11/10/18

Dialogar sin descanso.


Con tono asertivo el filisteísmo invita a los adversarios a dialogar como los enemigos se declaran la guerra con feroz diplomacia. Quien primero invoque, con disimulada violencia, la necesidad de sentarse a hablar rompe aventajado las hostilidades, como si abriese una partida de ajedrez con el movimiento del gambito de dama. Despliega sobre la mesa de operaciones un arsenal de afilados instrumentos de tortura retórica. Con ludismo implacable, debe agolpar un catálogo de metáforas contradictorias y repulsivas que logren reducir al interlocutor a la caricatura más siniestra de sí mismo. Advertirle de que jamás cejará en la búsqueda de un acuerdo encierra su más despiadada amenaza: sin cuartel y sin tregua, sin prisioneros, perseguirá arrancarle una rendición extenuada. En el orden liberal, deslumbrado por el ideal racionalista, la aspiración máxima era acabar en tablas el mayor número de ocasiones. En el nuevo orden que amanece sus actores pactan secretamente abandonar las partidas o volcar los tableros a traición. A contrarreloj, sin condiciones, con hipócrita franqueza, cometen toda suerte de trapacerías que invaliden el juego, por defecto de forma. Nada debe acordarse sino la ausencia misma de cualquier posibilidad de acuerdo. Dialogan como quien perpetra, impune, un crimen. Pro domo sua.

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