Esta
campanuda máxima liberal, que pretendía disimular los privilegios económicos y
sociales burgueses reservados a las costumbres depravadas de la
aristocracia, se ha democratizado a una velocidad de urgencia. Bajo sus
operaciones más cínicas y descaradas el tumefacto y glorioso principio de no no
contradicción puede regir ya desacomplejado nuestras existencias posthomínidas.
Que la ley sea igual para todes instaura
la regulación minuciosa de cada desigualdad, caso por caso, cuanto más
estrambótica y lacrimógena mejor. Más que invertir en valores, en cuya bolsa se
negocian sin descanso sórdidas plusvalías emocionales, esta neomáxima contradice hasta
desfigurar cualquier atisbo de sentido común que pudiera resistirlas.
Subalterna, no admite ninguna contrariedad lógica. Sus proposiciones deben
llegar a ser falsas simultáneamente, jamás verdaderas. El cumplimiento de la
ley es la expresión más intolerable de la injusticia. La práctica de la
justicia perpetra el más horrendo delito. Cuanto más inicua sea la ley, su
(in)justicia brillará más enfangada. El aforismo latino proclamaba que a mayor
derecho mayor daño. Con coherencia epicena, se predica que cuanto mayor
resulte la afrenta mayor será su justicia. Sin dioses, ni patrias ni reyes, el único
tribunal soberano dicta, enfebrecido, sentencia en el Circo de las redes. Delicturi se salutant.
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