Aunque
de formulación mediocre y tortuosa, esta expresión torticera acuña una muestra
refinada del papanatismo irresponsable que los filisteos más relamidos y canallas
paladean con babosa cursilería ante un público histérico. Ejemplifica como
pocas la esencial tarea de desfigurar cualquier ejercicio lingüístico que
aspire a comprender la realidad. En el plano retórico su misión equivale al
dialéctico principio de no no
contradicción al que simultáneamente refuerza. A negar lo que se afirma
acompaña el fin de complacer defraudando. No persuade; disuade. No conmueve,
agita. Con suficiencia apodíctica, transforma la fantasía más delirante en una
pesadilla paralizada. Convierte la prudencia en temeridad y en debilidad la
fortaleza, de modo que a la temeridad y a la debilidad pueda calificárselas de
prudente fortaleza. Mediante la atenuación, que convierte la valentía en una lítote
paradójica, la cobardía puede descansar con buena conciencia urdiendo sus
ardides más innobles. Con tono sugerente no anima a superar el miedo sino a desactivar
la vigilante crítica de la inteligencia. Confunde adrede sensatez con
resignación. A río revuelto, ganancia de estafadores. Perdido el miedo al
miedo, sus defensores observan aterrados el pánico violento que se apodera de las
espantosas hordas que blanden con furia anómica sus anémicas proclamas.
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