A Á. R.
Mientras que la
metafísica sostenía que la potencia sólo alcanzaba su perfección en el acto a
cuya realización tendía con energía indesmayable, la ilógica actual insiste en
que ningún acto tiene otro valor que sus posibilidades jamás realizadas. La paz
o la guerra dependían en otro tiempo de quien aspiraba a la (in)justicia, al margen
de su precaria y casi siempre derrotada dignidad. Con cínica sinceridad,
admitía que, para mantener la una, debía estar preparado para la otra. En vez
de guerreros, hoy a través de las redes sociales campan sin frenos ejércitos de
víctimas, es decir, de potenciales verdugos con pasamontañas. Sólo es
performativo el enunciado que convierta su condición en el garante impositivo
de la arbitrariedad que paralice la reacción de cualquier adversario. Si uno
quiere guerra, el otro, por descontado, no ha preparado la paz. Si aquel no quisiera la paz, éste no se habría visto obligado a preparar la guerra. En
consecuencia, dos pelean porque uno no quiere. Aunque los dos no quieran, el otro está provocando la pelea. La guerrilla es la continuación del politiqueo por sus
propios medios. El miedo -y su extremo, el terror- modula su mediática
violencia. Si vis bellum, para pacem.
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