25/9/18

Mover ficha.


Como si la política fuera un tablero de parchís, malicioso y aburrido, sus relaciones se calculan por la tirada trucada de los dados. Agazapados en lugares seguros, bloqueando el avance adversario, ansían nuestros corsarios filisteos la oportunidad de progresar veinte, treinta casillas en cada jugada mientras envían al cuadrado de salida las piececillas codiciosas que a punto están de alcanzar la recta final. Braman de furia si el enemigo les traiciona y el amigo les es fiel. Exigen envalentonados que la trampa valga como un triple seis doble. Se exasperan ante la vileza de tener que respetar las reglas. Renuncian al turno para atrapar por la espalda a quienes vigilan y denuncian sus comportamientos. Llegados al poder, giran el tablero y proponen empezar una nueva partida. En la oca caracolean, casilla adelante o atrás, por pasadizos subterráneos que dejan boquiabiertos a los oponentes con la excusa de que siempre les debe tocar, por el imperativo democrático de que todo les resulta igual. Sus fichas llevan grabadas los barrotes de una cárcel y la calavera de los crímenes que tapan en sus sépticos pozos partidistas. Antes de salir, descalificados, no dejan entrar a nadie en sus amañadas partidas. Hagan sus apuestas.

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