4/11/18

Quien avisa (no) es traidor


En la formación de un psicoanalista, obsesionada con escenificar situaciones terapéuticas, suele decirse que tan importante como que observe es que se observe observando. Pedante, mirón, el filisteísmo entreteje las angustias y las defensas de su narcisismo paranoico analizando sin cesar su compulsiva tendencia al (auto)engaño. No disocia la realidad que, mientras niega que exista, construye a su capricho. Más bien, escinde sus delirios. Ha superado su propia estupidez. Ha aniquilado su hipocresía. Brilla su maldad en su más prístina inocencia. No finge lo que es; es la parodia de lo que finge. Plagia, estafa, se fuga como aumenta la riqueza de su ignorancia. Juzgar como el descaro de una insaciable ambición patológica las contradicciones más descabelladas e instantáneas pasa por alto que los súbditos filisteos desconocen el sentimiento de la vergüenza y de la culpa y que, por ello, no encuentran más reparación que la sublimación, defensiva o agresiva, de su insignificancia. Ni olvidan ni perdonan porque deben vengar -sacrificar- el inmemorial victimismo que compense su prepotente superioridad. Puesto que la verdad es un obstáculo, no hay más noticia o novedad que la falsedad. Dado que la lealtad es la más pérfida traición, sólo el traidor avisa lealmente.

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