13/8/17

La revolución de la ternura.


Este eslogan, insoportablemente cursi, guarda tras su impostada afectación el rancio autoritarismo de quienes no aceptan la negativa a que su decrépito y despiadado vigor sea saciado. Consideran que cualquiera que se resista a dejarse acorralar en una esquina donde su integridad pueda ser lameteada refleja una estrecha hipocresía que no sólo hurta el goce kitsch de una belleza parasitada, sino que, egoísta e insolidario, testimonia la presuntuosa arrogancia de una conciencia, aunque herida, digna. De esta manera han degradado nuestros oxímoros: de la soledad sonora y la música callada a la tierna revolución o, más violenta y pegajosa, a la ternura revolucionaria. Sin subir tan alto que a la caza den alcance, les basta con reptar entre trampantojos. A tales espasmos llaman mística. A su pesar, siguen sin salirles las cuentas de su prostibularia alegría. Como dan por descontado que la salvación de un alma es la consecuencia de la buena marcha de su divino negocio, quisieran discernir por qué sus gatunas y callejeras miradas acarameladas suscitan ya sólo enlatadas risas de connivencia entre quienes, orgiásticos y matarifes, los están domando antes que nos introduzcan a todos en la cadena de (des)montaje de la civilización global.

2 comentarios:

  1. Gran exégesis. Creo que las risas enlatadas no sólo vienen de los domadores.
    Un oasis en este mes de textos que una amiga ha descrito como literatura para señoras en pareo.

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    1. Gracias. Sí, tal vez también vengan enlatadas "al natural" las risas de a quienes les gusta que los domen. Los vicios tienen esas cosas...

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