Por
su valor pseudorrevolucionario se debe considerar que las máximas neopedagógicas
triunfan en tanto que allanan el camino del desastre, siempre que logren
retener su mutua y efectiva consumación. Por endósmosis este resultado funciona
como el indicador más preciso de las plusvalías que genera la aplicación indiscriminada
y aleatoria del principio de no no
contradicción. En él cualquier apariencia paradójica se disuelve ante la
luz cínica de una eficaz lógica pragmática. En busca de que las palabras no transmitan
nada ni literal ni simbólicamente, una de sus principales reglas semánticas
consiste en utilizar cualquier término con su significado antónimo. Toda
originalidad merece ser vulgar para que brille con más originalidad, sin
restricción alguna, cualquier vulgaridad. Una de sus más azucaradas e
insalubres insidias irradia mejor que ninguna este fastidio condescendiente. Como
si fuese un emasculado sargento de los marines, se exige al maestro que no deje
a ningún alumno atrás. Jamás enseñando la exigencia, sólo orientando la
autosatisfacción, no se trata de igualar por abajo, sino de esclavizar por
arriba. Con su cuartelero desenfreno, materialista y dilapidador, el espíritu
de superación rinde así un beneficioso servicio, de primer nuevo orden, a las
diversas variantes oligárquicas de la victoriosa plutofrenia.
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