Con tono no por
solemne menos excitado, mediante esta histérica expresión se advierte el
peligro de no alcanzar el consenso entre dos posturas contradictorias. Según la
lógica filistea, no se excluyen, sino que deben reconciliarse sin dejar de ser
lo que son y sin tener necesidad tan siquiera de ser. Estrictamente, no admiten contrariedad. Puesto que defender
cualquier postura es legítimo, todas ellas serían verdaderas simultáneamente
sin que cupiera admitir la falsedad de ninguna, siempre y cuando hayan
renunciado al principio de realidad. Según las emociones que suscite, la verdad
se transmite de los particulares a los universales y no al revés. Por analogía es
especialmente apropiado recurrir a una desfasada metáfora tecnológica. El
ferrocarril, signo de la modernidad industrial hace doscientos años, circula hoy
en día a alta velocidad por vías sin cruces ni pasos a nivel. Sin embargo, en
la imagen que nos ocupa se proyecta el recuerdo cinético de las maquetas
eléctricas. Absortos ante su circuito, seguimos anhelando y temiendo la
colisión, más lateral que frontal, de dos locomotoras, seguidas de vagoncitos de
madera a punto de saltar por los aires ante la boca del agreste y acartonado
túnel que representa nuestra historia. ¡Que síiiii! ¡Que nooooo!
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