De un
cinismo estremecedor esta frase, entonada con la voz entrecortada y los ojos
lacrimosos, expresa la vertiente más naíf de la estupidez filistea.
Inconsciente y bienintencionado, es decir, con insoportable mala conciencia,
quien la pronuncia debe emboscar con sentimientos pegadizos su descreído duelo.
Grabará el rostro difunto en una camiseta o se tatuará su nombre en el
colodrillo. El sentido dramático de la existencia humana, a punto de abismarse
en la desolación que es el sostén real de la esperanza cristiana, deja paso a
la representación espectacular de una magia profana. En el hospital, en la
funeraria, en la incineradora, el efecto maravilloso consiste en escamotear los
cadáveres cuanto antes. Como a ánimas en pena se honran fantasmales y alucinadas sus
imágenes “allí donde estén”. Aunque es de buen tono descartar la realidad del
cielo y del infierno, el paganismo de nuestra época no puede evitar verse
asaltado por sus ancestrales y gaseosas supersticiones. En vez de rezar por los
muertos, sus adeptos los conjuran en su propio recuerdo para que no les
atormente el espantoso vacío que les suponen. Si nadie pervive, nada les sobrevive.
¿Qué queda? El muerto al hoyo y el vivo
al bollo.
Esta es de las verdaderamente flagrantes. Más incluso que el desventurado "minuto de silencio"...
ResponderEliminarUn abrazo
Ander