Este
tipo de exclamaciones, que siempre ha eructado, sincopada, la turba, adopta su
más refinada e hipócrita expresión en el uso indiscriminado de la primera
persona del plural. De una mentalidad resistente, que encarnaba la roqueña
épica que no daba un paso atrás ni para tomar impulso, se ha dado el salto a
una untuosa lírica de la afirmación. De la contención frente al innominado
enemigo al derrame incontenible de una personalidad colectiva sin rasgos,
disgregada, simplemente amalgamada. Victimaria, no persigue otro objetivo que
compensar imaginados agravios. Voluptuosa, paladea el insignificante poder de
sus sílabas mientras son gritadas. Bajo los efectos hipnóticos de recicladas
sustancias seudorrevolucionarias, parece que todavía vibre en ellas, casi
aullando, la pulsión histérica de los antiguos oráculos poéticos. Sin fe, sin
dioses, asqueada de su perturbadora fuerza, que descubre con sorpresa e indignación
los límites que sus infectas orgías hipotecarias y familiares les deben oponer para
ser prolongadas, sus huestes se resisten al pago de su fáustico chantaje transformándose
en ratas, en serpientes, en escorpiones. Como si fueran los miembros esparcidos
de Proteo, siguen berreando sus consignas y sus eslóganes, mientras asisten
desencajados, intolerantes, al eco de un canto que no se apaga: Soy quien soy.
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