29/6/18

Minuto de silencio.


Envuelta en su pestilente nube de buen tono tramposo, nuestra sociedad filistea escamotea su estupefacción ante la muerte con la máscara sacrílega del silencio, como si cada desgracia fuese, por hábito inesperado, un cargante fastidio que debería poder registrarse -y calcularse- en las asépticas celdas de una hoja Excel. Como en un truco de prestidigitador metonímico, intercambia la carta de la indiferencia con la del respeto. Con pomposas caras de condolencia, tasa el duelo de los deudores en los sesenta segundos que identifican su concepto de eternidad. Inclina la cabecita y arruga la nariz a fin de contener el bostezo somnoliento y aburrido. Tiesa, cerúlea, dándose palmadas en el cogote para que alguna lágrima arrase su mala conciencia, exhibe impúdicamente su disposición a olvidar instantáneamente el rostro borrado de la víctima. Y a otra cosa, mariposa. Enardecida, sin embargo, la masa sospecha el engaño. Con toda lógica no se resigna a dejar de rugir. Escupe su amnesia. Primero estalla, histérica, en aplausos y vítores, como la expresión de su impotencia escatológica. Después, tribal, inmemorial, sabotea y profana con sus gritos el mínimo resquicio por donde, inaudible, cualquier palabra pudiera unir la tierra de los muertos con Quien vive celestial.

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