Del sacro retruécano
barroco a la promiscuidad pop de la conversión lógica media la distancia
poética entre el Amor de Dios y el demonio del amor. En el patético teatro del
mundo filisteo se aplaude a rabiar cualquier perversión cuyas consecuencias
puedan satisfacer, vicariamente, la ebriedad sadomasoquista de una muchedumbre
enfurecida que se identifica, autoritaria e impune, bajo el pleonasmo
eufemístico de la palabra “democracia”. “Love is touch, touch is love”
silabeaba lánguido quien imaginaba un
mundo sin religión. Sus víctimas reales siguen sin ser sino objetos que
satisfacen momentáneamente experiencias alienadas de represiones frustradas y
frustraciones reprimidas. Psicópatas, sus deseos, asesinados, son reificados.
La catarsis trágica aspiraba a liberar, mediante la compasión y el temor, tales
pasiones de la necesidad ciega que arrastraban las acciones humanas. En el
espejo de su representación cruzaba por un instante el rayo de la anagnórisis.
Indistintos, superpuestos, meras incógnitas en ecuaciones artificiales y
descompuestas, sus protagonistas actuales proyectan, mediante el desprecio y la
desvergüenza, el caótico tumulto de la agnosis indiscutible. La extensión de
sus sofismas debe sufrir una inversión para afirmar la (in)dignidad máxima de
su lógica criminal. Si toda víctima es inocente porque yo lo soy, cualquier
adversario es culpablemente verdugo.
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