceptan la negativa a que su decrépito y despiadado
vigor sea saciado. Consideran que cualquiera que se resista a dejarse acorralar
en una esquina donde su integridad pueda ser lameteada refleja una estrecha
hipocresía que no sólo hurta el goce kitsch de una belleza parasitada, sino
que, egoísta e insolidario, testimonia la presuntuosa arrogancia de una conciencia,
aunque herida, digna. De esta manera han degradado nuestros oxímoros: de la
soledad sonora y la música callada a la tierna revolución o, más violenta y
pegajosa, a la ternura revolucionaria. Sin subir tan alto que a la caza den
alcance, les basta con reptar entre trampantojos. A tales espasmos llaman
mística. A su pesar, siguen sin salirles las cuentas de su prostibularia
alegría. Como dan por descontado que la salvación de un alma es la consecuencia
de la buena marcha de su divino negocio, quisieran discernir por qué sus gatunas
y callejeras miradas acarameladas suscitan ya sólo enlatadas risas de
connivencia entre quienes, orgiásticos y matarifes, los están domando antes que nos introduzcan a todos en la cadena de (des)montaje de la civilización global.
Gran exégesis. Creo que las risas enlatadas no sólo vienen de los domadores.
ResponderEliminarUn oasis en este mes de textos que una amiga ha descrito como literatura para señoras en pareo.
Gracias. Sí, tal vez también vengan enlatadas "al natural" las risas de a quienes les gusta que los domen. Los vicios tienen esas cosas...
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