Como
la primavera de Antonio Machado, la críptica e insulsa frase de marras ha
venido y nadie sabe cómo ha sido. Antes,
la naturaleza estallaba, sorpresiva, en la melancolía otoñal de la voz de un
poeta. Ahora, la fórmula que, si viene para quedarse, debe fosilizar cualquier
atisbo de vida se repite con un deje resignado, invernal. Bruñe
espléndida con su dureza metálica, neutra, el sombrío poder de la jerga con el que
cualquier departamento de organización empresarial la ha facturado. Dado que en
nuestra sociedad están proscritas, por agoreras, palabras como dificultad o
problema, en su lugar se emplean eufemismos como retos y desafíos, borrados a
su vez, en un afán máximo de pureza insustancial, por las vagarosas oportunidades.
Es preciso pulverizar cualquier resto de decencia caballeresca y medieval. Queda
la mala conciencia que nunca se ha ido. Con estoicismo calculado, casi con una mueca desesperada, no
queda otra que recibir al huésped indeseado y temido, sin cesar convocado e
invitado. Han venido para quedarse aplicativos, infografías,
ránkings, fluxogramas…, acompañados del espectral cortejo técnico que los
usufructúa. Han okupado el espejismo
reciclado del progreso económico. Con
ellos prendemos, hipnóticos, fuego a la riqueza, antes de vender su irrastreable
humo.
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