10/4/18

¡Islamofobia!


En su sentido literal no debería resultar extraño que quienes agitan la rechinante etiqueta que nos ocupa profesen las más fanatizadas y viejunas justificaciones de la opresión que los biempensantes han logrado tunear bajo el lijado código de la ideología de género. Solamente unas fatuas seculares pueden sostener, sin la más mínima vergüenza autocontradictoria y en nombre de grandes vocablos usados como adoquines, la sumisión absoluta y la obediencia enfurecida al ídolo que quiere usurpar la gloriosa majestad de la Palabra hecha carne. Como demonios rabiosos, no pueden soportar sin aullar la inmarcesible enseñanza de que sólo la filiación divina garantiza la autoridad de la ley. A gritos exigen grabar a sangre y fuego -¡silencio, silencio!- en la piedra de todos los corazones la sanción de sus vicios. Entre regurgitaciones farfullan la más odiosa consecuencia de la apostasía: llamar paz a la violencia y amor a las pasiones más desenfrenadas. Cualquier réplica que les contraríe es de inmediato censurada, perseguida y descuartizada. Celebrar la muerte del Justo por sus pecados es una ofensa imperdonable, mientras reducir a escombros la verdad de la persona se vitorea con frenético entusiasmo. Han clavado la Verdad en una Cruz y no soportan su Luz.

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