En el
modelo de timba que, desde el barroco, nuestra vida pública ha ido esculpiendo
su modo de gobernar destacan quienes, con más desparpajo, se entregan a las
prácticas más viles e innobles del medro. Modélica es la profesión política. Cualquier
atisbo de mérito civilizado ha vuelto a ser grotescamente arrasado. Más que
voluntarista, una desesperada vaciedad exige arriesgar la desposeída dignidad a
cambio de un tétrico acomodo en un sistema de recíprocas usurpaciones. El dogma
de la igualdad exige de la ceguera de la justicia la arbitrariedad más regulada
posible. Clientelismo, caciquismo, tribalismo no son sino expresiones de un
darwinismo bipolar que selecciona los especímenes más truhanescos y
marrulleros. El cimiento de nuestra unidad es la alternancia revanchista que
aspira, a por todas, dejar al enemigo sin pan ni agua. Espectral, siniestra, su
memoria debe grabar a fuego el borrado de su olvido. Mejor, cada uno a lo suyo
y calladito, con el ay en el corazón de, si pasando desapercibido, toca la
tómbola laboral. Los tejemanejes más vergonzosos, como el trapicheo diurno de
títulos universitarios, relumbran en medio del silencio hasta que se monta la incorruptible
tangana que exorciza provisionalmente tantas humillaciones y el servilismo tuyo
y mío.
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