Un
lector amigo preguntaba a qué se refieren exactamente estas entradas con su
frecuente uso del término filisteísmo. El peregrino absoluto contestaba que corresponde
a la arrogante presunción, snob y cursi, biempensante y autosatisfecha de su mediocridad,
con apariencia antintelectual, hipócritamente simpática, de quienes están
logrando imponernos su zafiedad moral y estética, así como su cálculo ruin,
como la más refinada e indiscutible norma social a la que cabe ajustarse sin
replicar. En el siglo XIX el filisteo era “el burgués”. Progre o carca, en nuestro
siglo asume, más o menos entusiasmado, el discurso dominante con la máscara sonriente
de un fúnebre Carnaval. Sus muecas espantosas exigen una obediencia invertida. En
rígida lógica filistea, la verdad se trasmite de lo particular a lo universal y
no al revés. Algunos varones son criminales; luego, todos los varones son
criminales. Toda religión es violenta; luego, cualquier religión que no sea la judeocristiana es pacífica. A este sinsentido común cabe prestarle asentimiento
ciego bajo el nombre de solidaridad, de clase o de género. No basta con callar
o no oponer resistencia. Cuentan contigo y conmigo para enjaular y sacrificar,
a imagen y semejanza suya, nuestros nombres en el voraz altar de Baal.
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