18/4/18

Saber posicionarse.


En el sermón 72 al Cantar de los Cantares san Bernardo de Claraval desplegó, majestuoso, la precisa extremosidad de su arte retórica, mediante variaciones y derivaciones que disipaban la noche de aquel mundo medieval con la fulgurante luz, escatológica, del día del Señor. Inspiraba, espiraba, aspiraba cada palabra de sus espirales períodos. Respiraba. En nuestra infame noche filistea, evaporado todo sentido religioso de una gramática que ha sido herida por los tetánicos hachazos de la subjetividad más tétrica, ha sido depuesto cualquier objetivo que no repte entre posiciones escaladas -y conquistadas- a mediocres y brutales codazos. La caricia y el gusto espiritual han sido proscritos por la pegajosa verbosidad que manosea y lametea las deposiciones sentimentales más cursis. En los tiempos patrísticos cada herejía dependía de dislocar una preposición sobre la Trinidad, la Maternidad o la divina Filiación. Hoy la ortodoxia blasfema antepone cualquier contraposición, cuanto más infectada mejor. Sus dominaciones y potestades, más que manejar las piezas, procuran desplazar con el tablero las proposiciones que fundan sus movimientos aleatorios e interesados. Insustanciales y crueles, ciegan densas e impenetrables la aurora de la hora del Juicio, que ha sido suspendida a divinis. Compone, sobrepone, transpone todo sentido. En maloliente descomposición.

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